Griselda García: sus respuestas y poemas

Griselda García: sus respuestas y poemas

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

Griselda García nació el 4 de mayo de 1979 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Publicó los poemarios Alucinaciones en la alfalfa”, edición de la autora, 2000, El arte de caer”, Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires, 2001, La ruta de las arañas”, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005 y El ojo del que mira”, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009. En 2010 apareció Hallucinations in the Alfalfa and other poems”, su primer libro de poemas traducidos al inglés por el escritor canadiense Hugh Hazelton y publicado por Wolsak y Wynn Publishers. En 2012 publicó La madre del universo”, Editorial Echarper, Buenos Aires, relatos breves. Fue incluida, entre otras antologías, en “Zapatos Rojos 2000”, Ediciones La Bohemia, Buenos Aires, 2001; “Poesía Erótica Argentina” (1600-2000), selección y prólogo de Daniel Muxica, Ediciones Manantial S.R.L., Buenos Aires, 2002; “Italiani D’Altrove” (castellano-italiano), con traducciones y epílogo de Milton Fernández, prólogo de Elvira Marinelli, Rayuela Edizioni, Milán, Italia, 2010; y “El Verso Toma La Palabra” (33 Poetas Argentinos de Hoy), prólogo de Adán Echeverría, Homoscriptum Editorial, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, Nuevo León, México, 2010. Fue secretaria de redacción de la Revista de Poesía “La Guacha”, y en 2002 y 2003 integró el equipo de la Revista de Poesía “Omero”. Co-dirigió la editorial La Carta de Oliver. Se ha desempeñado como investigadora del Centro Cultural de la Cooperación, en el Área Literatura y Sociedad. En 2012 se estrenó su cortometraje “Las grandes aguas”, basado en un poema suyo: http://vimeo.com/66525578 , y en 2013 se filmó “Blanco”, adaptación del relato homónimo. En la actualidad cursa estudios de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Se dedica al dictado de talleres de escritura creativa (poesía y narrativa). Es practicante de yôga y vegetariana.

          1 — Entiendo que tus primeros tres libros, publicados en 1998 y 1999, antes de que nos conociéramos, Griselda, titulados “Hermanas ninfas”, “Sandra”, “Todo es extraño a mis ojos”, de narrativa, han quedado excluidos de tu bibliografía. ¿Algo de ellos integra el volumen “La madre del universo”? ¿Cómo recordás aquellos años de producción, tu adolescencia narradora? ¿Que pantallazo nos proporcionarías de tu niñez?

          GG — No menciono mis primeras novelas cortas porque las considero ejercicios. En ese momento me invitaban a publicar mis textos en internet y tenía que poner algo en el curriculum porque si no quedaba muy vacío, como me decían los editores. Es imposible escribir algo rescatable a los 20 años, salvo que seas Rimbaud (no es mi caso). De “Sandra” rescaté un fragmento que se transformó en el cuento “La ley”, incluido en “La madre del universo”. Pero como novelas no tienen valor. Me las autopublicaba en ediciones artesanales que imprimía en mi trabajo. Gasté muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto. De esa época recuerdo mucha tristeza informe que canalizaba a través de la escritura. Era empleada en una oficina donde sentía que me marchitaba más y más. Tenía una hora y media de viaje hasta Ciudadela, donde vivía con mis abuelos, mi hermana y mi mamá. Mi abuelo era sastre. Trabajó muchos años en Thompson y Williams. Era capataz en el taller. Él me decía que tuviera paciencia en mi trabajo porque era la única manera de progresar. Algo de esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba pero en el fondo sentía que el progreso era imposible, al menos dentro de esa estructura de relación de dependencia. Crisis del 2001 mediante, las cosas se pusieron peor. Trataba de resistir como podía. Empecé a conocer a algunos escritores (Sergio Rigazio, Héctor Cuenya) con los que hacíamos cosas culturales, entre ellas la Biblioteca Virtual Beat 57. En ese momento no había muchas páginas que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos repartíamos una serie de autores que queríamos dar a conocer y tipeábamos palabra por palabra en un archivo Word. Mandábamos por mail el archivo con la oferta gratuita a conocidos y desconocidos, que podían solicitar cualquiera de los archivos. Era una tarea muy placentera. En esos breves momentos quitados a los trabajos de cada uno respirábamos aire fresco. En fin, una historia más del tipo “salvación por la literatura”.

