Como gerente de Responsabilidad Social Empresarial en la Asociación Nacional de Industriales (ANDI), John Karakatsianis asumió un verdadero liderazgo no solo como experto en el tema sino por su intensa actividad de promoción de la RSE, contribuyendo en gran medida a que Colombia fuera sede del Pacto Global de la ONU para América Latina y el Caribe. Nadie, entonces, más indicado que él para pronunciarse al respecto.
Los triples resultados
En opinión de John Karakatsianis, la RSE es un concepto que cada vez se usa menos en el mundo, siendo reemplazado por el de sostenibilidad, el cual comprende no solo aspectos sociales sino también aspectos económico-financieros y de tipo ambiental. Son los triples resultados, que ahora se llaman.
Esa idea no es nueva, además. Hace más de tres décadas –recuerda-, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) definió a la RSE como la integración voluntaria de las preocupaciones económicas, sociales y ambientales de las empresas, definición que fue adoptada por la Unión Europea en su célebre Libro Verde.
Por su parte, el Instituto de Empresa de España coincide en que la empresa sostenible genera valor económico, valor social y valor ambiental. Los triples resultados aparecen, por tanto, en ambas definiciones, tanto de RSE como de sostenibilidad, convirtiéndose así en términos sinónimos, con idéntico significado.
Más aún, este Instituto –agrega- desarrolló a partir de ahí las herramientas propias de la planeación estratégica, convirtiendo el Balance Scorecard de Kaplan y Norton en el Sustainability Scorecard, actual carta de navegación de materia de sostenibilidad.
Según lo anterior, la empresa sostenible deberá alcanzar sus objetivos estratégicos en lo financiero, lo ambiental y lo social. He ahí la sostenibilidad o RSE en sentido estricto.
Y no es que la RSE destaque apenas el aspecto social, dejando a un lado los otros dos (económico y ambiental). No. La RSE también se entiende cada vez más en esa triple dimensión, ante lo cual prefiere usarse el término –insiste- de sostenibilidad.
Buenas prácticas empresariales
Pero, ¿qué es la RSE o la sostenibilidad? Se refiere a los triples resultados, claro está. Sólo que hay una noción más, relacionada con la anterior: es el conjunto –dice, a la manera de una segunda definición- de buenas prácticas que las empresas desarrollan para impactar en forma positiva a sus grupos de interés.
Buenas prácticas empresariales, en fin. Que además deben ser voluntarias, no de carácter obligatorio o por mandato legal, y que por consiguiente deben no solo cumplir la ley sino ir más allá de ella, que son condiciones básicas para que las empresas sean socialmente responsables o sostenibles.
Ahora bien, ¿cuáles son los grupos de interés –stakeholders– que las empresas impactan? Van desde la comunidad y el Estado o el gobierno, hasta accionistas, clientes-consumidores y proveedores, es decir, todas las personas u organizaciones sociales que por diferentes medios entran en relación con las unidades productivas, cualesquiera sean.
“He ahí la dimensión social del triple resultado en la sostenibilidad”, dice Karakatsianis, quien reitera que dicho impacto sobre los stakeholders es lo que más importa en la RSE porque los aspectos financieros y ambientales son relativos a tales grupos.
Por ejemplo, la autoridad ambiental, desde el ministerio respectivo, representa a la comunidad y es en su defensa que dicta las normas correspondientes sobre el impacto social de las operaciones de la empresa.
De ahí surge la necesidad –agrega- de estar la empresa en contacto permanente con sus grupos de interés, lejos de permanecer al margen de ellos y, por ende, de la búsqueda de solución a los diversos problemas sociales, viviendo a espaldas de la comunidad, cosa que por desgracia es bastante usual en muchos países.
La sostenibilidad, en síntesis, se reduce a mantener buenas relaciones con los grupos de interés, las cuales deben ser respetuosas y tenerlos en cuenta, además de regirse –insiste- por sanas prácticas empresariales.
Esas prácticas están reguladas –señala- en los sistemas de gestión de la RSE, a través de indicadores como los establecidos en los informes de sostenibilidad del Global Reporting Initiative (GRI) o en los diez principios del Pacto Global de la ONU.
Hay que ser rentables
Pero, ¿cómo pasar del dicho al hecho? ¿Qué deben hacer las empresas, en concreto, para ser socialmente responsables o sostenibles?
Para empezar, Karakatsianis manifiesta que la RSE es igual para todas las compañías, no que sea una para las grandes y otra para las medianas y pequeñas. Ninguna empresa, por tanto, puede abstenerse de adoptar las buenas prácticas mencionadas arriba.
Si acaso –observa- hay diferencias entre los recursos empleados y en la cobertura de los programas o proyectos sociales, pues no es lo mismo, según resulta obvio, operar en cuarenta países que en una pequeña región. En ambos casos, sus directivos deben tener la cultura necesaria en tal sentido, desarrollando la actividad productiva en forma sostenible.
¿Qué hacer, entonces? Según él, lo primero es que la empresa sea sostenible desde el punto de vista económico, generando utilidades para los accionistas y para la economía en general.
“Las empresas en bancarrota no pueden ser socialmente responsables”, advierte mientras subraya que la no generación de valor o riqueza constituye un problema de orden mayor a nivel macroeconómico.
“Las empresas, grandes y pequeñas, tienen que ser rentables. Si no lo son, desaparecen”, agrega.
La solidez financiera, a su turno, permite producir bienes y servicios de calidad en beneficio de los consumidores, generar trabajo digno dentro de un mejor clima laboral para los trabajadores y emprender proyectos que disminuyan los impactos ambientales, prueba cabal de ser ésta la base fundamental de la sostenibilidad, que incluye lo social y lo ambiental.
