Interesante y sugerente libro de Unamuno: Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza.
En efecto, en este diario de viaje del filósofo español, ya aparece claramente la vena filosófica y literaria del escritor vasco. Aunque el viaje lo inició antes de cumplir los veinticinco años su frescura y espontaneidad se corresponde con la expresividad de unas notas que describen con finura lo que el joven intelectual va observando, especialmente en Italia. Unamuno es consciente, también después de varias décadas, de que son apuntes de viaje fragmentarios y nada sistemáticos, pero reflejan las impresiones que le producen Roma, Florencia, Nápoles, Milán y otras ciudades.
Al respecto dice Unamuno: «Lo escribí pensando para mí y sin el menor propósito de que fuese jamás publicado. Son desahogos de un muchacho». Aunque también es cierto que, posteriormente, el gran profesor de la Universidad de Salamanca dio a la prensa parte de los textos de su diario o, lo que es lo mismo, publicó partes reducidas del mismo.
El viaje de 1889 duró aproximadamente un mes y medio en pleno verano. Ya era doctor cuando llevó a cabo el viaje, pero estaba todavía en periodo de formación dada su juventud y sus aspiraciones académicas.
Escribiendo del pasado glorioso de Roma dice: «En estas ruinas vagaron aquellos emperadores, y aquí, donde ellos se tendieron a la sombra, se tienden ahora al sol las lagartijas». Efectivamente, en la colina del Palatino, la grandeza inmensa del imperio romano parece que ha desaparecido, pero no, porque se puede reconstruir con la memoria y la imaginación. Y, actualmente, con la recreación virtual de los monumentos y edificios de la antigua y esplendorosa Roma Unamuno incluso pone de manifiesto o de relieve, en uno de los pasajes de su diario, el talento y las cualidades políticas de Nerón. Algo que los investigadores actuales reconocen.
No cabe duda de que la ciudad que más le gusta o impresiona es Florencia, por su belleza, tranquilidad y armonía. Y eso que Roma también es maravillosa para Unamuno. No extraña que escriba: «La víspera de partir de Florencia mi mano de veinticinco años traza en el ingenuo Diario: “Me voy mañana y quizá no vuelva a verte, ¡Florencia mía!». Conmovedor realmente y me parece algo perfectamente entendible, si se siente la inmensa belleza de Florencia, las obras de arte y su arquitectura monumental, así como su pasado artístico e histórico. Si se recuerda a Dante, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Brunelleschi, Maquiavelo y otros personajes ilustres como los Medici se comprende lo que representa culturalmente esta ciudad de la Toscana.
El paso del tiempo está constantemente presente en las notas o apuntes de viaje de Unamuno, por ejemplo, contemplando Roma: «El sol que da vida a la mariposa, al culantrillo y a la amapola recalienta los muros solitarios que proyectaron las sombras de los Césares». La fugacidad de las cosas y de los hombres ya es tema de meditación y reflexiones para el joven Unamuno.
Frente al ansia de eternidad y de no morir, que es uno de los grandes deseos del sabio bilbaíno y salmantino, las ruinas le recuerdan, de forma permanente y reiterada, que es una vana pretensión para los seres humanos al igual que respecto a los animales irracionales.
La linealidad del tiempo y la limitación de la acción humana mediada y determinada por la dimensión temporal son evidentes y se notan especialmente, si se viaja. En la vida cotidiana da la sensación de que los días contados de la existencia humana permanecen en un segundo o tercer plano, pero al viajar se nota la finitud desde una perspectiva diferente y más intensa y también Unamuno se da más cuenta de ella, si cabe decirlo.
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