Por Maximiliano Sbarbi Osuna
El bajo índice de natalidad aumenta de manera alarmante. La ONU alerta que la prolongación de la esperanza de vida va a producir que en 2050 la cantidad de ancianos iguale o supere a la de los niños menores de cinco años. Tanto las potencias como los países emergentes están tomando medidas para evitar que la escasa clase activa soporte las cargas previsionales de la explosión demográfica de la vejez.
Desde que el economista británico Thomas Malthus demostrara a través de su modelo matemático que la demografía mundial iba a crecer desmedidamente si se la compara con la producción de recursos alimenticios, el problema de la superpoblacion planetaria comenzó a vislumbrarse en el horizonte. Sin embargo, algunos principios maltusianos no se cumplieron por diversos factores, entre los que se encuentra la utilización de mejores tecnologías para la producción de alimentos, que a principios del siglo XIX eran impensados. Sin embargo, la esperanza de vida global se extendió, lo que todavía produce que varios de los postulados del histórico economista continúen vigentes.
Un informe de la División de Población de las Naciones Unidas da cuenta de que en el mundo una de cada diez personas supera los 60 años. Pero, para 2050 la proyección es de una de cada cinco, con lo que se está muy cerca de que por primera vez en la historia los ancianos superen en cantidad a los niños menores de cinco años.
Dado que existen 600 millones de personas que superan los 65 años y de acuerdo con la ONU esta cifra se va a acercar a los dos mil millones a mediados de este siglo, el envejecimiento de la población va a ser uno de los grandes desafíos de estos tiempos.
Se prevé que los Estados deberán invertir más en salud y jubilaciones para que las personas que lleguen a una edad avanzada no queden sin coberturas sociales. Pero, en algunos países ya se puede deducir cuáles van a ser las soluciones a este nuevo problema. En Francia por ejemplo, las últimas huelgas fueron promovidas por un rechazo a la medida de aumentar la edad jubilatoria.
Por su parte, la compañía calificadora de riesgo Standard & Poor´s, que tanto prestigio tiene entre los sectores neoliberales, recomienda que si no se reducen las prestaciones sociales, la carga que va a tener que llevar la población activa, para sostener la explosión demográfica de ancianos, va a ser insostenible.
Evidentemente, algunas medidas hay que tomar para evitar esta catástrofe poblacional, pero lo que es seguro es que con las recomendaciones económicamente ortodoxas lo único que se logra es aumentar la pobreza y el abandono de los mayores, que se van a ver afectados principalmente en los países en vías de desarrollo.
La organización no gubernamental Help Age sostiene que en los países emergentes, el 70% de los hombres y el 40% de las mujeres continúan trabajando luego de haberse jubilado, dado que la pensión que el Estado les otorga es insuficiente. Si se redujesen las prestaciones sociales, este problema se vería incrementado.
Luego del Baby Boom
A fines de la década del 60, basado en los principios maltusianos, el libro de Paul Ehrlich “La explosión demográfica” aseguraba que el baby boom – la ola de nacimientos registrados luego de la Segunda Guerra Mundial – se iba a extender indefinidamente hasta que el alimento escaseara.
Sin embargo, la tasa de crecimiento poblacional bajó desde el 2%, en aquella época, a menos de la mitad en 2010. De acuerdo con datos de la ONU, en 2050 la población de niños menores de cinco años va a descender en 49 millones comparada con la actual, mientras que la de mayores de 65 años se va a incrementar en 1.200 millones.
Pero, los efectos del baby boom se van a desvanecer a causa del bajo índice de natalidad, que se debe exclusivamente a un cambio de hábitos sociales. Uno de ellos es la gradual mudanza que hubo desde la Revolución Industrial del campo a las ciudades.
A diferencia de las poblaciones rurales, en donde los hijos son una fuerza activa desde muy temprano en las labores de campo, en el escenario urbano, tienen que ser sostenidos económicamente por sus padres hasta la adultez, pasando incluso por una prolongada adolescencia. Esto se agrava en los países en vías de desarrollo por la falta de oportunidades laborales que sufren los jóvenes.
