Escribir sobre migrantes es duro, tal vez porque en México somos especialistas en cruzar fronteras.
La entrada masiva de miles de centroamericanos a territorio nacional durante los últimos 6 meses ha sembrado el debate en este país donde la migración es parte de un ADN que está incrustado en esas ganas de soñar con aventurarse a los cambios de vida.
Las caravanas madres que han entrado en México abrieron el debate sobre varios frentes para polemizar sobre la presencia de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños principalmente.
Mientras el debate divide a una sociedad mexicana contradictoria y por momentos con tintes de racismo centroamericano, la implacable Bestia sigue llevando en su lomo a miles de hombres, mujeres y niños que van encadenando la esperanza de sobrevivir a la siguiente parada, donde no saben si encontrarán a la “migra” o si hallarán comida y ayuda.
México es un país donde a la mayoría de sus habitantes los ha tocado de alguna manera el llamado sueño americano de intentar o tener familiares o amigos que al menos en una ocasión han cruzado la frontera con Estados Unidos.
Los centroamericanos en México reflejan no sólo la inercia de una política mal lograda en esta parte de Latinoamérica donde los excesos de corrupción y extrema pobreza han condenado a estos pueblos a salir y dejar patria, casa, familia.
Los migrantes deambulan en diferentes zonas del territorio mexicano.
Ahora viajan en bloque, con intereses encontrados, algunos con fines de lucrar, otros con la firme entereza de llegar y tal vez los más débiles sólo con la expectativa de sobrevivir.
Se les mira principalmente en el sur y norte del país. Cada uno escribe su propia historia de vida de acuerdo a lo rudo o lo bueno que hallen en su camino.
El cambio de gobierno en México hasta ahora no contuvo esta situación.
En la frontera sur con Guatemala, los operativos se han incrementado y las políticas de retención y deportación también se han endurecido.
Sin embargo, nada de esto ha podido frenar estas caravanas inmunes a la fuerza policial, no así a las hordas delincuenciales que se encuentran a su paso por tierras mexicanas. Ante el crimen organizado siguen siendo presas fáciles de caer en la irreversible fuerza del narcotráfico o la trata de personas.
Muertes, nacimientos y muy pocas victorias se hallan en las bitácoras de vida de estos migrantes que van sorteando el destino en un recorrido confuso, en el que hay muchas deserciones y pocos encuentros.
Los dramas no escapan y muchos de éstos ni si quiera son difundidos ni documentados ante el anonimato de miles de ellos que son estadística muerta en sus propios países.
Una pareja de hermanos de nacionalidad hondureña de 12 y 10 años respectivamente deciden emprender camino hacia el otro lado del río, rumbo a México.
Escapan de algo simple que a la vez dibuja la crudeza de sus vidas: La pobreza.
Llevan con ellos sólo su lazo de hermandad y la protección mutua para aguantar el duro camino.
Montados en el tren de la muerte, mejor conocido como La Bestia, ambos se pierden entre las miradas de los cientos de migrantes que se amotinan para hallar el mejor lugar donde aguantar las horas de calor.
Estos niños son vencidos por el cansancio; el mayor de ellos pierde el equilibrio y viene la tragedia. Cae a los rieles del tren e instantáneamente pierde una de sus piernas.
El tren sigue su rumbo, aquí nada se detiene, ni la vida misma, es la ley del migrante, seguir, aunque muchos de ellos, se queden en el camino.
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