Siempre leí, pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo adolescente. Al principio, la escritura narrativa era más bien un vómito, nada racional. Corregía como podía, hasta que me parecía que quedaba bien. En cuanto a los poemas, primero aparecían en libretitas y después los pasaba a la computadora, donde ya tenían otra presencia. Esa distancia era necesaria para poder verlos como ajenos, algo bastante difícil. Casi al mismo tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí tuve una buena devolución, lo que me envalentonó. A la vez, me abrió la puerta para leer nuevos autores y conocer a otras personas que también escribían. Creo que escribir es una tarea solitaria que lleva mucho tiempo e introspección, y estos encuentros de poetas ayudan a salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.

En cuanto a mi niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la enfermedad de mi padre (cáncer). En casa infantilizaban lo que le pasaba: “Papá tiene unas piedritas en la panza, se las van a sacar, por eso va al hospital”. No pasaba nada y todo estaba pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años. Escribí dos poemas sobre él. Uno de ellos está en “El arte de caer” (“Pa”), y otro es inédito (“El dique”). Este último cuenta el momento en que fuimos a tirar sus cenizas en el río de Alpa Corral, en Córdoba.

El dique

En las últimas vacaciones Papá

construyó un dique en el río.

Le llevó toda la mañana.

Cuando terminó, el sol

había bronceado su espalda.

El agua nos llegaba a los tobillos,

nos metíamos en zapatillas

para que los pies no dolieran.

En ese mismo río esparcimos

sus cenizas pocos años después.

Mamá llevó flores

y una botella de vino.

No había nadie ese día,

sólo un hombre acostado en la arena

que al ver la botella

gritó de satisfacción.

A Papá le hubiera gustado, pensé,

y entrando al agua rompí el dique.

 

          2 — Creo haber llegado a ver, a leer una o más ediciones de tu Hoja de Poesía “Solo Sal”. ¿Durante qué lapso la editaste? ¿Y el título…? 

GG — La hoja de poesía “Solo Sal” empecé a hacerla como para “no caer con las manos vacías” en las lecturas de poesía. Veía que muchas personas repartían plaquetas con poemas y los imité. Copiaba y pegaba poemas que encontraba en internet, sin otro criterio que compartir lo que me gustaba. A veces incluía algún amigo o conocido que me mandaba material. No me quedó un solo ejemplar de “Solo Sal”, así que no puedo recordar a quiénes incluía. Salieron unos siete u ocho números, alrededor del año 2000. El título no sé cómo surgió. Jugaba con la sal de mesa y la orden de salir. Justamente era lo que sentía que tenía que hacer en ese momento, en varios sentidos.

“El ojo del que mira”, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009

“El ojo del que mira”, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009

3 — En una ocasión fui como invitado al programa radial que co-conducías en FM La Boca. Y me sorprendió tu soltura. Me agradaría que nos cuentes no sólo cómo se llamaba la audición y con quienes la hacías, sino también cuánto estuvo en el aire y qué características le imprimieron. Y si te satisfizo la experiencia. Lo que me provoca inquirir respecto de si volverías a involucrarte con ese medio.

GG — El programa se llamaba “La Santa Poesía”. Era la puesta en el aire de debates y charlas que teníamos con Claudio LoMenzo y Javier Magistris, directores de la revista “La Guacha”. Invitábamos a escritores y les hacíamos entrevistas informales. Duró un año, más o menos. Teníamos muy estructurado cada programa, salían bien. La producción la hacía Andrea Campagna, una compañera de trabajo que estaba estudiando Comunicación. Nos divertíamos mucho. Me parece un medio riquísimo y volvería a participar en un programa, sin dudarlo. De chica me gustaba “jugar a la radio”: decía la temperatura, leía poemas, pasaba música y hacía las publicidades. “La Santa Poesía” mantuvo ese espíritu, creo.

