Manuel Escudero, actual Asesor Especial del Pacto Global de Naciones Unidas tras haber sido su Director Mundial de Redes Locales, explica en qué consiste este compromiso de las empresas y demás organizaciones colectivas (gobiernos, universidades, etc.) con su responsabilidad social, destacando especialmente los múltiples beneficios que les genera.
Un pacto global, pero local
Manuel Escudero era profesor del Instituto de Empresa en Madrid (España), una escuela de negocios que suele estar, en rankings como el del “Financial Times”, entre las mejores del mundo. Y mientras daba clases de entorno económico y de análisis político internacional, ejerciendo en ocasiones cargos directivos, emprendió la tarea de organizar el Pacto Global en su país, con el apoyo de algunas empresas y fundaciones de prestigio.
“Durante dos años construimos la experiencia española”, dice. Con tan buenos resultados que de Naciones Unidas le propusieron asumir el cargo de Director Mundial de las Redes Locales del Pacto Global de esa organización, donde vio con satisfacción cómo se multiplicaban esas redes locales a escala mundial.
“Aunque el Pacto sea global -explica-, es prácticamente local en todo el planeta al acoger gran diversidad de situaciones, de entornos culturales y políticos, con igual respuesta de todos lados”.
En la actualidad, Escudero sigue como Asesor Especial del Pacto Global, una iniciativa de Naciones Unidas que cuenta con el respaldo de los gobiernos en representación de sus países respectivos.
Según él, tiende a creerse que los gobiernos nada tienen que hacer en materia de Pacto Global o de la misma Responsabilidad Social Empresarial, entendida como asunto exclusivo de las empresas o del sector privado. Pero, no. El gobierno, en su opinión, tiene elementos básicos para asegurar la sostenibilidad o estabilidad en el largo plazo, algo indispensable para las compañías que aspiran a ser buenos ciudadanos corporativos, socialmente responsables.
Las empresas públicas, por su parte, deben suscribir igualmente el Pacto, acogiendo así sus principios de transparencia y respeto de los derechos humanos, laborales y mediambientales, universalmente aceptados por la Organización Internacional del Trabajo, OIT.
“Las empresas públicas tienen, en ocasiones, tanto o más poder que las privadas”, enfatiza.
El nuevo paradigma empresarial
Aunque el Pacto Global es reciente, con menos de dos décadas encima (fue lanzado en 1999 durante el Foro Económico de Davos, en Suiza), ya se ven resultados positivos. Por ejemplo, en sus máximos órganos de dirección suelen coincidir los más poderosos representantes empresariales y sindicales, prueba cabal -según Escudero- de que unos y otros, en sus empresas, aceptan esta nueva realidad que llegó para quedarse: la RSE como gestión de riesgos y fuente de oportunidades.
“Estamos ante un nuevo paradigma de la gestión empresarial, el cual implica Responsabilidad Social Empresarial”, sentencia mientras observa que nadie puede ser ajeno a este proceso de cambio en el mundo.
Ni la academia -anota-, puesto que las principales escuelas de negocios ya se empezaron a dar cuenta que la RSE debe ser un elemento transversal de la educación de los futuros profesionales, ni mucho menos sectores económicos como el financiero, más aún cuando los fondos de pensiones, que están entre los mayores inversionistas, comienzan a pedir información a las empresas sobre su pleno cumplimiento de los principios del Pacto Global, así como la presentación de reportes o informes de acuerdo con los lineamientos del Global Reporting Initiative -GRI-, como empresas preferentes para su inversión.
“Los inversionistas –subraya- empiezan a decir que la responsabilidad social en representa para las empresas un bonus financiero por menores riesgos y, por tanto, mayor acceso a los propios fondos de inversión”.
En su opinión, la RSE no sólo es un buen negocio sino el mejor negocio, a mediano plazo, para la empresa.
Un proceso gradual
Con el espíritu didáctico que caracteriza a un profesor universitario, Escudero explica que el Pacto Global es un proceso gradual, a través del cual las empresas que lo firman reflejan los principios del Pacto en su estrategia y sus operaciones.
No es algo que se logra de la noche a la mañana -aclara- puesto que implica cambios de fondo en las compañías para volverse responsable en derechos humanos, alcanzar y mantener estándares internacionales sobre aspectos laborales y del medio ambiente, luchar contra la corrupción, etc.
“Es un proceso gradual, pero tiene que ser serio”, advierte. La seriedad a que se refiere contempla, sobre todo, una medida fundamental: que las empresas publiquen cada año un “informe de progreso”, donde se registran cómo avanzan en la implementación del Pacto-
Más aún, tales informes, que se reportan a la oficina del Global Compact en Nueva York, no es para que allí evalúen su contenido, sino que esa labor debe estar a cargo de los llamados stakeholders, o sea, los grupos afectados con la actividad de la empresa, desde sus trabajadores y las comunidades locales hasta la sociedad civil en su conjunto y los mercados financieros.
En esta forma, el Pacto se ha convertido no sólo en la iniciativa más grande sobre ciudadanía corporativa en el mundo, sino la que más informes de cumplimiento recibe, por lo cual es de obligada consulta entre los principales inversionistas para tomar sus correspondientes decisiones de inversión.
