Ernesto Salinas, quien fuera coordinador del Pacto Global de Naciones Unidas para Colombia, explica en qué consiste este decálogo empresarial sobre derechos humanos y laborales, protección del medioambiente y lucha contra la corrupción, donde la ética es la variable fundamental del mercado, la economía y, en general, la sociedad.
¿Un pacto con el diablo?
Cuando el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Koffi Annan, lanzó el Pacto Global –Global Compact– durante el Foro Económico Mundial de Davos en 1999, hubo quienes lo tildaron de loco. “Está haciendo un pacto con el diablo”, le dijeron.
Y no era para menos. En ese entonces se daba cierta satanización de las empresas por el culto en boga al mercado, al libre comercio, sin ponerle cortapisas al sector privado a través del intervencionismo de Estado, considerado obsoleto por el neoliberalismo.
Pero, Annan no se dio por vencido. Al contrario, propuso como lema de ese Pacto Global la unión entre “el poder del mercado con la autoridad de los valores universales”, o sea, un mercado con principios éticos, con valores, lejos del mercado ciego, sin valor.
Mejor dicho, el Pacto Global encarna la ética empresarial, uno de cuyos instrumentos es precisamente la Responsabilidad Social Empresarial. Veamos por qué y cómo.
El papel de los empresarios
En realidad, la iniciativa surgió –según Ernesto Salinas, ex coordinador del Pacto Global para Colombia- de la preocupación de la ONU sobre la situación mundial, traducida en pobreza, deterioro ambiental, violencia…, cuyas cifras son alarmantes.
Más aún, el Pacto reconoce la incapacidad de los gobiernos para resolver tales problemas, por lo cual es indispensable la participación de la sociedad en su conjunto, en especial la del sector privado, en temas como derechos humanos y laborales, consagrados en los principios universales de las Naciones Unidas.
Que los empresarios participen en el desarrollo de los pueblos, pero concibiendo al desarrollo más allá de la visión elemental del crecimiento económico para introducirle otros elementos básicos como la educación, la esperanza de vida, etc., en que insisten de tiempo atrás autores como Amartya Sen y Samuelson, entre otros.
Según esta nueva doctrina, el mercado sí es capaz de generar bienestar y, a diferencia de la teoría clásica (en la que siempre habrá ganadores y perdedores), es posible crear una sociedad de ganadores, o sea, un mercado que distribuya las oportunidades e incluso las utilidades entre todos, no entre unos pocos.
“Esto solo se logra –dice Salinas, citando a Sen- si el mercado tiene una ética y si ésta es la variable fundamental que rige al mercado, a la economía y a toda la sociedad.
Nueva ética empresarial
De ahí que el Pacto Global se estructure con base en diez principios –El decálogo de los tiempos modernos, ha sido llamado-, fundamento a su vez de esa nueva ética empresarial que se pretende extender a todas las empresas en el mundo, sin excepción.
¿Cuáles son esos principios? Se relacionan con los derechos humanos, en primer término. Que los empresarios se conviertan en sus defensores, no en cómplices de su violación, en cumplimiento de convenciones previas de la ONU, suscritas por los distintos gobiernos.
Y relacionados con el medio ambiente, claro. Que sean también defensores del desarrollo sostenible, de tecnologías limpias, de manera que no usen tal o cual tecnología si no están seguros todavía del impacto que tendrá su uso en la naturaleza.
Los derechos laborales, por su parte, son piedra angular del decálogo. Respetar, por ejemplo, el derecho de asociación, universalmente aceptado y proclamado por la OIT (una de las agencias de la ONU, igual que el PNUD, la Onudi, el PNUMA y la ODC).
De hecho, Salinas aclara que al respecto ha habido cambios porque ya se ha pasado de los sindicatos empresariales a sindicatos sectoriales o sindicatos-país para convertirse en actores del cambio social, de la misma responsabilidad social.
Hay que erradicar, además, el trabajo infantil, diseñando estrategias para que los niños, “sacados” del trabajo (al que suelen recurrir por las dificultades económicas de sus familias) tengan otras alternativas como el estudio, con el apoyo de sus padres, las empresas y las escuelas. Y que el trabajo sea decente, respetando la dignidad del ser humano.
Tan pronto se lanzó el Pacto Global en 1999, lo firmaron 32 compañías multinacionales, número que se multiplicó en forma acelerada.
