Por Joel R. Campbell
Imagine un país donde virtualmente todo lo que usted posee proviene del Estado, donde su educación tiene que ver primordialmente con la glorificación del Estado y su familia de líderes, donde la única estación de televisión transmite propaganda entumecedora de la mente y la única estación de radio pone melodías militares cuasi religiosas ensalzando la genialidad de los líderes nacionales, donde todo lo malo que sucede se debe a los lobunos estadounidenses y japoneses. Para la gente común, Corea del Norte parece el lugar más extraño del planeta. Es como si se hubiera materializado una versión en clave de horror de la película Alicia en el país de las maravillas. ¿Como puede cualquier país aceptar un sistema comunista basado en la sucesión hereditaria, un gran campo de concentración para la menor de las infracciones políticas, una de las hambrunas más grandes de la historia provocadas por el hombre, y una economía moribunda en el medio de la economía regional más dinámica del mundo? Un régimen verdaderamente estrafalario, que sin embargo funciona de acuerdo a una racionalidad y a códigos propios que tienen sentido dentro de su propio mundo. Comprender un régimen así, no significa aceptarlo o justificar sus acciones, pero le permite a la comunidad internacional lidiar mejor con un Estado de esta característica y entender en forma más completa la naturaleza de los regímenes autoritarios en el ámbito post Guerra Fría.
El arresto y ejecución de Jang Seong-taek tomó a muchos observadores de Corea por sorpresa a causa de su celeridad, rotundidad y brutalidad. Jang no sólo era el tío político de Kim Jong Un, sino también su mentor y tutor en los meandros del poder norcoreano. El había estado en la cima del gobierno del Norte por décadas, era la principal conexión de Pyongyang con el liderato político chino, y la voz clave del paquete de leves reformas económicas, lanzado más de diez años atrás.
Las élites chinas se quedaron tan atónitas, que comenzaron a hacer circular escabrosas historias (ahora desmentidas), acerca de que el anciano no había sido muerto por un pelotón de fusilamiento, sino por una jauría de perros famélicos en una jaula cerrada. La eliminación del hombre más viejo ¿habla de la fortaleza de Kim, o de su debilidad? ¿Fue ello una evidencia de la lucha por el poder dentro del liderato, o incluso un posible golpe de Estado? Quizá Kim no estaba preparado para gobernar, y se descargó contra un hombre que lo despreciaba como a un advenedizo de la política, un gobernante ignorante. No es difícil imaginar a un hombre joven, que se siente inseguro en los zapatos de su padre y su abuelo, y que sintió que debía ponerle su sello al régimen de la forma más rápida, más directa y más visible posible.
Yo sugeriría una lectura alternativa del caso. Dado el horrendo historial de derechos humanos del Norte y la historia de las purgas desde su fundación en 1948, la eliminación de uno de sus líderes prominentes no debería ser muy chocante. Lo único verdaderamente sorprendente es la naturaleza pública de la ejecución de Jang. La cultura política de Corea del Norte no solo hace posibles tales acciones, sino que son una función normal del sistema político. La realidad es que la cultura política de Corea del Norte va más allá del maquiavelismo: para poder tener éxito, los apparatchiks de Pyongyang deben ser más duros y más despiadados que todos los demás. Aquellos que carecen del requisito de la dureza no llegan a la cima, y deben permanecer serviles.
Como un líder joven, no experimentado, Kim tenía que probar que podía ser tan feroz como sus predecesores. Puede que haya sido inevitable que se diera vuelta contra su propio tío: ¿habría una mejor manera de demostrar su bestialidad que haciendo devorar a alguno de sus propios familiares?
Matar a Jang significaba eliminar a la persona más importante fuera de la familia de Kim, el hombre que hacía funcionar al gobierno, y el amigo clave de China. Es como si el presidente Barack Obama arrestara y ejecutara al Secretario de Estado, John Kerry, o el primer ministro británico David Cameron ordenara matar al ministro de Hacienda, George Osborne. Pero en el universo político de Corea del Norte, era mucho más que eso: era una inversión de los valores tradicionales de Confucio, el joven emperador asesinando a su mayor, su pariente más viejo, un anciano que se acercaba a la jubilación. Se tenía la intención de que fuera chocante, la intención de que fuera brutal, la intención de que fuera rápido y final. Como la limpieza de la maleza y la madera vieja, la eliminación de los ancianos de Corea del Norte le abre vacantes a una nueva generación de aduladores tecnocráticos, que pueden implementar el sueño del joven Kim de un Estado revitalizado que reconstruye una economía destrozada.
La experiencia en el extranjero de Kim Jong Un despertó la esperanza de muchos observadores de Corea del Norte de que él podría convertirse en un reformador, abriendo la República Democrática Popular de Corea al mundo exterior, al estilo de los apparatchiks rusos de fines de la década del 80. Una generación que estudió programas en el extranjero le enseño a muchos jóvenes soviéticos los beneficios de las sociedades abiertas y las economías globalizadas, aun si la Rusia post-soviética recientemente ha involucionado. Pero lo que sabemos ahora del tiempo que el joven líder coreano pasó en Suiza nos muestra la imagen de un principito consentido y arrogante, un superior distante, que mira con desdén a otros coreanos y tiene pocos amigos. Los mejores de entre nosotros son transformados por la vida en el exterior; nosotros aprendemos acerca de otras culturas y otros modos de ver el mundo, y queremos ser mejores personas. El mejor regalo que ganamos de vivir en otro país es que desarrollamos una visión crítica de nuestra propia cultura y sociedad. Aparentemente, nada de esto le ocurrió al joven príncipe. El volvió a Pyongyang con un acrecentado sentido de sus derechos, y fue preparado para ocupar el poder durante toda una década, antes de que su asenso fuera anunciado.
