El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “un hombre y una mujer, unidos en matrimonio forman, con sus hijos, una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella”.
El pacto matrimonial es uno e indisoluble de un solo hombre con una sola mujer y es para toda la vida.
Conviene que sea indisoluble por el bien de los hijos. Recuerdo con cierta amargura el desequilibrio psicológico de los hijos de un matrimonio de divorciados. El divorcio deja la puerta abierta a las costumbres mas viciosas en la vida pública y privada.
La unidad del matrimonio es una donación total y exclusiva que funda una comunidad de amor. La entrega total que exige el matrimonio sólo es posible entre un hombre y una mujer.
La educación de la prole es la única y principal finalidad del matrimonio. El matrimonio es una donación desinteresada por encima de todo.
El matrimonio es la célula de la sociedad y motor de la economía. La fidelidad conyugal no ha pasado de moda, es concorde con la naturaleza del matrimonio que es fuente de íntima y verdadera felicidad.
Existe un ataque infame contra la institución matrimonial. El poder civil ha de considerar como obligación suya promover la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla.
La familia es el punto neurálgico de la sociedad, que se apoya en ella para su desarrollo integral.
Se podría resumir afirmando que todos los que defienden la inviolable estabilidad del matrimonio están prestando un gran servicio, tanto en el bienestar propio de los esposos y sus hijos, como al bien público de la sociedad humana.
“Yo he conocido muchos matrimonios felices, pero ni uno solo compatible. Toda la mira del matrimonio es combatir durante el instante en que la incompatibilidad se hace indiscutible y sobrevivirlo” afirma el escritor y periodista británico Gilbert Keith Chesterton.
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