La inversión responsable
El 27 de abril de 2006, Kofi Annan abrió la rueda respectiva en la Bolsa de Nueva York, lanzando los principios de inversión responsable que hacen eco en cierta forma al Pacto Global lanzado en 1999 durante el citado foro de Davos (Suiza).
Allí estaban reunidos los más importantes inversionistas del mundo, como los fondos de pensiones, que acogieron de inmediato su propuesta y anunciaron que destinarían cuantiosos recursos a la compra de acciones de empresas que demostraran ser socialmente responsables.
Como si fuera poco, el mismo acto, con idéntica reacción a favor y con los compromisos debidos por parte de los inversionistas, se replicó después en las bolsas de París, Londres y Tokio, es decir, en los principales mercados bursátiles.
“Eso demuestra que la ética empieza a regir a la economía”, explica Salinas, quien agrega que la RSE “es el instrumento para operacionalizar esa ética”, o sea, para llevarla a la práctica en las empresas”.
“Es una economía ética, del bienestar, de la elección social, de ganadores”, agrega.
En realidad, todo indica que esto viene generando cambios de fondo entre inversionistas y bancos de segundo piso u organismos internacionales que hacen préstamos al sector privado, como la Corporación Financiera Internacional –IFC-, del Banco Mundial, entidad que incluyó la RSE entre las condiciones para sus créditos.
“Si una empresa va al mercado por dinero, le dicen que sí pero con la condición de que le agregue valor a la sociedad”, afirma Salinas con base en la experiencia observada en diferentes países durante los últimos años.
Un cambio similar, además, empieza a presentarse entre los consumidores, quienes parecen estar pasando de la racionalidad económica, basada por lo general en menor precio, a la exigencia de calidad de los productos y, por último, la racionalidad basada en el consumo responsable, prefiriendo comprar a aquellas empresas que sean socialmente responsables.
Hay una especie de castigo o premio en el mercado a partir de la RSE, por lo visto.
La firma del Pacto
¿Cómo se suscribe una empresa –es la pregunta de rigor- al Pacto Global? No hay que pagar, para empezar. O no tiene ningún costo, aunque a veces los procesos emprendidos, sobre todo en responsabilidad social, impliquen algunos gastos de financiación.
Existe el compromiso, sin embargo, de cumplir los principios mencionados, según debe constar en la Carta de Adhesión a cargo del presidente de la empresa, la cual tiene que enviar un informe anual que comprende Balance Social, Reporte de Sostenibilidad del GRI (que comprende aspectos económicos, sociales y del medioambiente) e Informe del Pacto Global, los cuales tienden a unificarse.
¿Se da acaso un seguimiento de la ONU para verificar que dichos informes corresponden a la realidad? No. El único control es el de la sociedad, de los grupos de interés o stakeholders y hasta del mundo porque esa información, ya sistematizada, se expone en un reporte que tiene divulgación internacional, como si fuera información pública.
De hecho, existe una guía sobre lo que significa entrar al Pacto Global, como es abrir la posibilidad de acceso a una serie de instrumentos que ayudan a las empresas a reflexionar sobre sus políticas de derechos humanos, laborales, etc., y ejecutar en consecuencia una política coherente de RSE, gestionándola como un fenómeno organizacional interno y externo.
Tales procesos se desarrollan en las empresas desde las áreas de Recursos humanos o Relaciones industriales, Relaciones públicas o Seguridad, cuando no es que se crean departamentos especializados en RSE, como viene sucediendo cada vez más.
“La RSE –dice Salinas- debe ser una perspectiva al interior de todas las empresas, de tipo transversal, porque todas las acciones de la empresa deben ser socialmente responsables”, lo cual en su opinión genera valores organizacionales muy importantes, como la lealtad y la mayor productividad de los trabajadores.
“Así, cuando los empleados saben que su empresa es responsable socialmente, cambia su relación con ella porque los estimula más a contribuir en su crecimiento y, por ende, a que crezca su función de mayor aporte social”, agrega.
Aunque de algunas empresas que firman el Pacto “no se vuelve a saber nada en la ONU”, en la mayoría confirman, a través de sus informes que la opinión pública puede verificar, cómo el tema de la RSE sí sube de nivel, asumiéndose desde la presidencia o la gerencia y desde las propias juntas directivas.
Las empresas se dan cuenta, además, de que ciertas acciones son de RSE aunque no las consideraban como tales por ser dispersas o incoherentes, y terminan distinguiendo entre RSE y filantropía, “que es acaso –concluye- lo más importante”.
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