Para ello, sin embargo, se requiere un entorno favorable, propicio, que debe suministrar el Estado a través, por ejemplo, del adecuado marco regulatorio, orientado a estimular el crecimiento empresarial y económico.
Y, por último, se deben honrar las buenas prácticas empresariales, como es la adopción del Código de Buen Gobierno o Gobierno Corporativo, entre otras acciones dirigidas a los grupos de interés, desde el gobierno y los proveedores hasta los consumidores y la comunidad.
“Son cosas muy simples”, añade.
No basta hacer donaciones
La RSE no consiste sólo en hacer donaciones a los sectores más pobres de la población, ni mucho menos se puede confundir con la filantropía, por conveniente que ésta sea.
No. Según Karakatsianis, la RSE tiene un sentido amplio, donde se reúnen las tres dimensiones que definen la sostenibilidad: lo económico o financiero, lo social y lo ambiental. La filantropía, en consecuencia, es apenas una parte y no necesariamente la de mayor importancia.
Una empresa como Enron –explica- pudo hacer muchas donaciones, con una cuantiosa inversión social para proyectos a lo largo y ancho del planeta en el marco de una filantropía estratégica, pero eso no era suficiente para ser una empresa responsable con la sociedad.
Dicha firma alteró la información contable, como es bien sabido; no fue transparente, ni ética, con sus accionistas y demás grupos de interés, que es todo lo opuesto a la RSE, y causó enormes perjuicios al sistema público de auditoría, a los mercados bursátiles y a la humanidad, demostrando a todas luces que sus acciones filantrópicas eran apenas un sofisma de distracción para limpiar su imagen.
Así las cosas, una empresa puede realizar donaciones, con la más encomiable filantropía, sin ser socialmente responsable, y, a la inversa, puede serlo, con la más auténtica RSE, sin que haga donaciones o algo por el estilo.
“La clave es trabajar en las tres dimensiones de la sostenibilidad”, insiste.
Con los grupos de interés
Entre las buenas prácticas empresariales está, en primer lugar, el Gobierno Corporativo o Buen Gobierno, para el cual se dispone de un código basado en la transparencia y, como lo dice su nombre, en la sana administración, la misma que debe garantizarse a accionistas, inversionistas y mercado en general.
Según Karakatsianis, es un error creer que tales acciones son exclusivas de grandes empresas o entidades financieras, puesto que deben ser comunes a cada organización social, incluso el gobierno, el Estado o el sector público, y el llamado Tercer Sector, como las fundaciones. En Colombia, a propósito, la reforma al mercado de valores estableció regulaciones en tal sentido, como la protección a los derechos de los accionistas minoritarios.
El gobierno es otro grupo de interés, con el que también debe ejercerse la RSE. ¿Cómo? Cuando se pagan impuestos, por ejemplo. O no evadir el pago, según ordena la ley. Pero, la RSE va mucho más allá del cumplimiento de la ley o, en el caso citado, del pago de impuestos. ¿Por qué? Resulta obvio: cumplir la ley es una obligación, o sea, de carácter obligatorio, mientras la RSE es voluntaria, por un mandato ético antes que por mandato legal. Es lo que sucede, verbigracia, cuando los ciudadanos pagan más impuestos en forma voluntaria. O que los gremios o empresas den su apoyo al Estado en la solución de problemas sociales (en educación, salud, vivienda, etc.).
¿Y cómo ser socialmente responsables con los proveedores? Al respecto, Karakatsianis subraya que el citado código de buenas prácticas, al igual que con los otros grupos de interés, aparece en el reporte del GRI, cuya metodología no duda en recomendar. Ahí se establece, en particular, que haya un trato justo y equitativo con los proveedores, lo cual se traduce en acciones concretas, específicas: pagarles a tiempo, no que se abuse con largos períodos después de entregar su mercancía, y honrar los compromisos adquiridos con ellos, respetando sus derechos en la negociación, sin ser víctimas de la discriminación.
En cuanto a los clientes o consumidores, la RSE se ejerce de múltiples maneras. Una de ellas es suministrarles la información correcta sobre el producto o servicio que les ofrece la empresa. En la industria del tabaco, por ejemplo, hay que alertar sobre el efecto nocivo del cigarrillo en la salud, como se hace a través del mensaje de rigor que aparece impreso en las cajetillas. De igual forma, se va más allá de la ley al ampliar la información sobre tales perjuicios, al divulgar incluso sobre otras alternativas de consumo y al asegurarse de que ciertos públicos, como los menores de edad, no tengan acceso al producto, ni siquiera a la publicidad de sus marcas. Es lo que se conoce como responsabilidad del producto, según el código del GRI.
Por último, está la comunidad, grupo de interés por excelencia. Con ella, la empresa debe ser responsable, más aún cuando recibe la licencia social para operar. ¿Cómo? Los medios de ejercer aquí la RSE van desde la simple generación de empleo hasta que éste sea digno y de calidad; desde la generación de ingresos que permitan a sectores de bajos recursos montar sus empresas, en ocasiones para que sean sus proveedores, mejorando las condiciones de vida, hasta ayudar al desarrollo de la infraestructura por parte del Estado, como la construcción de una escuelita o del alcantarillado en una vereda.
Y es tan enorme la RSE con la comunidad –subraya Karakatsianis- que debe pensarse qué hacer cuando la firma desaparezca, no sea que su extinción o traslado cause el colapso de la región, como ha ocurrido en muchas ocasiones anteriores.
Foto: Google Plus
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