“Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Declaración de la Independencia de Estados Unidos, 4 de julio de 1776
La muerte de George Floyd remueve una herida que sigue latente. No se trata de algo nuevo. Pero este caso tiene un gran impacto mediático gracias a las imágenes captadas por el teléfono móvil, las redes sociales muestran sin filtro como fueron los hechos.
La muerte de afroamericanos en manos de agentes de las fuerzas públicas pone de manifiesto una vez más la necesidad de abordar la discriminación en todas sus formas, incluida la racial, además de convocarnos a debatir profundamente la relación y el vínculo entre racismo y pobreza.
La muerte de George Floyd no puede ser ignorada. Familiares y amigos piden que se realice una investigación independiente para asegurar el procesamiento y castigo de los autores. Cuatro policías fueron separados de las fuerzas –digamos que fueron “despedidos”- lo que demuestra un alto nivel de racismo institucional y estructural, ya que deberían ser, al menos, detenidos y, teniendo como evidencia el video, acusados de asesinato.
Ante el pedido de respuesta por parte de la ciudadanía, la Federación de Agentes de Policía de Minneapolis a través de un comunicado advirtió que los agentes involucrados estaban cooperando en la investigación y que “no es el momento de apresurarse a llevar adelante un juicio”, pidiendo tiempo para examinar las acciones de los agentes. La pregunta es: ¿se avalaría el mismo proceder si la situación fuese al revés: hombre blanco muerto en manos de un hombre negro?
George Floyd, un hombre afroamericano de 46 años, a quien le gustaba el básquet y el fútbol, y en cuya ciudad tenía cierto reconocimiento dentro del movimiento de raperos. Según amigos y conocidos, era un hombre tranquilo y pacífico; en un video se ve a Floyd -en primerísimo primer plano- hablando a las nuevas generaciones sobre cómo lidiar con el racismo. Paradójicamente, poco después muere en manos de un policía blanco.
La ciudadanía sale a las calles y pide justicia. Las réplicas en diferentes ciudades demuestra indignación, enojo y repudio; cierto es que estos deberían ser los sentimientos de todos los norteamericanos, sin embargo no todos están de acuerdo con que el problema recurrente sea el racismo y la impunidad. Y ahí reside el gran problema. En un tuit, Barack Obama se expresó acerca del caso George Floyd: “Esto no debería ser normal en los Estados Unidos de 2020. Si queremos que nuestros hijos crezcan en una nación que vive acorde con sus más altos ideales…” aseguró, y continúa “…trabajar juntos para crear una nueva normalidad”. Por aquí es el camino, pero hasta que la mayoría lo comprenda quizás pasen otros cien años, sobre todo si tenemos en cuenta los discursos racistas televisados y propagados como fuego en el bosque.
¿Qué pasa con los discursos racistas que difunden a diario los medios, por no mencionar el racismo institucionalizado por las máximas autoridades del país? Claro, pueden existir diferentes interpretaciones, hay varias maneras de contemplar estos incidentes de discriminación y racismo. Y hay una que puede ser muy peligrosa, una que es obstinadamente optimista: cuando se remite a que las cifras han bajado, como si deberíamos aceptar una muerte, simplemente por ser una. Aunque no es el caso. El uso excesivo de la fuerza por parte de la policía contra los afroamericanos en Estados Unidos ocurre con regularidad: Trayvon Martin (17) Florida, Michael Brown (18) Misuri, Ezell Ford (25) Los Angeles, Eric Garner (43) Nueva York, Tamar Rice (12) Ohio, Tony Terrel Robinson (19) Wisconsin, Freddie Gray (25) Minneapolis. La evaluación de la magnitud del racismo depende siempre del contexto nacional del encuestado.
Varios informes se llevan a cabo por parte de organismos internacionales. La publicación del informe 2018 de Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “Violencia policial contra afrodescendientes en Estados Unidos”, recorre una línea de tiempo en la que muestra los excesos de la fuerza de seguridad hacia la ciudadanía, y expone que los afroamericanos tienen tres veces más probabilidades de ser asesinados por agentes de la ley.
La confianza en los agentes de las fuerzas públicas está en declive. Existe una tendencia general por parte de los afroamericanos cuya legitimidad se basa en el miedo. Aquellos que leen las novelas escritas por dos escritores afroamericanos de renombre -Chester Himes y Walter Mosley- lo saben muy bien, porque relatan desde la profundidad de Harlem y Los Angeles respectivamente, las travesías de los negros en los suburbios de las ciudades. Chester Himes, el escritor que dio vida a Gordon Lee, protagonista de la novela “Una cruzada en solitario” y quien introdujo el racismo en el género literario, dijo en una entrevista: “si eras joven, varón y negro en Estados Unidos, lo mejor que podías hacer cuando un blanco te dirigía la palabra era quedarte más quieto que una poste de luz y mirarle como si fueras un borrego. El mero parpadeo autorizaba al blanco a pegarte un tiro”.
No podemos ser ilusos y pensar que el racismo y la discriminación desaparecerán por arte de magia. La única manera posible es llevar adelante acciones sistemáticas, coordinadas y coherentes en los tres niveles de estado: local, provincial y nacional, y que todos compartan el objetivo de promover en estados Unidos la cultura de la diversidad y de la integración social.
La gran pregunta es ¿cómo se sale de este laberinto racial?
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