          4 — Ignoraba yo esa labor tuya como investigadora en el Área Literatura y Sociedad, en el Centro Cultural de la Cooperación, en pleno centro intelectual de la Capital Federal. ¿Sobre qué investigarías en la actualidad? ¿A quiénes destacarías como ensayistas?

GG — La verdad es que no se me ocurre un tema para investigar en este momento. El trabajo con la producción ajena en el taller literario me lleva mucha dedicación. Luego queda poco espacio mental para seguir pensando en literatura. Quizás no suene bien esto, pero es lo que me sucede. Cuando investigaba en el CCC tenía en paralelo el trabajo de oficina, quizás por eso me parecía refrescante hacer entrevistas, leer teoría, escuchar conferencias aburridas… En la carrera de Letras te piden que investigues, dentro de cierto marco, como estudiante. Te ponen a que escribas trabajos sobre prácticamente cualquier tema que se les ocurra. Les encanta que “cruces” autores, que hagas literatura comparada. Está de moda. Agota, pero entiendo que son formas de ensayar la escritura académica.

Me parecen muy buenos los trabajos de Walter Cassara (“El oído del poema”) y Alicia Genovese (“Leer poesía”). Ellos escriben con claridad sobre temas que pueden ser oscuros.

5 — Me voy a detener en la antología bilingüe subtitulada “Antologia di poeti che scrivono in altre lingue ma continuano a sentire in italiano”. En tu caso lo itálico irrumpe por el costado materno. Y ya que estamos: ¿qué poetas italianos te entusiasman?

GG — Me pareció hermosa la idea de la antología y me sentí muy agradecida por la convocatoria. El italiano es un idioma muy bello que no comprendo, salvo palabras sueltas. Sentí mucha conexión con mis abuelos maternos, una especie de ligazón creativa en el árbol genealógico. Adoro a Pavese, Ungaretti, Montale, pero no leí a otros poetas más recientes.

          6 — En una o dos oportunidades me oíste valorando tus enfoques, agudeza y estilo en tus comentarios bibliográficos publicados en revistas. Me recuerdo “examinando” con regodeo la organización y realización de aquellas críticas —y con independencia del objeto de tu comentario—. Creo que estás o estarás para emprendimientos ensayísticos novedosos. Quizá tu actual formación académica contribuya a que mis expectativas se cumplan. 

          GG — Sos muy generoso. La verdad es que siento que me faltan muchas herramientas para poder expresar lo que pienso. La Universidad trata de ceñirme el corsé de la escritura académica, pero me cuesta. Cuando no me queda otra que aprobar una materia tengo que escribir así. Las monografías las voy subiendo a mi blog con la etiqueta “Reseñas y trabajos”. Es bueno que este material esté a disposición de quien quiera consultarlo: la monografía de uno le puede servir a otro. Creo que es muy necesario armar redes.

          7 — En una entrevista que el poeta brasileño Floriano Martins realizara al poeta venezolano Eugenio Montejo, le preguntó si creía que media un gran abismo entre aquello que había escrito y lo que hubiese deseado escribir. Reconociendo la apropiación de la pregunta, te la formulo.

GG — En lo personal, entre lo que escribí y lo que hubiera querido escribir creo que no hay tanta brecha. Trato de escribir lo que quiero leer y no encuentro. Como no existe, lo fabrico.

          8 — ¿Estás leyendo a novelistas contemporáneos?  

