El tiempo huye y la vida también es relativamente breve aunque parezca larga. Esto ya lo sabían los antiguos. El mismo Séneca escribió acerca de la brevedad de la vida. Una existencia bien aprovechada puede ser larga, pero si se desaprovecha y dilapida absurdamente el tiempo del que se dispone puede ser corta. El estoicismo insistía en la serenidad del alma o tranquilidad del ánimo o en la imperturbabilidad ante los avatares que nos depara el devenir de las cosas y del mundo a los hombres. Un planteamiento compartido por las otras escuelas éticas helenísticas, de modo general.
Ya el filósofo y emperador Marco Aurelio que vivió desde el año 121 hasta el 180 de nuestra era en sus Pensamientos expresa una doctrina estoica que se manifiesta en su existencia personal de un modo realmente admirable. Escribe Marco Aurelio sobre la duración de la existencia: “De la vida del hombre el tiempo es un punto, la sustancia fluye, la sensación es vaga, corruptible la fábrica del cuerpo todo, el alma desvarío, la suerte inaccesible a la conjetura, la fama incierta.” En efecto, la variación de las circunstancias y de la realidad unidas al azar presente, de modo continuo, en el desarrollo de los acontecimientos y en el curso de las vidas individuales da lugar a la incertidumbre. Pero puede ser superada con la razón, la prudencia y la inteligencia.
Marco Aurelio adopta una actitud estoica valiente ante la muerte, algo que es natural e inevitable, y ante las circunstancias difíciles que se presentan en la vida de los individuos.
Otro pensador de la época moderna elabora unas reflexiones muy profundas acerca de nuestra naturaleza mortal. Se trata de Montaigne. En sus famosos Ensayos plantea el problema de la muerte de una manera clara y precisa. La filosofía es una meditación de la muerte y también de la vida. Se aprende que somos seres destinados a desaparecer para siempre, desde una perspectiva puramente natural o materialista. Evidentemente, los que poseen creencias religiosas creen en la supervivencia del alma o lo que es lo mismo en su inmortalidad. O bien consideran que llegará la resurrección del cuerpo de cada uno.
Es significativo que Montaigne escriba que “Por encima de todas las ideas filosóficas, aun en lo referente a la virtud misma, el último fin de nuestra vida es el deleite”. Es una observación que en pleno siglo XXI se aplica de forma común. Estamos viviendo en la era del hedonismo y del consumismo. Montaigne de manera sagaz se da cuenta de la transitoriedad de las cosas y de las personas. Ya que también dice, muy sabiamente, que “El mucho vivir y el corto vivir son idénticos ante la muerte”. No cabe duda de que la opción racional es vivir con la máxima intensidad posible para que las horas y los días parezcan realmente más de lo que ya son. Para que podamos atesorar nuevas experiencias, sentimientos, sensaciones, emociones y conocimientos, de un modo más eficiente. La calidad de los momentos de la vida y su intensificación es lo que realmente da mayor sentido a lo que hacemos. Si es que la vida tiene sentido, si se piensa en la perspectiva de la muerte.En cualquier caso, puede tenerlo, si se reflexiona y se vive al máximo para ser plenamente lo que queremos ser.
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