El premio de Comunicación y Humanidades otorgado por la Fundación Princesa de Asturias al filósofo Emilio Lledó es un reconocimiento a su extraordinaria labor y trayectoria intelectual, a lo largo de su dilatada vida académica. Sus clases universitarias son un ejemplo de profundidad y rigor. Y sus obras filosóficas muestran un virtuosismo conceptual y metodológico que alcanza la perfección. Y también, en cierto modo, es un impulso que se da a la Filosofía. Esperemos que sirva para cambiar los planes que pretenden su práctica desaparición en la enseñanza. Las normas y leyes pueden ser modificadas o sustituidas por otras.
Todas las Facultades de Filosofía de España se oponen a esta práctica desaparición de la enseñanza de la asignatura de la Filosofía en nuestro país.Y lo hacen por los grandes males y perjuicios, tanto a nivel individual como social, que se derivarán de estas medidas que quieren suprimir el pensamiento crítico, y la formación filosófica.
Emilio Lledó ejerció la docencia también como catedrático en la Enseñanza Media, aunque desarrolló la mayor parte de su gran magisterio filosófico en la docencia universitaria, en distintas universidades. En su etapa última como Catedrático de Historia de la Filosofía en la UNED. En la Facultad de Filosofía de esta universidad permanece un recuerdo imborrable, y un gran agradecimiento por su dedicación. Es un profesor de Filosofía y pensador reconocido internacionalmente, especialmente, en Alemania con muy prestigiosos premios. Su excelente producción filosófica es la expresión de su magnífica capacidad interpretativa, y de su saber filosófico que es inmenso.
En su libro Filosofía Hoy escribe Lledó: «El puesto de la filosofía está asegurado, porque siempre que la sociedad ha necesitado efectuar una parada en el camino, ha surgido la filosofía para tomar aliento y señalar posibilidades, aunque muchas no pudieran realizarse». Desde este planteamiento general es cierto que el pensamiento filosófico estará siempre presente, porque forma parte esencial de nuestra condición humana que aspira al bienestar, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, etc.
Para Lledó la Filosofía debe conectarse con la realidad de la que nace. En efecto, todo es objeto de la crítica y el análisis filosófico. Por tanto, la filosofía del lenguaje, de la física, de la mente, de la ciencia, etc., son la clara expresión de la amplitud universal del interés filosófico por las cosas reales, por el mundo en el que estamos inmersos.
Y la actividad filosófica es para este pensador una construcción de ideas que toma, como base de la misma, las palabras. Somos seres de lenguaje y de significados. La maestría de Lledó en el uso de los términos es prodigiosa. Se debe a su gran cantidad de conocimientos sobre filología y filosofía, y a su dominio del alemán, el griego, etc, etc. Lo que pone de relieve su capacidad intelectual extraordinaria y también, a mi juicio, su infinito entusiasmo para vencer los problemas en el curso de una existencia que, ya en su niñez, fue complicada por la guerra civil, etc.
Es curioso que Emilio Lledó haya dicho que, si volviera a nacer, le gustaría ser maestro de escuela. Porque da una tremenda importancia al amor por la naturaleza, y también por el lenguaje. No en vano, destaca lo decisivo de la lengua materna para nuestra formación. Y la filosofía para niños, y para adolescentes y jóvenes es, en el fondo, el desarrollo de la capacidad crítica, del juicio, del análisis de la realidad y del mundo. Y esto se consigue desde la infancia a través de las preguntas, y del cuestionamiento filosófico de lo que hacemos y proyectamos.
Para que las nuevas generaciones no caigan en un dogmatismo acrítico irracional es necesaria la enseñanza de la Filosofía. Los grandes valores occidentales como la justicia, la verdad, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la amistad, el amor, etc., no surgen de la nada o del vacío, es necesario crearlos y cultivarlos ya en la infancia y la adolescencia, y durante toda la existencia.
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