Una vez que han conseguido que su vehículo autónomo funcione, Google ha comenzado la última fase de su proyecto: convertirlo en un vehículo inteligente capaz de manejarse en el entorno cambiante de una gran ciudad.
El coche de Google se basa, principalmente, en una información muy detallada de su entorno: desde la localización de los semáforos hasta los límites de velocidad, con una precisión de centímetros. Pero una ciudad es un entorno mucho más cambiante, y las condiciones cambian a veces diariamente: obras señalizadas manualmente incluso por los propios obreros, cambios en la circulación, averías en la señalización, o cualquier otra. Expertos en robótica estiman que pueden pasar décadas hasta que un vehículo consiga ser completamente autónomo, si es que llega a conseguirse.
Que el coche llegue a entender todo esto es crucial para Google, ya que el pasado mayo de 2014 mostró un prototipo que no tenía ni pedales ni volante. Todos los prototipos anteriores estaban basados en vehículos convencionales, y el conductor humano podía tomar el control sobre el freno y la dirección.
Tratar de replicar en un coche la cantidad de decisiones que un humano realizada basándose en su “conocimiento social” es realmente complejo. Mucho más que hacer que un ordenador reconozca objetos en su entorno. Con este reto en mente no sólo Google, sino muchas de las mayores compañías fabricantes de vehículos del mundo están explorando el concepto de coche autónomo, y esperan que algunos modelos puedan estar en el mercado alrededor de 2020.
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