Antena 3 está emitiendo la serie “La Embajada” que, según el semanario “Supertele” del 7 al 13 de mayo, ha alcanzado una audiencia de 4.034.000 espectadores.
Empezar un relato por el final es un recurso eficaz y sugerente, y así se presenta la primera entrega de “La Embajada”. Bambú Producciones ya utilizó esta táctica en una de sus primeras series, Guante blanco, y vuelve a ella para narrar una historia de ambiciones, poder, corrupción y pasiones descontroladas. Sin embargo, el peligro de un buen inicio es su continuación.
También se encuentra la corrupción, el engaño, la traición y el sexo explícito entre la embajadora y el novio de su hija.
Después del prometedor inicio, el guión arranca tan pretencioso que se olvida de reservar algo para las siguientes entregas. Ya en el primer capítulo nos hemos enterado de quiénes son los malos, quiénes los infieles y de quién conspira contra quién. Los diez capítulos restantes sólo vendrán a corroborar lo que ya sabemos. Quizá se nos reserve alguna sorpresa final, pero es difícil confiar en unos guionistas que nos cuenten una historia que, insinuada, sería mucho más estimulante. En La embajada es todo tan evidente que nada sorprende.
En su aglomeración inicial de historias y conflictos, resultan poco verosímiles los encuentros y desencuentros entre los personajes.
Con el reparto y la interpretación, más de lo mismo; no se sabe si es por falta de profundidad del personaje o porque el actor no da más de sí, la conclusión es que son pocos los que convencen, y muchos los que reciclan su actuación de siempre. No obstante, habrá que esperar para ver si el guión es capaz de ponerles a prueba, o no.
“La Embajada” cuenta con la factura visual propia de su productora aunque desaprovecha el potencial de un argumento con posibilidades y se adorna con rostros conocidos para ostentar una calidad que se esfuma en cuanto llegan los diálogos y la trama se complica. La serie es como uno de esos best sellers mediocres: fáciles de digerir, pero insulsos para el intelecto.
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