El antojo de prevenir que nazcan chiquillos con invalidez genética está llevando a un progresivo empleo del dictamen prenatal que, en caso de ser desfavorable, terminará en un aborto.
Una muestra de ello es el testimonio que ha divulgado “The Guardian”. El periódico anglosajón dio a conocer los resultados de una investigación científica de la Universidad de Cambridge, en la que se examinaron las conductas de 235 chavales con el síndrome de Down desde su embarazo hasta los 8 años.
Algunos perciben estos datos como un apoyo a la independencia de la joven embarazada. Otros se preguntan si no estaremos utilizando el dictamen prenatal como parte de una maniobra de pesquisa y devastación de los imposibilitados físicos o mentales. Son unas criaturas que se encuentran en riesgo de extinción.
Por hiriente que resulte la pregunta, nos debemos interpelar: ¿Nos hemos empujado a una tarea de rastreo y aniquilación que busca la extinción de algunos grupos de mortales, como los aquejados con el síndrome de Down o los que sufren dolencias cerebrales o físicas?
Por otra parte, nace una criatura con el síndrome de Down por cada 800 partos, entre mujeres de 30 a 34 años. Lo monstruoso es que ya no nacen críos con el síndrome de Down, porque son destrozados cuando aún están recluidos en el claustro materno.
Por otra parte, en Europa se da una singularidad callada y trágica: la edad del embarazo se demora, pero la incidencia del síndrome de Down decrece. La razón de esta irregularidad estadística se puede exponer con pocas palabras; “ya no nacen chavales con el síndrome de Down, porque son exterminados cuando aún se localizan en el claustro materno”. Son unas criaturas que se encuentran en riesgo de desaparición.
Vegetamos en un declive moral en el que los padres empiezan a asesinar a sus hijos por no tener ciertas peculiaridades físicas o psíquicas. El síndrome de Down no es un asunto estético, sino un achaque de una criatura humana débil e indefensa.
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