En la sociedad digital en la que ya estamos instalados se nota la influencia de la dispersión producida por la digitalización constante y continua. Estamos asistiendo a un cambio social sin parangón.
En la política cada vez con mayor intensidad se libran batallas mediáticas en las campañas electorales a través de medios técnicos y digitales que son más sofisticados que hace años o décadas.
La esfera pública se está fragmentando y esto perjudica claramente el debate político público, de una forma tremenda. Si a esto se añaden los bots que producen noticias falsas y los ejércitos de troles que impulsan la desinformación es evidente que el panorama actual y el de los próximos años es desalentador, respecto a las elecciones en diversos países occidentales desarrollados.
Es indudable que, en países como Estados Unidos, la psicometría y la psicopolítica digital están siendo utilizadas, como instrumentos puestos al servicio de algunos partidos, para condicionar las decisiones conscientes y de este modo lograr que los votantes voten, en un sentido político determinado.
En un libro titulado Infocracia el filósofo coreano Byung-Chul Han analiza los problemas que surgen de la digitalización especialmente en el campo de la política y de la sociedad.
Es como si el mundo se atomizase, porque lo digital en vez de potenciar la universalidad y la discusión con pautas comunes en los diálogos, en realidad, tal como está siendo usado por la gente, sirve para crear miles de millones de universos individuales y fragmentarios.
Esto no impulsa la toma de decisiones en el ámbito político democrático. Al contrario, lo que produce es división y un relativismo absoluto, que desprecia la verdad y el consenso y promueve la separación y la desunión.
La brevedad es otro de los problemas de la comunicación audiovisual actual y también de la información en general. El lenguaje de la radio que puede ser racional suele ser visceral, breve, discontinuo y fragmentario en muchas ocasiones, porque sigue la tendencia de la sociedad de las emociones o de la diversión perpetua.
En el siglo XIX, por ejemplo, había debates políticos que duraban varias horas en Estados Unidos y las cuestiones se discutían con más datos y argumentos. Incluso durante el siglo XX la cultura de los breve y fragmentario no estaba tan presente como en la actualidad. La verdad y la racionalidad no son sustituibles por la visceralidad y las simples emociones. Por desgracia, se nota cada vez más que cobran mayor repercusión, no la argumentación y los razonamientos, sino lo visual y anecdótico y el carisma personal de los dirigentes políticos, así como la puesta en escena y la representación realizada ante el público. Como si de una actuación teatral se tratara. Las verdades estabilizan la vida y esto parece que se quiere olvidar en la civilización acelerada en la que existimos.
Como escribe Byung-Chul Han “Hoy vivimos presos en una caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad. Nos encontramos encadenados a la pantalla digital”. En China estos días asistimos a la puesta en acción de un Gobierno que quiere el Covid cero y utiliza todos los medios digitales para intentar conseguirlo. Es una vigilancia total por medio de cientos de millones de cámaras y drones que recuerdan a los habitantes sus obligaciones, de modo implacable.
Existe mucho ruido de información en la sociedad telemática o digital y es algo que perjudica o reduce para muchas personas la percepción de lo verdadero y de lo decisivo, en todos los órdenes de la vida. Es destacable, por tanto, la función de la lectura reposada y reflexiva y de los argumentos y razones para buscar soluciones a los numerosos problemas sociales existentes.
La fragmentación y la pérdida de referencias discursivas comunes para amplias capas de población conduce a la ineficacia. Lo que también lleva a una crisis generalizada de las democracias en el siglo XXI. La mercancía no puede sustituir a la verdad.
El lenguaje amplio, profundo y diverso es lo que nos hace poderosos, puesto que facilita la resolución de todo tipo de problemas. Se observa con frecuencia una reducción considerable de los matices, en la expresión hablada y escrita, que imposibilita el pensamiento diferenciado y crítico. No se puede ir a Estados políticos gobernados por expertos en datos, por informáticos. Los algoritmos, por sí solos, no son algo definitivo y absoluto. No se puede gobernar a partir de estos.
Se requieren reflexiones, análisis e interpretaciones que son el resultado de la capacidad racional y que se basan en verdades y en el interés general de todos los ciudadanos.
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