GG — Soy viejera, la verdad es esa, no leo a muchos contemporáneos. Pero lo bueno termina imponiéndose. A veces pasa que, en una semana, dos o tres amigos o conocidos mencionan un libro. Ahí, voy. No me suelen interesar demasiado, pero acepto las recomendaciones como parte del lazo que me une a esas personas. Tuve entusiasmos intensos con varios autores que después no releí. Uno de ellos es Carlos Castaneda. Me parecían unas cosas maravillosas las que contaba. Circulaban anécdotas sobre gente que se había vuelto loca por leer ese tipo de libros. A mí me interesaba mucho ese germen, dónde podía estar, pensaba mientras avanzaba por esas páginas de desiertos y águilas. Leía en la cama, tapada bajo una manta roja y pesada. En ese momento, no había tantos tiroteos en Ciudadela. Sólo algún que otro balazo al aire, luego silencio. Una noche llegué a una de esas prácticas de meditación y golpes en el punto de encaje que le proponía don Juan a Castaneda. Y tuve una especie de alucinación: estaba tendida sobre una piedra inmensa, en el desierto, viendo un cielo color naranja. Y arriba volaban las águilas. Me asusté mucho y lo dejé. Todavía no me volvió a pasar algo así con un libro.

“La madre del universo”, 2012

“La madre del universo”, 2012

          9 — Has traducido al castellano a Anne Sexton, Craig Czury, Peter Orlovsky, Leonard Cohen, Gary Snyder, Heather Thomas, Susan Deer Cloud, Sylvia Plath, Walt Whitman, Robert Bly, Elizabeth Barret Browning, Langston Hughes, Andrew Marvell, Lawrence Ferlinghetti, etc. ¿Qué te sucede —qué te recorre— mientras procurás hallar los vocablos que den cuenta de semejante compromiso? 

          GG — Traduzco de atrevida. Prefiero pensar que son versiones; algo un poco más realista. El objetivo de trasladar al español a determinados poetas es poder compartirlos con los que no tienen acceso a otra lengua. Ahora es muy habitual que todo el mundo sepa inglés, pero en cierto momento no lo era. Y por eso empecé. Tengo una amiga poeta y traductora a quien consulto cuando tengo dudas. Ella tiene mucha paciencia y trato de no cargosearla. Es difícil encontrar personas así, que  nos avisen cuando nos equivocamos y nos hagan indicaciones afectuosas. Para traducir a un poeta, trato de quedarme con su perfume. Otros podrán llamarlo estilo o voz: eso que queda al terminar de leer un libro; se produce un encantamiento, un amor repentino que te hace querer ir a buscar al autor, abrazarlo, hacerte amigo. Pero como muchos están muertos, un modo de volverlos a la vida es seguir difundiendo su obra.

          10 — Supongamos que pudieras reencarnarte en un pintor. ¿A quién elegirías? ¿A quién elegirías para reencarnarte en un estadista? Y más: en un animal. Y más: en algo de un orden botánico.

          GG — Pintor: Egon Schiele, Francis Bacon, Lucien Freud (alguno de estos). Estadista: no se me ocurre. Animal: una vaca en India. Botánica: yerba mala.

          11 — “¿Hay escritores que escriban para vos?” 

          GG  — Sentir que alguien escribe para mí me pasó últimamente con Hebe Uhart. Hay una libertad de lenguaje y tema tan grande en ella, que me resulta refrescante. Poder transformar las experiencias de lo cotidiano en un relato es algo genial. Como decimos con un amigo: con las dos o tres líneas que nosotros nos escribimos por mail (encargué dos panes integrales, el viento agita el ficus, me invitaron a Mar del Plata), Hebe te arma un cuento.

*

Griselda García selecciona poemas de su autoría de la antología “Poesía Deliberada”, Editorial Textos Intrusos, Colección Ropa Vieja, Buenos Aires, 2013, para esta entrevista:

Modelo en estudio de pintor

Ansío el roce del lápiz contra el papel

la caricia del pulgar que esfuma el trazo.

Voy a esperar a que prepare sus cosas.

A que despierte el ojo que todo lo ve.

30 minutos. Su rostro rezuma sudor.

Me mira y es como si viera

más allá del más allá.

45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.

El poro se rebela en hinchazón.

El isquion lucha por adaptarse,

un deslizamiento mínimo

que atenúe la molestia.

