Pobreza y violencia

Pobreza y violencia

“La condición humana está en la hoguera, calcinándose, a punto de consumirse en su propia tragedia. No nos convoca la cuestión del Ser. Nunca sabré por qué es el ser y no más bien la nada. Sé, en cambio, que los hombres se matan a lo largo y a lo ancho del planeta, al que, además, destruyen. Sé que la violencia es nuestro tema”. (Sobre la violencia, Feinmann. J.P )

Sin ánimos de arribar a la lógica de ciertos sectores, que intentan brindar una “riqueza de espíritu” a los que no tienen, que en realidad no tienen, porque fueron enajenados por estos que le dicen que tienen algo abstracto (recordar las frases de muchos “soy pobre pero honrado”) lo cierto es que no son pocos, quienes sólo prefieren tener, lo material, y a costa de ello, entregan patrimonios invaluables de la condición humana, cómo la dignidad y el respeto por el otro y por tanto caen, en el no cumplimiento de las leyes.

Es más fácil, señalar al pobre que presa de su desesperación de excluido, pone en suspenso una ley, que encontrar la acción de un potentado, que para no dejar de tener tanto, propicia, avala, articula, apoya y direcciona, la problemática del pobre, para obtener el rédito de intentar a dañar, a quiénes, ni siquiera van contra sus intereses individuales, sino que arropados en la condición de representantes del pueblo, disponen un proyecto de país, más inclusivo, donde necesariamente, algunos deben dejar de ganar tanto, para que esa mayoría de otros pueda ganar un poco más.

El azar (otros lo vinculan con designios celestiales) juega su propia partida, y riquezas, o riquezas menos, nadie esta exento de sus alambicados caminos, claro que, los que poseen, a costa de sacarle o de no permitirle ganar a los otros, no deberían depender tanto, como dependen, de lo que no pueden manejar, para seguir manejando lo que defienden, de lo contrario parecería que pese a la abundancia material, no les queda otra que fiarse de la suerte, como el pobre al que no le permiten el ingreso, que se debe fiar para subsistir, claro que en este caso, se entiende, hasta cariñosamente y en otros casos se trabaja como para sacarlos de tal condición, ahora ¿Qué se tendrá que hacer con alguien, no que tiene, sino que le sobra, para que no se fie, a su vez, como sacarlo de esa condición donde para seguir teniendo, bienes materiales, abandonó bienes intangibles de la humanidad, como la dignidad? 

Para los que ganan moralmente la batalla, los exitosos del espíritu, quedará el aglutinarse para ver como pintan la escuela, como la mejoran, la foto con el gobernante, con el político de turno y ahí sí aplicar el concepto de un afuera idílico, que plantea oportunidades, que uno progresa, sí logra superarse por intermedio de los textos de los enciclopedistas. No vaya a ser cosa, que los choznos, nietos e hijos de pobres, en una determinada generación, se den cuenta, que todo es un engaño del sistema, para que no se junten, para que no construyan lazos colectivos, que los pongan a pensar como modificar el status quo, que los mantiene, como condición necesaria y suficiente, al margen, para que exista el círculo de privilegiados, que desde la cima del Olimpo, en vez de pensar, imponen. Sí trazamos un rectángulo, lo que está por fuera del trazo, es necesario e indispensable, para que exista el rectángulo, sin ir más lejos y continuando con la matemática, no existen números, son elucubraciones sociales, son postulados de un sistema que nos ordena, como el matrimonio, qué hasta hace poco, sólo era para personas de sexos diferentes, un convencionalismo, ganado, a sangre, fuego, hambre y votos, u otros tantos asuntos que se van modificando, pero que al parecer nunca le toca el tiempo, a los que marginados de la posibilidad de comer, sólo son abandonados en los márgenes de la exclusión de la violencia, sea potencial, en latencia, real o idílica. 

Para Enrique Dussel (padre de la filosofía de la liberación) la violencia es legítima (“coacción legítima” en su lenguaje) si la decisión de utilizarla como medio para la liberación de una comunidad de oprimidos ha sido tomada por estos de modo argumentativamente simétrico para salvar su vida (en sentido no sólo biológico de la palabra), y es realizable tal liberación. Y “un orden que mata, excluye o de imposible realización empírica” se tornaría “inevitablemente ilegítimo”. Cuando la revolución es legítima y el orden no lo es, estaríamos ante el momento que a la ética de la liberación “le interesa estríctamente  el momento de la violencia legítima. De acuerdo a lo que nos sintetiza Miguel Ángel Quintana Paz, quién luego, refuta a Dussel de la manera siguiente: La más indeseable de esas consecuencias es la de que la teoría sirva para legitimar la lucha violenta de incluso las dos partes en litigio a la vez. Tal cosa, sin embargo, es algo desafortunadamente habitual en toda teoría de justificación de la “guerra justa”: son invocados a menudo unos mismos presupuestos teóricos por ambos partidos en liza, cada uno deduciendo de ellos empero “su proprio derecho” a ejercer la violencia. Si la labor de la razón es la de ofrecer una vía alternativa al mero enfrentamiento brutal entre los humanos cuando surge el desacuerdo (y el desacuerdo grave) entre los mismos, cabe pensar entonces que no ha sido muy feliz el modo que ha tenido de hacerlo cuando ha elaborado estas “teorías de la guerra justa” o de la “coacción legítima”, las cuales, si no han reafirmado a los contendientes en la licitud de la destrucción del otro

Es cómo si desde estas columnas, reaccionaramos violentamente, ante la violenta indiferencia, que usted nos podría otorgar, estimado lector, ante su ninguneo y su violento mirar para el otro lado, y no tomar los aspectos críticos que se proponen, para que una comunidad democrática reflexione ante sus carencias.

Seguir en el camino de la palabra, es la senda, de la razón, que nos aparta de devolver con violencia, lo que a diario, nos dispensan, los profetas del destrato, los cosificadores, los pragmáticos que obedecen el mandato irredento de solamente imponer. Poner la otra mejilla, en este caso, es precisamente el seguir regando, gratuitamente, con honestidad y buena fé, de palabras una tierra yerma que muchas veces no quiere darse por enterada, o en algún caso se enoja, por estar siendo nutrida con agua.

Cae de maduro la conclusión, cuando nos demos cuenta que a la pobreza se la combate con las palabras, y no con los números, se convocarán a los que piensan y no a los que hacen, que vienen haciendo desde hace décadas las cosas mal y violentamente.

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