Cuando fue oficialmente presentado en el 2009 como el sucesor de Kim Jong Il, el joven Kim lucía muy poco prometedor como potencial reformista. Aparentemente el trató de imitar la apariencia corpulenta de su abuelo, su manera de caminar, sus gestos, mientras que su corte de pelo era casi tan estrafalario como el de su padre.
Al asumir el cargo, el gastó varios meses en esfuerzo para construir su imagen, asomándose de las escotillas de tanques, mimado por adoradoras mujeres-soldados, jineteando un caballo moteado, y casándose con una mujer atractiva pero recatada. Gradualmente, el fue desplazando a los líderes gerontocráticos que ocupaban todos los altos cargos en le ejército y el gobierno, mientras reinaba su padre.
¿Qué se puede esperar de Kim luego de un poco más de dos años en el cargo? Claramente, él es un líder más centrado y menos voluble que su padre. Aparentemente él ha decidido que el camino hacia la grandeza nacional de Corea del Norte no está en la vía de la reforma económica y la apertura, sino a través de doblar la apuesta sobre las políticas básicas que se siguen desde la década del 50: confianza autárquica en uno mismo (o Juche), políticas que priorizan lo militar, y llegar a ser una nación poderosa y próspera. Para la familia de Kim, esto siempre significó un desarrollo económico planeado desde el centro y centrado en el Estado. Sólo hay un poco de espacio para los negocios privados, la iniciativa privada o los incentivos basados en el mercado. El problema es que, como muchos observadores han hecho notar, un sistema económico estalinista no es sustentable a largo plazo en el siglo veintiuno. Eventualmente, el sistema norcoreano va a colapsar. La pregunta es: ¿cuando? Muchos expertos en Corea del Norte esperaban que el régimen cayera en la segunda mitad de la década del 90, pero todavía sigue aquí.
El caso de Burma muestra que un régimen extremadamente malo que hunde su propia economía pude sobrevivir por un tiempo muy largo. ¿Cuándo caerá Corea del Norte? Podría ser el año próximo, ya que después de todo, los regímenes comunistas europeos cayeron repentinamente y con sólo algún indicio de alarma, o podría ser de aquí a treinta años.
Una población intimidada y amortecida hace muy poco probable un levantamiento al estilo de Libia o aún de Siria. La única cosa cierta, es que el Norte tiene ahora un líder supremo más duro, más determinado, que el que tenía desde principio de la década del 90, y él se asegurará de que el régimen dure tanto, como él pueda mantenerlo vivo.
Ahora, imagine otra clase de país. Un venerado líder revolucionario, que ha llevado a su Estado a una autarquía cada vez mayor durante una generación el poder, repentinamente se muere. Todos se preguntan que nuevos líderes llegaran al poder y hacia donde han de llevar a la nación. Dos años más tarde, un líder nuevo y de un tipo muy diferente solidifica su control sobre el partido gobernante; él lanza inmediatamente importantes reformas que transforman la economía y llevan a la nación del estancamiento a convertirse en un gigante industrial emergente. Ese líder fue Deng Xiaoping, y ese Estado fue China desde 1978 en adelante, que escapó del callejón sin salida maoísta y se abrió al comercio internacional y a las inversiones. Y no olvide que Deng aparentemente desarrollo una visión positiva del mundo como un estudiante joven, aunque pobre, en la Francia de la década del 20. ¿Puede Corea del Norte hacer lo mismo que su vecino más grande? Si hubieran sido listos, los líderes del Norte lo hubieran intentado hace una generación. Vietnam lo hizo así, y ha sido un gran éxito por espacio de veinte años. Dada la profundidad del agujero en que está Pyongyang, no espere que eso pase ahora. Corea del Norte está atascada en un solipsismo maligno, del cual es poco probable que escape sin un cambio de régimen. Estados muy malos pueden ciertamente seguir por mucho tiempo, siempre que mantengan a su élite gobernante bastante confortable. Espere más de lo mismo en los años venideros.
Ya sea devorado por los perros o simplemente ejecutado por un pelotón de fusilamiento, Jang Seong-taek está muerto. Su muerte nos choca porque venimos de culturas políticas que pugnan por la moralidad. Su muerte es meramente el acto más reciente y más publico de un régimen horroroso que ha acabado con millones de personas. No rece por el desafortunado Jang, sino por los norcoreanos comunes y corrientes, que resisten y sobreviven, o escapan y huyen. Debemos diseñar políticas que puedan manejarse con la atrocidad de este gobierno. Nosotros podemos empezar por aceptar la verdadera naturaleza de la política de Pyongyang.
Joel R. Campbell es un Profesor Asociado de Ciencias Políticas en la región del Pacífico (Japón y Corea) del programa Global Campus de la Universidad de Troy University. Es docente en el programa de Master de Ciencias en Relaciones Internacionales (MSIR). Ha enseñado en la Universidad Tohoku, el Colegio Internacional Miyazaki y la Universidad Kansai Gaidai en Japón, así como en tres universidades de Corea. Ha publicado extensivamente sobre sus principales temas de investigación, la política y la economía política del Noreste de Asia, así como sobre política tecnológica y seguridad internacional.
Fuente: JTW
Los comentarios están cerrados.