50 minutos: “Abre los ojos”

La menor tensión del músculo

cambia la escena, la pose se modifica

el rictus es otro, nuevo y distinto.

60 minutos. La mancha de vino en la pared

se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.

Con él dialogo en la duermevela.

75 minutos: “No muevas la mano, por favor”.

Los huesos del coxis gritan desde su caja.

La inmovilidad que parecía un descanso

se vuelve una jaula en la que estoy atrapada

en la que busco no ya estar cómoda

sino atenuar el dolor.

A través de los párpados la luz cambia.

Al final, la disciplina hace la vida más fácil.

A una orden suya podré moverme

pero eso no me hará libre.

Voy a correr a abrazarlo.

*

I

El pintor

Esa mañana abandonó su túnica

con la impunidad de toda bella.

Yo aparté los ojos:

su figura desafiaba a la vista.

Con mis manos sin pudor

hubiera dado diez años

por reconocer sus detalles

y dibujarla con la paciencia del viento.

No podía, como antes, mover

el pincel durante horas

mi cabeza flotando sobre océanos

y levantar la vista para

captar el paso de la luz

en el mediodía de verano.

Su esencia de mujer

pulsa cada fibra de mi ser hombre.

Sé lo que hubiera dicho mi maestro.

No voy a condenarla a la chatura del papel

voy a darle dimensión de vida, la mía,

y amarla.

II

La modelo

Esas mañanas te veía

entornando los ojos para captar

la incidencia de la luz, las sombras

recortándose en la trama de mi piel.

Me costaba mantener la quietud

cuando te acercabas

para reconocer cierto pliegue

de la tela, algún matiz.

Hubiera querido tocar tus manos

tus dedos con el tizne del carbón.

No me mires, mirame.

Que tus ojos se hagan

de agua y pueda beberlos

que no veas más que mi cara

en otras caras.

En cada jornada sos vos el modelo

y yo la que absorbe mil detalles

de placer en tu figura.

Paso las tardes con el recuerdo

de tu cuerpo de hombre

doloroso y dulce.

Te amo aunque no lo sepa

todavía.

*

La foto robada

Se nos debe ver muy lindos

se nos debe ver hermosos

con el puesto de comidas

detrás a punto de cerrar

dejándonos encandilados

por la blancura del mediodía

pero mi mano apoyada en su hombro

tiene el puño cerrado

se va a terminar, se termina

se escurre como arena

el mismo océano que miramos

como en una imagen de póster

nos va a separar

se va a terminar, se termina

en marzo voy a recordarnos

bebiendo con sorbetes de colores

y sombrillitas simpáticas

explotemos en mil llamadas cariñosas

en diminutivos graciosos y tiernos

se va a terminar, se termina

voy a recordar

cuando una ola te tapó y

saliste enojada como una nena

se va a terminar, se termina

en marzo el bronceado

va a ser sólo un rastro

nos veo las sonrisas de los que ríen

porque tienen los dientes bien

pero mal el alma

el reflejo plateado sobre el agua turquesa

tragos, sorbetes de colores

y sombrillitas simpáticas

los lugares comunes suelen ser

los que contienen más verdad

con vos quiero caer en todos

les dejo la originalidad a quienes deben

inventarse un amor para escribir.

*

Las grandes aguas

Y a quién vas a llamar cuando acabe el día

y al volver del trabajo pienses en estar con alguien

a quién vas a llamar para que te acompañe

cuando camines por las calles tristes de siempre.

Verás que todos están con alguien menos tú

que deseas cosas que no volverán

y dejas pasar aquellas que te harían feliz

si estuvieras preparado para verlas.

Hacia el fin de jornada cierro los ojos.

Escucho el roce de las alas de la polilla

embriagada de oscuridad.

En la noche del viernes por calles tristes

enviarás mensajes a teléfonos apagados

desde cuartos de paredes sucias

con pequeños roperos atestados

en camas marineras sin equilibrio

ardiendo de deseo por el cuerpo de una mujer

rezándole al Señor de los Milagros

por el cuerpo de una mujer

rezándole a Chacalón que es Dios

por el cuerpo de una mujer.