De otra parte, niega que sea un club de excelencia, para unos pocos, en contra de quienes aducen que de él forman parte sólo las grandes empresas o multinacionales. No. A él están suscritas numerosas pequeñas y medianas compañías –Pymes-, cuyo aumento a propósito es cada vez mayor, mientras desde la ONU se intenta desatar “una ola gigantesca de empresas que se conviertan en buenos ciudadanos corporativos”.
¿Por qué?, es la pregunta de rigor. “Porque pensamos -responde- que el único modo de que la globalización tenga un impacto positivo, en el sentido de ser sostenible e incluyente de todos los ciudadanos, sólo puede lograrse así”.
“Nunca habrá una legislación mundial al respecto. Tenemos que partir del interés de las empresas por acogerse a dichos valores”, dice, precisando a continuación los enormes beneficios que tienen por hacerlo: en primer lugar, la gestión de riesgos, pues los actuales mayores niveles educativos y de información exigen a las empresas ser responsables para poder operar, y, en segundo lugar, por las nuevas oportunidades que les representa el nuevo entorno social y ambiental, contribuyendo a que éste sea estable si quieren obtener beneficios sostenibles a mediano plazo.
La RSE es, en fin, una fuente de generación de valor para la empresa por ser un buen ciudadano corporativo.
Guía del buen ciudadano corporativo
Según Escudero, el Pacto Global sirve de marco, a través de sus principios, para desarrollar políticas y proyectos específicos que hacen de la empresa un buen ciudadano corporativo.
Y explica: ese nuevo concepto de la empresa va más allá de su objetivo tradicional, enunciado en los textos de microeconomía, según el cual hay que maximizar las utilidades pensando sólo en el corto plazo, para mirar más bien hacia el largo plazo, respetando el entorno donde se mueve la compañía.
Así las cosas -añade-, ahora estamos ante otro paradigma en el mundo de los negocios: la empresa debe ser sostenible, o sustentable, noción que se entiende asimismo como la generación de valor tanto para la empresa como para la sociedad en que se encuentra, asumiendo a plenitud su carácter de organización social.
De ahí el Pacto Global precisamente, por el cual la empresa se compromete a adoptar sus principios por medio de la declaración, firmada ante Naciones Unidas, sobre el respeto a los derechos humanos y laborales, la preservación del medio ambiente y la lucha contra la corrupción, entre otros aspectos fundamentales.
Es el ideal de un mundo mejor, claro. Pero, que se está haciendo realidad, llevado a la práctica, según lo confirma el acelerado crecimiento del Pacto Global desde su creación, el cual por cierto es mayor en los países emergentes y en desarrollo, acaso porque el compromiso de las empresas, expresado en dicho Pacto, tiene que ser también mayor porque nuestros problemas sociales (pobreza, desigualdad, violencia, etc.) lo son en grado sumo.
“Estamos construyendo entre todos, con el apoyo de las empresas, una comunidad sostenible, socialmente responsable”, afirma Escudero, quien insiste en que el Pacto no sólo debe ser global sino regional y local.
Las compañías multinacionales, verbigracia, deben cumplir las normas acordadas sobre erradicación del trabajo infantil y lucha contra la corrupción, tanto en sus países de origen como en sus filiales en el exterior, donde a veces las violan.
De la teoría a la práctica
En síntesis, hay que pasar de las palabras a los hechos. No quedarse en la simple declaración de los principios, por importante que esto sea. No. Actuar, sí, en forma responsable ante la sociedad, o sea, ante los diferentes grupos sociales o stakeholders: empleados, consumidores, proveedores, comunidad…
A tales grupos -reitera Escudero-, las empresas tienen que rendir cuentas, sin olvidar que el núcleo de su interés son sus propios trabajadores o empleados. Que haya, por consiguiente, una alianza entre el capital y el trabajo. O que haya corresponsabilidad en el Pacto, mejor dicho.
Según él, la RSE es la nueva visión del pacto social en el siglo XXI, por el cual la empresa es vista no sólo como productora de riqueza sino por sus beneficios para toda la sociedad. “Ésta es la gran apuesta de la RSE”, observa.
Para ello, se requiere que las empresas den información, es decir, que haya transparencia, reportando sus informes a aquellos grupos de interés, los cuales a su turno deben realizar el escrutinio correspondiente, un escrutinio social, en nombre si se quiere de la sociedad, de los intereses de la comunidad o del bien común.
“Las empresas deben ser vigiladas por la sociedad”, dice al tiempo que sostiene con la visión analítica del catedrático: “Hay una nueva estructura de poder en el mundo, donde el poder del sector privado es creciente. De ahí que las empresas deban rendir cuentas a la sociedad”.
Y más allá de la información -comenta-, está el trabajo real, concreto, en proyectos sociales que van, a la luz del Pacto Global, desde la lucha contra la pobreza o la corrupción y la protección del medio ambiente hasta la educación y la inversión, una inversión responsable como la que se exige cada vez más en las principales bolsas de valores del mundo.
O, en definitiva, que desde las empresas se contribuya de manera efectiva a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre otras cosas porque estos y los principios del Pacto Global guardan una estrecha relación. “Son dos caras de la misma moneda”, dice Escudero, quien habla al respecto de una verdadera “revolución silenciosa”, promovida desde la ONU, para que los países pobres den por fin el anhelado salto al desarrollo.
Y se requiere, por último, que los gobiernos y las empresas marchen al unísono, en alianzas estratégicas, con proyectos sociales.
“Si no hacemos esto, no habrá solución al problema del atraso y el subdesarrollo”, concluye.
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