La osadía y el atrevimiento son absolutamente necesarios en la vida y cada vez en mayor medida. Si pensamos en el mundo social en el que estamos inmersos, la audacia adquiere más protagonismo.
Y esta actitud vital tiene que ir acompañada de prudencia y coherencia en lo que se hace y dice, pero sin perder la firmeza y la energía. Una persona audaz es la que emprende acciones poco comunes, sin tener miedo a las dificultades y el riesgo que suponen. No tiene nada que ver con la temeridad.
La existencia en este mundo, aunque para la mayoría es larga, no es muy extensa en el tiempo, por desgracia, ya que somos seres finitos y la finitud se puede manifestar de repente, como es sabido. Un cierto número de individuos mueren prematuramente y no alcanzan la esperanza de vida promedio. Esto es un hecho y es innegable.
Por tanto, se entiende perfectamente que no sea, tal vez, muy inteligente quedarse con las ganas de hacer cosas, porque solo vivimos una vida y no es repetible. Es cierto que se puede rectificar y cambiar decisiones y formas de vida, pero todo está limitado por el tiempo aproximado del que se dispone.
Con audacia, tenacidad y perseverancia se pueden lograr grandes cosas. Además, si los sujetos saben atreverse van a aprender mucho, sin ninguna duda. Las actitudes emprendedoras propician también la confianza y la seguridad en uno mismo.
Estar listo para todo es otra gran ventaja en la lucha por la vida y esto se logra también siendo atrevido y a la vez prudente. Ir tras los objetivos es algo, a mi juicio, esencial, porque es la manera de sentirse más vivo y saber que se está dando lo mejor de cada uno.
Ciertamente, la audacia psicológica se puede potenciar y es lo racional. De esta forma, se superarán mejor las dificultades cotidianas con coraje y buena disposición. Ya el filósofo danés Kierkegaard consideraba que no atreverse implica tarde o temprano perderse a uno mismo.
Es conveniente atreverse a cuestionar ideas o planteamientos y a pensar diferente y de modo propio y original. Lo que reafirma la responsabilidad como valor ético fundamental y extiende los horizontes personales de una manera increíble. Se trata de accionar en la realidad con optimismo y determinación, sabiendo que se puede cambiar y modificar lo que se realiza a lo largo del tiempo. Además, el saber es fundamental en todo. Como dice el filósofo Daniel Innerarity “en el conocimiento se contienen las respuestas más decisivas a nuestros principales desafíos”.
En su libro La sociedad del desconocimiento analiza, de forma muy brillante, numerosas cuestiones relativas a los cambios causados por el mundo digital en el que ya estamos. Y las transformaciones van a ser más grandes de lo que imaginamos en unos decenios.
En todo caso, lo que Innerarity afirma con datos y argumentos convincentes es la necesidad de nuevas regulaciones y normas que eliminen los riesgos de la cibervigilancia y los delitos digitales que cada vez están afectando más a la seguridad de los ciudadanos, en todos los órdenes de la vida real.
La digitalización está cambiando los estilos de vida de una manera nunca vista y más bien para mal. Aunque no cabe duda de que la tecnología digital es muy beneficiosa, si se usa adecuadamente.
Quizás en el año 2048 el correo de cualquier persona en el mundo puede recibir un millón de correos electrónicos cada día, como asegura Ray Kurzweil, pero esto no supondrá un gran problema, porque un asistente virtual los gestionará y los filtrará, según determinados criterios de utilidad específicos para cada sujeto.
Las decisiones que se tienen que tomar ya actualmente están sujetas a un cierto nivel de incertidumbre y no puede ser de otro modo. Si bien es innegable el gran valor del conocimiento para la superación de los grandes desafíos de la humanidad.
El cambio climático, la robotización del trabajo, la sostenibilidad del modelo de bienestar de los ciudadanos en el mundo y otros desafíos como la transición ecológica y la gobernanza financiera requieren de todos los esfuerzos posibles.
Uno de los aspectos cruciales, en mi opinión, es la regulación de los tiempos de trabajo y de los ingresos de los trabajadores, porque es lo que determinará que exista un adecuado nivel de vida para todos, sin exclusiones y marginaciones de ninguna clase. Es una de las tareas a desarrollar en los próximos años para eliminar la pobreza del planeta.
Los gobiernos de los países deben poner límites y normas más efectivas respecto a las actividades de los grandes gigantes tecnológicos y un mejor control de la economía, para que los ciudadanos se sientan protegidos en sus derechos, en todos los sentidos.
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