El filósofo, lógico y teólogo Pedro Abelardo ocupa un lugar de privilegio en la historia del pensamiento medieval. Vivió desde el año 1079 hasta el 1142. Fue un gran erudito, profesor y sabio. Fue un intelectual independiente y crítico, pero también un humanista. Sus clases y enseñanzas no dejaban indiferente a nadie. Era un gran dialéctico y polemista. Sus controversias fueron famosas. Siempre estaba presente en la palestra de las ideas.
La ética siempre fue considerada por Abelardo como la culminación de su pensamiento y ocupó un puesto especial en su filosofía. Si bien es preciso no olvidar que la influencia del cristianismo en sus planteamientos éticos es visible en su libro Conócete a ti mismo.
De todos modos, es consciente de la trascendencia de la coherencia y la honestidad en la manera de actuar en la vida. Abelardo considera que el problema esencial es el del fundamento de la moralidad de los actos. Señala la significación de lo intencional en los actos humanos, aunque también utiliza el concepto de pecado en el curso de sus explicaciones.
Es cierto que las acciones pueden ser buenas o malas por ignorancia o coacción como sostiene el mismo Abelardo, pero eso no supone que el valor de la intención pueda o deba quedar en un segundo plano.
Al contrario, es necesario fijarse y analizar con suma atención la bondad de la intención para tomar decisiones positivas, adecuadas y apropiadas. Se puede afirmar que, en cierta forma, Abelardo se está anticipando a la buena voluntad de la moral kantiana. Y también se puede interpretar la buena intención, según el planteamiento moral del gran filósofo medieval, como una especie de relación íntima del alma con Dios.
De todas formas, desde un análisis puramente ético Abelardo muestra su planteamiento al escribir: «En consecuencia, de la misma manera que al hombre bueno se le llama bueno por su propia bondad, así la intención de cualquiera se denomina buena por sí misma». Hacer las cosas siguiendo la propia y libre voluntad no es causa de padecimiento y sufrimiento. Es algo que reconoce Abelardo y es cierto.
El problema surge con la ignorancia y la falta de libertad. Las apariencias, las falsedades, los engaños son enemigos absolutos de la virtud y de la buena intención.
En su propia época el mismo Pedro Abelardo sufrió las consecuencias de los prejuicios y la intolerancia en relación con su filosofía y teología. Por ejemplo, Bernardo de Claraval lo atacó duramente por sus planteamientos teológicos que juzgaba equivocados, aunque no lo eran.
Además, las relaciones amorosas entre Abelardo y Eloísa provocaron una reacción violenta que perjudicó mucho la propia vida del pensador. Las costumbres medievales en el siglo XII podían ser con frecuencia crueles y despiadadas en relación con el honor y otras cuestiones similares.
En cambio, la actitud de Pedro Abelardo es más tolerante y más abierta, ya que se fundamenta sobre todo en la práctica de la argumentación racional y no en el uso de la violencia para decidir las disputas o los problemas.
Sabe que todas las personas son imperfectas y pecadoras y, por tanto, es consciente de que también deben practicarse la humildad y la compasión. Ser bueno, respetuoso y prudente es lo deseable para todos. Lo que no presupone que no se puedan cometer errores en los comportamientos que pueden ser rectificados cambiando de conducta y usando la razón y el buen sentido.
Abelardo se nos muestra como un auténtico racionalista, ya que está convencido del gran poder de la razón para orientar y dirigir la existencia de cada sujeto pensante. Sin olvidar el ambiente religioso y espiritual en el que vivía.
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