El discurso del Papa Francisco en el Capitolio de Estados Unidos ha sido valiente, y a la vez claro y exigente, como corresponde al líder religioso de la cristiandad, y Jefe del Estado Vaticano. La lucha contra el cambio climático es una tarea pendiente que deben realizar todos los países y, especialmente los poderosos, y los más poblados. La aceptación de los inmigrantes es otra de las cuestiones en las que insistió en su alocución el Santo Padre, ya que, entre otras cosas, es expresión del espíritu evangélico de Jesús.
La fraternidad, la solidaridad y la compasión son, quizás, los tres términos que mejor explican la esencia de bondad que representa la religión cristiana, desde una perspectiva espiritual. El multiculturalismo, el respeto a los extranjeros, y la comprensión respecto a los movimientos migratorios, así como el rechazo absoluto y frontal, de cualquier tipo de xenofobia o racismo debe ser algo afirmado por los políticos, y por los ciudadanos, independientemente, o al margen de planteamientos partidistas.
La hermandad humana estuvo presente y viva en la comparación realizada por el Papa, entre la crisis de los refugiados en Europa, y la llegada a USA de inmigrantes de America Latina sin papeles. Buscan un mundo en el que poder vivir adecuadamente, y en este sentido deben ser bien acogidos, y respetados por todos. Frente a planteamientos de los republicanos que están instalados en el temor, o el miedo a los inmigrantes, Bergoglio parece que da a entender que está de acuerdo, con el desbloqueo de la regularización de millones de inmigrantes que llegan a Estados Unidos.
En lo relativo al cambio climático, negar la evidencia, es algo que conduce al desastre, porque supone en el fondo mirar para otro lado, y desentenderse de este gravísimo problema mundial. Es necesario actuar con valentía al respecto, ya que es posible cambiar las cosas, aunque existan políticos republicanos escépticos que, incluso niegan que la causa del calentamiento global, sea la actividad humana en el planeta.
En lo referente a la abolición de la pena de muerte, su mensaje es inequívoco, y concuerda con la religión de paz y amor que es el cristianismo. Parece, realmente, increíble que, precisamente, en la mayor potencia mundial, no se cumplan los Derechos Humanos, y se aplique la brutal y bárbara pena capital. En un país en el que entraron en vigor después de la Segunda Guerra Mundial, al igual que en otros muchos estados del mundo.
El Papa también argumentó sobre el derecho a la vida, y sobre la protección de la misma reiterando el valor de la doctrina de la Iglesia. Ciertamente, es una cuestión, en mi opinión, espinosa, porque el tema del aborto depende de la conciencia de cada persona y de sus ideas, pero también de las leyes específicas de cada estado, puesto que establecen plazos y condiciones para abortar.
Algo que, como es sabido, no convence a la Iglesia, y es rechazado, al considerar que se están eliminado vidas inocentes que, incluso podrían ser dadas en adopción, para que pudieran gozar del derecho a la vida que, en principio, tienen todas las personas.
Y a esto es adecuado añadir lo que indican los avances, y nuevos desarrollos de la ciencia médica en relación con el inicio de la vida, y otras cuestiones relacionadas con la Bioética, que cada vez son más complejas, y poseen más aspectos a valorar, enjuiciar y reflexionar.
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