El veloz transcurrir del tiempo parece acrecentarse en pleno siglo XXI. Vivimos en una era líquida y digital en la que infinidad de estímulos y sensaciones nos envuelven y rodean.
La realidad humana se acelera cada vez más y se transforma en una especie de carrusel sin fin ni propósito. La meta o a finalidad última es la comodidad o la maximización de la libertad satisfecha, en casi todas las situaciones y circunstancias.
Todo se supedita a la vivencia intensa de un presente que no tiene término, pero que conduce al futuro y solidifica el pasado de una manera superficial.
Se está entrando en unas nuevas concepciones de la existencia, que dejan de lado el pensamiento profundo y extenso y el análisis crítico y minucioso de la realidad en la que estamos inmersos. Es un cambio civilizatorio de primera magnitud. Es una nueva etapa de la humanidad.
Hegel en su Filosofía de la Historia también reconoce la fugacidad de todo y escribe: «Todo parece pasar y nada permanece». Es algo que se puede calificar como una especie de duelo, ante el poderío absoluto de la muerte y del tiempo sobre todas las cosas y sobre los seres humanos. Lo que no impide que cada persona, consciente de su finitud, se esfuerce y persevere, de modo libre, en lo que quiere hacer con su vida y en lo que desea lograr en la misma.
Como también afirma Hegel «Es un duelo que no deplora pérdidas personales ni la caducidad de los propios fines, como sucede junto al sepulcro de las personas queridas, sino un duelo desinteresado por la desaparición de vidas humanas brillantes y cultas».
La infinidad de posibilidades que pueden crear y desarrollar las personas a lo largo de su trayectoria vital ha aumentado con los dispositivos tecnológicos de una manera formidable. Y esto se nota con más claridad, si se analiza el pasado reciente y se compara con hace más de 40 años. En este orden de cosas la creatividad se ve potenciada por las extraordinarias posibilidades de difusión por medio de Internet.
También es cierto que la inmensa cantidad de contenidos que circula diariamente a través de Internet para miles de millones de usuarios de todo el planeta, causa una cierta dispersión de lo que se puede ver, leer y escuchar, pero es una de las condiciones inevitables de la inmensa cantidad de información que está presente para todos en el mundo digital. En los próximos años el número de contenidos aumentará exponencialmente, por la mejora de las redes de comunicación y de los dispositivos electrónicos y también por el aumento de los internautas que acceden a Internet.
De todas formas, también hay que reconocer que la democratización del saber nunca ha estado tan presente y al alcance de todos como ahora. La conexión a Internet abre las puertas a un universo de conocimientos impensable hace unas décadas.
La adecuada utilización de los medios tecnológicos es otro de los grandes retos que se plantean en la actualidad. En este sentido, estoy convencido de que existe la necesidad de formación y educación especialmente para las nuevas generaciones.
Aunque también es cierto que cada vez se observa una mayor dispersión social en todos los sentidos. Lo que significa que los espacios culturales y también los de entretenimiento son crecientemente más dispares y diferentes. Ante una oferta de miles o de millones de posibilidades de espacios de cultura o de diversión, los gustos se diversifican y atomizan de tal forma que casi todo parece perder sentido y profundidad.
Vivimos en la sociedad del fragmento y esto produce muy graves consecuencias para las mentes humanas. Los niveles de lectura están bajando y la apreciación y disfrute de grandes obras culturales de todo tipo también se resiente. Una minoría sigue disfrutando con la alta cultura, pero una gran parte de la población solo accede a la cultura masificada y superficial. Y suele triunfar más precisamente lo que no es profundo.
Estamos asistiendo a un cambio de paradigma sin parangón. Lo más banal y lo chocante y sorprendente es lo que suele gustar frente a los contenidos de más calidad y más elaborados y profundos. Aunque también es cierto que una considerable parte de las personas siguen valorando la calidad cultural y el arte en los contenidos que se crean continuamente.
La ilimitada libertad creativa es algo a destacar, porque contribuye a la riqueza cultural que existe en el planeta y que se incrementa constantemente a lo largo de los años.
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