Por José Luis Giménez
Nos guste o no, vivimos inmersos en un sistema social tóxico, manipulado, adulterado, injusto e insolidario, por mencionar solamente algunas de sus peculiaridades más representativas.
Es cierto que no es algo que haya ocurrido en las últimas décadas… de hecho, llevamos miles de años así; desde que el hombre fue creado por otra entidad superior a él en tecnología, así como en otros atributos nada aconsejables para el alma.
Y tal como sucede con los simios más espabilados, algunos de estos hombres, vieron la ocasión de imitar a sus “dioses”, sus creadores; y decidieron erigirse en sus representantes, en sus ministros, en sus fuerzas del orden en la Tierra.
Unos optaron por la vertiente religiosa, que no espiritual; otros por la fuerza de las armas; y los más pérfidos y sibilinos, optaron por la política. Entre esos tres grupos se repartieron el pastel.
Las religiones, decidirían quienes se habían comportado tal como sus leyes ordenaban y por tanto, quienes accederían al tan deseado paraíso celestial, o por el contrario, quienes habían desobedecido el mandato divino a ellos confiado, para ser desterrados a los infiernos, a sufrir las mayores crueldades por toda la Eternidad.
La fuerza de las armas o militar, se ofrecerían al mejor postor, por lo que las ideas o doctrinas religiosas o políticas quedarían en un segundo plano. Y debido a que, ya sea un partido político indeterminado o una doctrina religiosa cualquiera, ambas posiciones, siempre necesitarán de los servicios del ejército, a fin de eliminar a los disidentes, oponentes o contrarios. Esto son hechos históricos. Basta con repasar la Historia desde el origen del Hombre hasta nuestros días. Nada ha cambiado.
Y nos queda la tercera vertiente, la política; o el arte de engañar a los demás. Y es que, si lo miramos con detenimiento, engañar como lo hace un político no es nada fácil. De entrada, aparecen junto a sus familiares, esposos, hijos, etc. dando una imagen familiar, en la mayoría de casos, a fin de que el electorado sienta cierta simpatía por alguien que, como él, sabe lo que representa mantener a una familia (primer engaño), pues los medios con los que va a contar dicho político a partir de ahora, son muy superiores y, a veces, hasta escandalosos, con respecto a una familia media. Luego empieza a prometer solucionar los graves problemas que ha creado su antecesor (suelen echar siempre las culpas a los anteriores gobiernos de signo contrario, aunque en la práctica actúen exactamente igual), diciendo las palabras que los electores quieren oír, aunque después no cumplirán su palabra.
Y en esta situación social, se van produciendo una y otra vez las sucesivas alternancias de partidos políticos que se dicen ser lo contrario el uno del otro, pero que en la práctica, actúan exactamente igual, es decir, mintiendo, faltando a la verdad, manipulando e incumpliendo la palabra o la promesa electoral.
Y por muy condenable que sean estas acciones, una gran masa de electores o votantes, ¡los siguen votando! Sí, parece una paradoja, a menos que dichos votantes hayan sido hipnotizados a través de algún medio por dichos manipuladores políticos, o que sufran de un grave problema de comprensión y raciocinio, en cuyo caso, habrá que analizar el problema desde otro punto de vista de salud mental.
Así que, en el mejor de los casos, suponiendo que la actitud del electorado se corresponde más con los mensajes subliminales recibidos mediante los medios de que dispone el poder político, la solución al problema, estaría en cambiar el actual sistema, o cuando menos, eliminar del mismo aquellas prácticas o situaciones que escapan al control de una correcta y justa aplicación de las normas o leyes que, lejos de beneficiar al poder, deberá ser solidaria y justiciera, algo que, hoy por hoy, no sucede.
Y si como hemos visto, los tres componentes del grupo que se han repartido el pastel, sólo miran para su propio beneficio, sin importarles el sufrimiento al que están sometiendo al resto de la población, sólo cabe una acción: cambiar el sistema.
De nada vale cambiar al jefe o cabeza visible de las religiones, pues éstas seguirán actuando como hasta ahora; tampoco sirve de nada cambiar al responsable militar de turno, pues como ya hemos dicho, la fuerza de las armas obedece al mejor postor; ¿y qué decir de los políticos…? Gobiernos donde una gran parte de sus miembros han sido encarcelados o imputados por corrupción, y siguen en sus puestos, sin mostrar siquiera una mínima vergüenza, sin la menor intención de dimitir por su pésima gestión y los abusos cometidos.
¿Y a quién le va a tocar cambiar el sistema?
Evidentemente no lo hará ninguna de las tres vertientes del grupo de poder, pues ello conllevaría su desaparición, su pérdida de poder. Así que dicho cambio sólo lo puede llevar a cabo el Pueblo en su totalidad, pues de no estar todos conformes en cambiar el sistema, no se podrá lograr con éxito, ya que las diferentes posiciones conducirían a enfrentamientos de toda índole.
La evolución no depende de la voluntad del Ser humano, depende de la voluntad de Gaia, de nuestra madre Tierra, si se prefiere llamar así. Quizás muchos sigan sin comprender que Gaía (la Tierra) es un ser vivo, que es dicho ser quien decide lo que necesita y lo que no, y que tal como le sucede a la mayoría de las personas, a nadie le gusta estar rodeado de malas energías, de vampiros energéticos y, mucho menos, de asesinos crueles y desalmados.
© 2014 – José Luis Giménez
Los comentarios están cerrados.