En México tenemos que apuntalar el delito de feminicidio como una narrativa que debe ser permanente y sin pausas, frente a la descomposición social, la ausencia gubernamental y la incompetencia de las procuradurías estatales para investigar y consignar a los responsables de miles de asesinatos de mujeres.
El tema de Debanhi, la chica regiomontana desaparecida y hallada sin vida, ejemplifica en su máxima expresión lo que hoy ocurre en un país donde la justicia se busca primero en las redes sociales, donde se construyen tribunales, se muestran pruebas, se revictimiza a las mujeres e incluso, la victima puede llegarse a transformar en victimaria.
Ojalá en este país viralizáramos todos los feminicidios para exponer las fallas y ejercer una presión social que llevara a encontrar mujeres desaparecidas o castigar a los homicidas.
En las últimas semanas, hemos sido testigos de la barbarie de versiones que se dan, se inventan y se comercializan a través de las redes, donde con el poder del anonimato, se destrozan las reputaciones de las víctimas, se descubren a los presuntos asesinos, se deslindan a los cómplices, se inventan nuevas teorías y se monetizan las historias feminicidas, como si se trataran de series para alguna plataforma digital.
Son los tiempos, donde las fiscalías han sido rebasadas al inventar peritajes, sembrar cadáveres, desviar investigaciones y concluir verdades que a todas luces carecen de realidad.
Las mujeres en México siguen siendo el blanco de la violencia en todas direcciones y sin distingo de edades o estrato social.
Los gobiernos poco o nada hacen para garantizar esas políticas que de una vez por todas, lancen una estrategia no sólo de protección esporádica, sino programas donde las mujeres podamos sentirnos seguras a la hora de transitar por cualquier ruta del lugar donde habitamos.
Todos los feminicidios merecen una investigación y el castigo para los culpables. Es tiempo de centrarnos en la realidad de las mujeres de carne y hueso que sin grandes herramientas de protección, buscamos tendernos la mano unas a otras, para entender que no se trata de vender morbo, darles historias a los youtubers o permitirles a conductoras de noticiarios erigirse como las grandes victimarias de aquellas que ya no pueden defenderse.
Es grave frenar la narrativa de los feminicidios y enfocarnos a hacer de la muerte de una sola joven, un show amarillo y desgastante que raya en la perversidad de los diferentes frente sociales, donde la víctima termina convirtiéndose en victimaria y los responsables se diluyen entre el escándalo mediático y viral.
No es justo cultivar en México la figura de revictimización, donde una mujer muere una vez a manos de su violentador y vuelve a morir varias veces más a manos del morbo de una sociedad ávida del escándalo y las historias de crueldad, que venden y se monetizan rápidamente en las despiadadas redes sociales.
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