A quién vas a culpar por no haber hecho lo correcto

a quién vas a llamar cuando acabe el día

y volviendo por calles tristes sepas que te espera

el catre pequeño, más pequeño sin mujer

sin cuerpo que fatigue la innúmera cama.

Vas a decir que me extrañas cuando ya sea tarde

vas a pedirme que hable cuando no tenga fuerzas.

Hubiera hecho falta tanto más juntos

para convertirme en el árbol

que baña con su savia

el hacha del leñador que lo ha herido.

No soy tan buena, lo siento.

Las monjas hablarían de perdonar

de dar la otra mejilla.

Qué saben ellas de amar si se han casado

con un mudo, un ausente, un muerto.

¿Dónde estabas, que no te vi? 

Tenía que ser ahora, no antes

antes no hubieras podido verme, éramos otros

tenía que ser ahora.

Y ahora aquí estoy, aquí estamos

estar contigo es bailar dentro de un huracán

una máquina voltaica años luz al borde del sol

un agujero negro empujando el centro del abismo

tu piel y tu pelo, chocolate y manjar blanco

rompiendo en mi paladar de sibarita.

Mi piel todavía sabe a ti, salobre y dulce.

Hombre. Ser de ensueño y luz

agua mansa y cascada en caída libre.

Nada va a lavar tu olor en mí

como una casa musical voy a conservar tu voz

tu forma de cantar las palabras.

Y quién va a navegar tus aguas, nadador

quién se atreverá a enfrentar las grandes aguas

el amor es un laberinto del que se sale volando

o se perece buscando la salida.

Qué bueno no haber escuchado a las amigas:

Tranquila, tómate tu tiempo…

tranquila estuve toda mi vida

tranquila estaré en la tumba.

Olvidé que no eras río sino océano y

me bebí de un trago tus aguas, nadador

y las encontré amargas y me ardieron

como una insolación de eclipse.

Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos

fue mi profecía y me ahogué:

llega un momento en que las palabras

tienen valor de acto.

No voy a naufragar en tus aguas, nadador.

No voy a inmolarme en el laberinto del amor.

Vuelvo a mi vida habitual

a la calma monótona que necesito

para transformar la mierda en oro.

Vuelvo a mi centro que se parece mucho

al ojo del huracán, el lugar de mayor quietud.

En el ojo del huracán hay calma.

En el ojo del huracán está

todo lo que hemos perdido.

Lo perdido es nuestro para siempre.

Mientras escucho a la polilla

que se quema las alas contra la lámpara

pienso que es duro el destino

de los que buscan la luz.

*

Lo que nos dejó la poesía de los 90 (Pablo Neruda recargado)

Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.

Escribir: se me nota el peronismo a la legua,

en la calle sólo me gritan obreros o mecánicos.

Un hotel en Constitución

con botellas rotas y bichos en las paredes

adonde él me lleva después de salir de la obra.

De la obra, de la obra en construcción

donde se gana el pan con el sudor

de su lomo de negrazo divino.

No me denuncies al INADI, por favor,

todo bien con vos morocho andino,

voy por la hermandad latinoamericana.

Nunca podré pedir leche de tigre

en un restaurante sin sonreír.

Es de familia: mamá, Guadis y yo

tres camioneras, una grosería tras otra,

chistes de mal gusto, recuerdos del almacén,

de cuando esparcimos a papá en el río de Alpa Corral.

Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.

Escribir: a través del denso vapor de la ducha

el morocho tensa los músculos aceitados.

Se acerca, siempre que un hombre se acerca da miedo,

tanta masculinidad acechante inquieta,

es como si se te acercara el Aconcagua.

Hundo los dedos en la espesura de su pelo mojado

y cuando inclina la cabeza en un grito de ardor,

la mujer de la limpieza no sabe ni quiere saber

qué le ha ocurrido al pasajero de la habitación 23.

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Griselda García y Rolando Revagliatti.

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