Por Carlos Santa María
El libreto ya está escrito. Se conoce de una posibilidad para intervenir en otro Estado si los negocios del capital no marchan adecuadamente, especialmente cuando no se posee el control a través de fuerzas suficientes en el mismo país. Para ello, los Medios son un mecanismo básico que prepara a la opinión pública mientras políticamente se desestabiliza el objetivo. Luego se hace efectivo el poder de acción para lograr que sectores sociales cuestionen desde dentro a la administración, combinado con una selección de cuadros que ejecuten los actos programados para dar la impresión de un caos total: un solo hecho es dimensionado hasta tal punto que parece abarcar todo el espectro nacional como si fuera una conciencia colectiva que impulsa cambios de modo espontáneo.
Paralelamente, el aparato internacional ‘informa’ al mundo que de un modo natural, producto de las condiciones de opresión, un pueblo se ha levantado como respuesta automática y nacida del azar que se nutre de la frustración por la falta de democracia. Obviamente la causalidad verdadera no se dice pues es lesivo ya que lleva a analizar y eso no es conveniente: se desinforma. Si hay comparación es retomando la memoria histórica y los clichés que puedan hacer daño, especialmente aquellos que despierten ira, temor o agresión considerada legítima. Lo emocional es el sentimiento que hay que mantener para que la furia continúe su paso devastador. Casualmente en Ucrania parecen darse todos los elementos del relato anterior.
Ucrania es un país extenso, con 46 millones de habitantes y fértiles tierras que la convirtieron en la despensa de Grecia, según autores antiguos, limitando con siete naciones y el menor desempleo de la zona (2%), superando ampliamente a la Unión Europea (10%). Desde lo geopolítico es un país estratégico donde se encuentran contradicciones entre sectores prooccidentales y aquellos que se sienten parte espiritual de Rusia, por tanto, sujeto a la discusión ideológica que marca la existencia nuevamente de dos polos enfrentados por un mundo diferente, neoliberal o más cercano a reivindicaciones sociales.
La noticia puesta en las grandes agencias es que un sector inmenso de la población ucraniana está en desacuerdo con el Gobierno al negar el ingreso de esta en la Unión Europea (Tratado de Integración), camino considerado hacia el desarrollo verdadero y sin el cual seguirán por siempre atados al atraso y la ignorancia. Por dicha razón, movilizaciones multitudinarias de más de diez mil personas atacan al Gobierno, desprovistas de armas aunque llenas de un espíritu positivo para alcanzar el bienestar, pertrechadas únicamente de bengalas, bombas de humo, palos, mallas de metal y piedra, legítimas armas de un pueblo revolucionario. Lo único que resta es que las autoridades respondan a esta petición y autoricen dicha transacción como la forma de integrarse a la modernidad y, por fin, estar en el marco de Europa, cuna de civilización.
Lo que no se ha dicho es que el tratado de incorporación tiene una sola parte beneficiada claramente pues la Unión Europea busca un país que le ayude a salir de la crisis, hacerlo parte de su órbita, vincularlo a su aparato militar, poner sus productos en un nuevo mercado, y, a su vez, ordenar en representación del Fondo Monetario Internacional (FMI) una reducción y congelación de salarios y pensiones por un tiempo indeterminado, incrementar el precio del gas en un 40%, una privatización total de las minas y metalurgia ucraniana, disponiendo de inmediato de unos 18.000 millones de euros, sin contar con la disminución del gasto público fundamental para el despegue, entre otras “sanas medidas del mundo libre”.
Lo cierto es que la Unión Europea ‘sepultó’ a Grecia, Chipre y España, y ahora pretende hacerlo con Ucrania incentivando profundos conflictos sociales a través de una presión evidente, tanto en cabeza de la representante de Estados Unidos como en la amenaza realizada por la organización europea diciendo que pueden aplicar sanciones contra las personas que resulten responsables del uso de la fuerza en la capital, Kiev, manifestando que pese a su neutralidad si el Gobierno no actúa, ellos lo harían tomando las medidas del caso. A la gravedad de estas afirmaciones injerencistas se suma el planteamiento de la OTAN criticando el uso excesivo de fuerza en la represión a manifestantes.
Definitivamente existe un problema siquiátrico en algunos dirigentes imperiales pues sus contradicciones son tan nítidas que parecen estar constantemente en una sesión con drogas: ¿la OTAN juzgando fuerza excesiva después de masacrar más de 600.000 irakíes?, ¿la Unión Europea arrogándose el poder de intervenir castigando a un país que no desea ser lesionado por sus negocios unilaterales?, ¿la Embajada de Estados Unidos vinculada al mundo libre a través de la injerencia en los asuntos internos de otro Estado?
La respuesta parece ser la correcta, es decir, se sostiene la soberanía de un país que no acepta ser mancillada por institución alguna, por poderosa que sea. No obstante, el proceso no ha finalizado y las amenazas persisten con una fortaleza imprevista posiblemente, especialmente soportada en la guerra mediática y las acciones de calle. En esa dirección se entiende que cuando en Chile más de 150.000 estudiantes salen a las avenidas ningún canal occidental lo muestra, excepto los tramos finales de enfrentamientos con la Policía haciendo creer que son unos vándalos sin educación alguna; por el contrario, cuándo se expresan 10.000 activistas neoliberales en Ucrania son considerados una fuerza multitudinaria capaz de conducir una revolución. Si aumenta se hace la similitud con todo el país con el fin de configurar escenarios de supuesta guerra civil.
Sin embargo, lo que ha ocultado la prensa denominada ‘respetable’ es la opinión del periodista George Monbiot, expuesta en el diario ‘The Guardian’, según la cual los planes para crear un mercado único entre la Unión Europea y EE.UU. permitirá que las grandes corporaciones demanden a los Gobiernos el uso de métodos secretos sin pasar por los tribunales ni los Parlamentos, típico de las acciones ilegales propiciadas por Estados Unidos. El TLCT (Tratado de Libre Comercio Transatlántico), impulsado por grandes empresas y ‘lobbies’ que afirman trabajar para cooperar en el desarrollo, se ha dado a través de reuniones secretas efectivamente lo que significa que se intenta que nadie conozca las intenciones perversas de esta organización. Habrá que continuar los estudios científicos más profundamente para investigar si la repetición de actos y discursos que no dicen de coherencia ética y son reservados, sin creatividad aunque amparados en la fuerza, transforman el pensamiento en un invierno congelado de ideas. Lo más probable es que se confirme dicha hipótesis.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
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