Las pasiones del alma es la última obra publicada de Descartes estando vivo. Se publicó en el año 1649 y el filósofo francés falleció en 1650. Descartes en este libro parte de la fisiología humana tal como se conocía en el siglo XVII y reflexiona también acerca de la unión de alma y cuerpo. Sus pensamientos sobre moral conforman también el contenido de esta obra. Las pasiones, según Descartes, son útiles para la existencia y no impiden el ejercicio de la razón o de la prudencia.
Si bien pone de manifiesto que las falsas opiniones son perjudiciales para los hombres y las mujeres. Para este pensador el universo de los sonidos musicales es también el de las mismas pasiones. Esto ya lo afirma en un escrito de juventud. Está convencido el fundador del racionalismo de que la sede de las pasiones no está en el corazón.
Atisba la función de los nervios o del sistema nervioso del organismo en relación con la actividad de la bomba alojada en la cavidad torácica. También escribe acerca del nervio óptico y de otros nervios del cuerpo.
No acierta en cambio con la función de la glándula pineal que no es el eje de comunicación entre las sustancias del alma y el cuerpo. Piensa que las pasiones son causadas por los espíritus presentes en las cavidades del cerebro. Como se puede observar son explicaciones erróneas y claramente espiritualistas acordes con su defensa de la existencia de Dios y su afirmación del argumento ontológico de San Anselmo.
Respecto a la memoria las explicaciones de Descartes son curiosas e ingeniosas, si se tiene en cuenta el desconocimiento de la fisiología cerebral propio de su siglo. Escribe que «Así, cuando el alma quiere acordarse de algo, esa voluntad hace que la glándula, inclinándose sucesivamente hacia diversos lados, impulse a los espíritus hacia diversos lugares del cerebro hasta que encuentren aquél donde están las huellas que ha dejado el objeto del que uno quiere acordarse». Descartes enumera las pasiones y son muchas según su planteamiento. Describe la admiración, el amor y el odio, el aprecio y el menosprecio, el deseo, la esperanza, el temor, los celos y la desesperación, entre otros. Aunque considera que hay seis pasiones primitivas. Está seguro de que existen más clases de amor que de odio. Algo en lo que estoy de acuerdo. El mal es más simple y menos diverso en su esencia que las formas de afecto en un sentido amplio.
El deseo para Descartes está unido al pensamiento del porvenir y a lo que se considera conveniente. Por supuesto, que para Descartes no hay duda de que existen diversos tipos de deseos, en relación con el fin o propósito buscado o pretendido.
Escribiendo del gozo indica Descartes que «el pulso es regular y más fuerte que de costumbre, pero ni tan fuerte ni tan grande como en el amor». De todas maneras, incluso contando con la fuerza de las pasiones se puede conservar la tranquilidad de la mente o del alma. Ya que proviene de una conducta virtuosa e irreprochable que ha seguido los preceptos de su moral provisional que se fundamentan en el buen sentido o en la razón y la prudencia.
Las reglas o máximas de la moral cartesiana son muy claras. La primera es obedecer a las leyes del país en que se viva y sus costumbres. La segunda es ser lo más firme y resuelto que se pueda una vez tomada una decisión. Y la tercera afirma la necesidad de vencerse a sí mismo más que al mundo. En definitiva, es una moral de carácter estoico y que se basa en la moderación y en la resistencia ante los avatares de la vida. También es una ética positiva que se funda en la razón y en el buen juicio en relación con la realidad en la que estamos inmersos.
Ciertamente, el término medio de la ética aristotélica concuerda con lo planteado por Descartes si se piensa en la mesura y en el equilibrio necesario, de modo general, en las conductas humanas.
Las pasiones son necesarias y no son algo opuesto a la razón. Lo mejor es que seamos apasionados y a la vez sepamos dirigir las conductas siguiendo la razón también. Ya que el control de los sentimientos facilita una existencia más agradable y tranquila, algo deseado también por Descartes en su propia vida como filósofo.
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