Alecciona el filósofo ruso, A. Dugin: “Cuando el mal viene bajo la apariencia del mal, no es tan difícil de rechazar. Cuando surge como algo incomprensible y sobrecogedor a la vez, entonces, tomar una posición estricta es mucho más difícil. Todo gira y cae fuera de lugar, y es imposible distinguir una cosa de la otra. Este es el mal vigoroso y eficaz”.
El autor no es caprichosamente citado, dado que es el autor de la obra “La cuarta teoría política” una suerte de continuidad de la Tercera Posición Peronista que al parecer la toma muy en serio Vladimir Putin y que se internacionalizó tanto que en países como Perú se habla de este cuarto momento como una suerte de superación de los estadios hasta aquí conocidos mediante los populismos o las neoderechas que campean una suerte de reivindicación, postrera, del acceso al poder mediante el voto, combinado con los autoritarismos, ratificados por referemdums, electorales que predominan en Asia.
Tampoco es casual que Dugin, tenga toda una visión desde esta posición geopolítica de restituir o revalidar, desde una perspectiva superadora, el Imperio de Eurasia o el Imperio democrático, a decir de Juan de Dios Andrade el politólogo Mexicano que conceptualiza, atinada y asertivamente este nuevo (o remozado) proceso geopolítico que forja concatenaciones en el campo de la filosofía política.
Desde la Argentinidad de la presente tinta, podríamos performativamente determinar que la convocatoria al mundial de futbol de Rusia 2018 es la inauguración, simbólica, litúrgica y conceptual del Imperio democrático de Eurasia. Así como desde los montes Urales, como columna vertebral o cordón umbilical, se alambico, enquistándose y extendiéndose luego, el Marxismo desde el mismo lugar que antes lo habían hecho bajo las consignas de los Zares, y previamente, tal vez, la voluntad de poder de los vikingos, la nueva era correrá ante las masas desde la redefinición geopolítica que proponen los que ven con buenos ojos, que se borren las fronteras de estado y se vuelvan a reconvertir las de naciones de antaño, sea en un plano de lo arquetípico o imaginario.
El mal vigoroso y eficaz del que habla Dugin es algo más complejo dado que en vistas a la búsqueda de sus explicaciones recorre todo el espinel de la psicología como de la sociología, determinando de alguna manera que estamos en el periodo en donde las sombras de la actualidad, despertarán aspectos nodales que resguardamos en el inconsciente colectivo que nos harán guarecernos en nuestras posiciones más atávicas y tradicionalistas.
A grandes rasgos y en forma muy sintética no es un mal camino, para analizar la Ereignis Heideggeriana, es decir el evento político, para ver qué ocurre con el resurgir de los nacionalismos como de los partidos nacionalistas (Desde la aparición mediática del RAM en Argentina, pasando por el avance de los neonazis en las recientes elecciones Alemanas, Austriacas, el proceso Catalán, antes el Brexit). Dugin tributa y muy bien con esto, de alguna manera le ofrece servido en bandeja la restitución o constitución (no queda muy claro en qué términos sería, pero a todas luces es secundario) del Imperio de Eurasia a Vladimir, y como sospechamos al líder ruso, la imperialidad le debe gustar más que los perros.
Habiendo redactado un artículo que obra como parte integrante del “Acabose democrático” (Ápeiron Ediciones, Madrid, 2017) acerca de la taxativo que “Las democracias occidentales precisan de nuevos límites”: Eugenio Trías (filósofo español contemporáneo) en su obra Límites, explicita que este, era el surco físico donde terminaba el imperio Romano, en ese “limo” en ese barro, el mundo ya no era tal, esa delimitación era precisa, concreta, real y de allí se hizo palabra significante, extendemos la búsqueda y vamos hacia la otra conceptualización que propone la ontología, no ya desde lo uno y lo otro, sino desde el propio, el lugareño y la vinculación con el extranjero.
Debemos acudir a Platón en sus diálogos más “metafísicos” para encontrar la consideración semántica que hace de lo extranjero: “Por alguna razón que en el diálogo no se explicita, Sócrates cede su lugar ante un anónimo extranjero quien termina asumiendo el rol más importante como interlocutor principal y guía de la conversación…La única manera, la más amable, que Platón pudo haber encontrado, fue la introducción de este Extranjero, íntimo amigo del círculo eleata, conocedor cercano de su pensamiento y al mismo tiempo tan cercano al propio Sócrates en su trato benévolo y manso del lógos. (“Spinassi, M. A. “El extranjero de Elea y la “sofística de noble linaje” (platón, sofista 230 e5-231 b8.))
Sí algo nos legó la filosofía Platónica es su abordaje de lo uno y lo múltiple en su vinculación con lo mismo y lo diferente, releyendo o dando otra perspectiva a lo que hasta ese entonces había propuesto Parménides. No casualmente en el diálogo Platónico de tal nombre, Parménides y junto al anterior citado, los más metafísicos de Platón se afirma: “Sí es imposible que los desemejantes sean semejantes y los semejantes, desemejantes, ¿es imposible también que las cosas sean múltiples? (“Parménides” Platón. Editorial Gredos. 127 e. Madrid. 2011).
Regresando a lo político de la filosofía y sus problemáticas actuales, alguien quién proponía variantes de análisis más que interesantes era Z. Bauman diagnosticando en forma precisa en el texto conocido como “Archipiélago de excepciones en el mundo moderno”. Ofreciendo salidas o soluciones tras el diagnóstico en el estado líquido que observó en el proceder contemporáneo.
“¿Qué significa ser flexible? Significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes”. (Bauman, Z. La modernidad líquida).
Posible y probablemente la fortaleza y dinamismo que tome el Imperio Democrático de Eurasia, antes que el desandar de sus conceptos, o incluso de los procedimientos electorales (que occidente ya los agota en sí mismo, considerándolos como condición necesaria y suficiente de lo democrático cuando en verdad apenas sí solo se presentan como condición necesaria, pero nunca suficiente) tenga más que ver con el rebotar sólido, líquido o gaseoso de una pelota de futbol, besando una red en el concierto de un espectáculo como un mundial de balón, del cual millones de personas, no se consideran ni extranjeras ni otras en la codificación de reglas para una convivencia plena, al menos por noventa minutos.
¿Y el después? Como dice el Tango, ¿Qué importa del después?
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