Dos semanas después de abandonar su casa en la ciudad siria de Kobani, Tarifa ha logrado por fin reunir a sus agotados y hambrientos familiares en el campamento de refugiados de Qushtapa, al que han llegado en minibús.
Cuando en septiembre pasado los milicianos del EI lanzaron su ofensiva contra Kobani, 190.000 sirios de esta ciudad limítrofe huyeron a Turquía. Unos 14.000, entre los que figuraban Tarifa, de 40 años y nueve parientes de 3 meses a 60 años de edad, siguieron viaje para reunirse con los 215.000 conciudadanos que se fueron asentando en el Kurdistán iraquí desde el estallido de la guerra civil siria en 2011.
Tarifa viajaba en uno de los 11 minibuses cargados de kurdos sirios que llegaron dos horas después de la caída del sol al campamento de Qushtapa, en la gobernación de Erbil. Muchos de ellos parecían escuchar las instrucciones impartidas por altavoz entre adormecidos y confusos, los niños lloraban en los brazos de las madres.
Al entrar al campamento los acogió el personal del Concejo Danés para los Refugiados, que administra el campo por el ACNUR. Se registraron para recibir mantas, colchonetas, almohadas, jabón, cepillo y pasta dental, lonas de plástico y luego se dirigieron a una enorme tienda comunitaria para pasar la noche.
Tarifa y los suyos guardaron todo lo recibido en cuatro grandes bolsas. Casi toda la ropa que llevan es donada, porque al huir de Kobani apenas tuvieron tiempo de agarrar los documentos y algunas pertenencias. “No pudimos ni cerrar la puerta con llave”, dice su cuñada Nawroz. “Estamos exhaustos pero nos consideramos muy afortunados porque toda la familia ha logrado salvarse”.
El pariente más mayor, Luqman, tiene 60 años y hubo que transportarlo de Siria a Turquía porque estaba enfermo. Como muchas de las familias que prefirieron entrar en Irak a quedarse en Turquía, al tener familiares en el Kurdistán iraquí esperan poder conseguir trabajo.
Por ello que muchos de quienes entran a Irak desde Kubani no se alojan en los campamentos de refugiados. Pasan solamente la primera noche y a la mañana siguiente siguen viaje para reunirse con familiares o instalarse en una ciudad en la que se necesite mano de obra.
Menos de una hora después de ingresar en Qushtapa, Tarifa y su familia se instalan en la tienda para la noche. Un triciclo de motor les trae dos ollas inmensas de arroz y salsa de tomates. Para tomar la cena (la segunda comida caliente desde que esta mañana pisaron la frontera), la familia se sienta en las lonas de plástico. Un médico y una enfermera entran en la tienda para revisar a Tarifa, que dice tener tos.
“Hasta ahora todo ha salido bien”, asegura Whycliffe Songwa, coordinador de ACNUR en el terreno. “Al ritmo actual hay espacio suficiente para hacer frente a los ingresos, pero si de pronto se incrementaran, la disponibilidad de tiendas podría convertirse en un problema”.
Además de los desplazamientos de población desde Siria, de enero hasta la fecha el conflicto ha dejado unos 1,8 millones de desplazados internos iraquíes, más de la mitad de los cuales han preferido entrar al Kurdistán. El nuevo flujo desde Siria ha obligado a recalcular los planes de contingencia y a programar la probable expansión de dos campamentos de refugiados.
Como casi la mitad de los recién llegados, Tarifa y su familia no tienen pensado permanecer en el campamento. “Todavía estoy confundida por todo lo que ha pasado y no logro decidirme, pero con la ayuda de Dios volveremos a Siria”. A medianoche llegan de la frontera otros nueve buses y la familia toma una decisión. Cargan los bultos de lo poco que tienen y algunos parientes los llevan en coche a buscar refugio provisorio en una ciudad cercana.
Bathoul Ahmed y Ned Colt desde el Campamento de Refugiados de Qushtapa, Irak.
Gracias a la Voluntaria en Línea Delia Tasso por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.
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