Las divisiones ideológicas y estratégicas del Partido Republicano resurgieron con fuerza en el Congreso, provocando el fracaso de un proyecto de reforma de la salud y amenazando otros planes de la agenda del presidente Trump.
El Partido Republicano tiene muchas líneas de fractura que parten en múltiples direcciones. Cada una de ellas puede provocar un sismo” explicó John Pitney, profesor de política estadounidense en la universidad Claremont McKenna College.
“Trump tendrá dificultades para administrar esas divisiones, porque no las entiende. Deberá comprender mejor al Congreso y a las políticas públicas” , advirtió el investigador, que de todas formas duda que el presidente pueda llegar a esa comprensión.
Por primera vez desde 2006, cuando bajo la presidencia de George W. Bush perdieron la mayoría en el Congreso, este año los republicanos retomaron todas las riendas del poder político en Estados Unidos.
Ya controlaban el Congreso desde hacía seis años, pero la Casa Blanca estaba en manos del demócrata Obama y chocaban con la posibilidad de que el mandatario vetara algunos de sus proyectos de ley. La inesperada victoria de Trump en noviembre pasado les brindó la oportunidad histórica de concretar las reformas conservadoras que preparaban desde hacía años.
“En otros tiempos no teníamos posibilidad alguna de que las cosas que respaldábamos pudieran concretarse”, subrayó esta semana Mitch McConnell, hombre fuerte del Senado. “Ahora estamos en situación de gobernar verdaderamente”.
Sin embargo, el fracaso de la reforma del “Obamacare”, el viernes, por la defección de legisladores de las dos puntas del partido, moderados y ultraconservadores, recordó los fuertes enfrentamientos que marcaron a los republicanos en los últimos años, antes de que Trump se implicara plenamente en la vida política.
En 2010, un grupo de republicanos relativamente novatos ganó espacios en la Cámara de Representantes. Fue el puntapié inicial del Tea Party. Ese sector ultraconservador se centró en promover proyectos para recortar el presupuesto del Estado y reducir el peso de sus estructuras centrales, federales. Rechazaron cualquier concesión a Obama y tomaron como rehén a la mayoría del partido.
Luego siguieron muchas crisis, una de ellas sobre el techo de la deuda y el presupuesto, que provocó el cierre de la administración federal en octubre de 2013, y otra sobre la destitución del presidente de la Cámara baja, en 2015.
El panorama se aquietó algo a medida que se fueron acercando las elecciones de 2016, pero la victoria de Donald Trump, que se presentó como un candidato anti-sistema, representó un revés para el establishment, incluido el republicano.
El nuevo presidente pactó con los dirigentes tradicionales del partido, como McConnell y Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, confiándoles de hecho la conducción del proyecto legislativo en 2017, pero al mismo tiempo otorgó poder a los ultraconservadores, que desde 2015 se reúnen en el “Freedom Caucus” .
Los integrantes de este grupo, algo más de 30 de los 237 republicanos de la Cámara de Representantes, se reconocen como fieles al magnate, con el cual negociaron directamente durante toda esta semana, pasando por encima de Paul Ryan.
“Desde hace tres meses tratamos de ser un partido de gobierno. Llegaremos a serlo, pero todavía falta” , dijo Ryan el viernes, considerando que los republicanos están ante “una crisis de crecimiento” .
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