Además, otro factor del descenso de la tasa de natalidad es el avance social y laboral de las mujeres, que al estar más ocupadas en sus profesiones, el embarazo y el cuidado de los hijos suelen ser tomados como un obstáculo para el posicionamiento personal.
Pero, a diferencia de los que generalmente se cree, este no es un problema sólo de los países ricos, dado que la División de Población de la ONU indica que de los 59 países que nacen menos personas de las que se requieren para sostener el índice de natalidad, 18 son países subdesarrollados.
La baja natalidad comenzó en Europa Occidental y se extendió a Rusia, gran parte de Asia, Sudamérica y sur de la India. Los países del este de Asia, caracterizados por la superpoblación tienen unos de los índices más bajos de natalidad. Por ejemplo, Japón, Corea del Sur y Taiwán van a empezar a disminuir su población y a tener que soportar una cantidad de personas mayores inédita.
Pero en este mundo de ancianos que se avecina en las próximas décadas va a presentar características más desfavorables para los mayores, ya que el estilo de vida sedentario produce menor agilidad y mayor riesgo cardíaco, que limita el trabajo de las personas que se jubilen. Por eso, el elevamiento de la edad jubilatoria y la reducción de los programas sociales para la vejez no son una solución.
Medidas para evitar un mundo de ancianos
Europa, por ejemplo, puede resolver el problema demográfico acudiendo a los inmigrantes, que van a suplir a la población activa local, que se encuentra en constante disminución. En Singapur también ya se están tomando medidas al respecto. El gobierno otorga un subsidio de 3 mil dólares por el primer y el segundo hijo y otra subvención de 4.500 dólares por el tercer y cuarto niño.
Asimismo, el lado positivo de la baja natalidad es que al haber menos niños para criar, existen más adultos que puedan incorporarse a la economía formal, para equiparar la balanza de la enorme cantidad de ancianos. Además de esta manera se evita incrementar la inversión en educación y a su vez una menor cantidad de niños pueden formarse mejor.
Este es el caso de la China actual, que experimenta los beneficios de una gran población activa, con pocos hijos y una cantidad proporcionalmente razonable de ancianos. Pero, la consecuencia futura es que la población activa descienda, lo que va a provocar una depresión inevitable de la economía.
El problema del envejecimiento poblacional ya está planteado, pero las soluciones son difusas. No hay duda de que los Estados deberán intervenir para estimular la natalidad de manera efectiva. Dejar este tema en manos del mercado, sería un agravar el problema.
Se puede seguir el modelo del estado de bienestar sueco en el que la carga horaria de trabajo es menor, con lo cuál una familia puede dedicar el resto del tiempo a la crianza de más de un hijo. Aunque, precisamente fue en Suecia donde se originó el descenso de natalidad a comienzos de la década del setenta.
Otra solución sería la de volver a las prácticas tradicionales, con la mujer al cuidado de los hijos y un regreso parcial a las zonas rurales en donde toda la familia tiene un rol en la producción de alimentos, pero esto es imposible en la mayoría de las civilizaciones, dado que los efectos de la globalización son irreversibles. Además, no se puede volver el tiempo atrás y mucho menos involucionar en las conquistas sociales.
Obviamente, la respuesta a este problema será equiparar la proporción de niños, con la de los adultos en edad laboral y la de los mayores pasivos. Pero, incrementar la edad para jubilarse y recortar las prestaciones sociales, sólo va a producir más pobreza y desigualdad y además no garantiza que la tasa de nacimientos aumente.
Por eso, la solución está en programas estatales que los demógrafos, economistas y gobiernos deberán discutir para evitar males mayores y que se detenga cuanto antes el aparentemente inevitable mundo de ancianos al que la humanidad va a acceder por primera vez en la historia.
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