Vade retro, Satanás. Así le diríamos al fenómeno de la migración, al que hemos demonizado en estos tiempos de extremos políticos y nacionalismos. El asunto, sin embargo, es que la migración ha sido una de las variables más constantes del mundo, en particular en las Américas. No existe Estado que no se haya beneficiado de los aportes que personas de otros orígenes han hecho a sus sociedades. Tampoco hay Nación ajena a la migración puesto que en algún momento todos han sido o son países de origen de las personas que buscan nuevas y diferentes oportunidades más allá de sus fronteras. Países de tránsito, al ser el escenario de la travesía que estas personas realizan, o países de destino, al acoger la llegada de migrantes en sus sociedades.
El reciente estudio “IV Informe del Sistema Continuo de Reportes sobre Migración Internacional en las Américas” de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) revela que, en los últimos 15 años, el número total de inmigrantes residentes en los países de América Latina y el Caribe aumentó un 45%. Para el periodo 2012-2015, aproximadamente 7.2 millones de personas dejaron su país de origen en la región. Para ilustrar la magnitud del fenómeno, comparativamente, esta cantidad de inmigrantes sería cercana a la población total del Paraguay o representaría dos veces la población de países como República Dominicana o Uruguay. Para éstos, el norte continúa siendo el destino predilecto con 48% de este total dirigiéndose a EEUU y Canadá. Del resto, el 34% se dirige a otros países de América Latina y Caribe, y el 18% a Europa. En nuestra región, Barbados, Chile, Ecuador y Panamá, países que presentan un perfil socioeconómico relativamente estable, se han posicionado como los nuevos países emergentes de inmigración en las Américas.
Las tendencias sobre los países de origen también ilustran nuestra realidad como región. Además de los ciudadanos colombianos que tienen una tradición de migración como resultado de los efectos persistentes del conflicto armado que azotó a ese país por tantos años, tendencias actuales evidencian la migración de haitianos, cubanos y más recientemente, ciudadanos venezolanos quienes están abandonando su país como resultado de la profunda crisis social, humanitaria, política y económica que les afecta actualmente. Estas cuatro nacionalidades representaron un importante porcentaje de la emigración en la región.
En América Latina tenemos dos opciones. Ver la migración como un problema o entenderla como una oportunidad. Sin duda, hay retos ineludibles asociados a la migración: desde asegurar el goce pleno de los derechos económicos y sociales de los migrantes en sus países de origen, o garantizarles el derecho a una vida libre de violencia, pasando por combatir frontalmente las redes de tráfico y trata de personas, usualmente con vinculaciones al crimen organizado. Además, implementar políticas públicas para robustecer los sistemas de protección social y asegurar su efectiva inclusión social en el país de destino. Todos estos son retos importantes que requieren nuestra atención.
Más allá de los retos, como nuestra historia lo confirma, son más las contribuciones y los beneficios que trae la migración. Las diásporas contribuyen a sus países de origen con sus inversiones, negocios y empresas, aportan capital humano, y conocimientos adquiridos afuera. En el caso particular de las remesas, por ejemplo, el informe OEA-OCDE revela que, en 2016, el ingreso por remesas de la región alcanzó un máximo histórico, con un monto total de 70,369 millones de dólares que beneficiaron directamente a familias en los países de origen, y las economías.
Por otro lado, los migrantes contribuyen a los países de destino en diversas esferas, desde la educación, el deporte, las ciencias, o las artes, pero también generan oportunidades para fortalecer y añadir pluralidad a las democracias, para diversificar las economías, y para potenciar la innovación, y la competitividad, entre otras cosas. La clave está en que decisiones tomamos. Diseñar e implementar políticas públicas de mediano y largo plazo, en clave de derechos humanos, nos permitirá aprovechar y potenciar estos beneficios al tiempo que reducimos los retos que genera este fenómeno. Son los talentos, son las contribuciones de las personas migrantes los que enriquecen la diversidad de nuestras sociedades. La migración no es el problema, el problema es no saber aprovecharla.
Los puntos de vista son a título personal.
No representan la posición de la OEA.
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