Tener la respuesta a esta pregunta es la pieza fundamental a saber para cualquier persona que desea iniciarse en la política. Si una persona que emprende una carrera política puede responder esta pregunta tendrá la ventaja de que podrá dar respuesta no solo a sus propias aspiraciones personales sino que también podrá cumplir con las expectativas de las personas que va a dirigir, o más bien, a servir.
No tener claro el objetivo que vamos a cumplir como entes de cambio puede llevarnos a tener frustraciones existenciales por no saber cómo usar el poder. Ya el maestro Eduardo Robledo Rincón, político mexicano de larga data y profesor de la George Washington University, nos dice que cuando esta pregunta no es respondida el aspirante a gobernar podrá aplicar el poder formal, ganar unas elecciones, pero seguramente no podrá responder positivamente en su experiencia de gobernar si no sabe para qué quiere el poder. Aquí se añade que si tenemos una idea clara respecto al objetivo social del poder, resulta más fácil ejercerlo y construirlo.
Hace varios siglos, Pitaco de Mitilene nos decía que “si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder”. Por otro lado, basta con estudiar al escritor americano Alvin Toffler para darnos cuenta que a lo largo de la historia se han construido tantas definiciones del poder como flores de cerezo en Japón.
Ya en la Francia revolucionara, Voltaire entendía muy bien las ambiciones humanas cuando señalaba que “debe ser muy grande el placer que proporciona el gobernar, puesto que son tantos los que aspiran a hacerlo.” Napoleón por su parte, amó el poder pero lo amó como un artista, lo amo como un músico ama su violín para obtener de él los acordes y armonías. Terminó adicto al poder y su grandeza.
Para Bertrand Russel, el poder junto con la gloria, continúa siendo la más grande aspiración y la máxima recompensa de la especie humana, resultando a menudo el primero consecuencia del segundo, y viceversa.
El inmenso Gabriel García Márquez señaló que “el poder absoluto es la realización más alta y más completa de todo ser humano y por eso resume a la vez toda su grandeza toda su miseria”. Ese poder que nuestro Gabo definía, ya el maestro de la diplomacia americana Henry Kissinger, nos decía que “el poder es el afrodisiaco más fuerte”.
Una de la principales confusiones que tienen los políticos es determinar la diferencia entre poder y autoridad. Max Webber, una de la personas que más ha estudiado el tema del poder y el Estado, establecía sobre la autoridad que es el poder aceptado como legítimo por aquellos sometidos a ella.
La realidad es que debemos entender el poder como un medio y no un fin, el poder como capacidad de transformación, como un motor que revoluciona y mejora vidas. Un ejemplo preciso de una persona que tuvo claro para que quería el poder, es Nelson Mandela, luchó por una causa, llego al poder y supo abordar las problemáticas que inspiraron sus luchas y no llegó al poder a improvisar, se retiró del poder y el poder moral lo acompaño hasta el último de sus días.
Por último, nos pedimos con un pensamiento del presidente estadounidense mas celebre, diciendo que “casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder.” – Abraham Lincoln
En mi país, Republica Dominicana, tenemos una versión propia para el pensamiento de Lincoln cuando decimos que “si quieres conocer a Carlitos, dale un carguito”. Ahora dejaremos una pregunta abierta: ¿Jesús de Nazareth hizo mayor énfasis en su poder o en su autoridad?
Los comentarios están cerrados.