Que la OMS indique que la carne procesada es cancerígena hace saltar las alarmas de los consumidores. De todos modos, considero positivo que se informe sobre la necesidad de reducir el consumo de carne roja para tener menos riesgo de desarrollar cáncer.
Es verdad que existen sustancias cancerígenas como el tabaco y el alcohol, y ciudades con niveles altos de contaminación que causan problemas de salud considerables.
Lo más sensato parece que sería recomendar a la población que consuma carne moderadamente. Uno de los datos clave del estudio ya realizado dice que «por cada 50 gramos de carne procesada que se come diariamente el riesgo de cáncer aumenta en un 18%». Es cierto, por otra parte, que existen muchos peligros para la salud en la sociedad actual.
En los países desarrollados al consumirse más cantidad de carne procesada el riesgo puede aumentar de modo significativo, si se consideran los millones de personas expuestas a este tipo de peligro. Sería deseable que, en todos los productos cárnicos, apareciera en la etiqueta un aviso informativo para evitar su consumo excesivo.
Está claro que esto no supone que los ciudadanos tengan que volverse vegetarianos para evitar el cáncer, pero si es cierto que una dieta en la que entren pescados y vegetales en mayor proporción es, indudablemente, más saludable.
En bastantes países occidentales como, por ejemplo, Estados Unidos y, probablemente, en España se consume demasiada carne procesada, y esto supone que, una parte de los consumidores, no tienen unos buenos hábitos alimentarios.
El control de los riesgos para la salud es un campo de trabajo muy amplio para el Estado, y para la red sanitaria española. De todas formas, igual que se advierte del peligro cancerígeno del tabaco en las cajetillas, debería haber más información en relación con el excesivo consumo de carne.
Para que, de esta manera, todos los ciudadanos estén bien informados de los riesgos que asumen, y no demanden por considerar que no fueron suficientemente avisados de los mismos. Algo que sucede, frecuentemente, en Norteamérica.
Esperemos que no se produzca un alarmismo excesivo y contraproducente por este trabajo de investigación que se ha dado a conocer. Ya que, como dice uno de los responsables del mismo, Kurt Straif «para un ciudadano, el riesgo […] es pequeño, pero aumenta con la cantidad consumida». Ciertamente, el cambio de las costumbres alimenticias no suele ser algo rápido en las sociedades actuales, pero es posible con una buena educación e información, ya en los centros de enseñanza. Y con amplias campañas de sensibilización para lograr una mejor alimentación en toda la población.
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