“La única manera de aproximar la perversión es intentar definirla ahí donde está, o sea a nivel de un comportamiento relacional”. (Lacan, J., Seminario 9, “La identificación”, 17 de enero de 1962. Escuela freudiana de Buenos Aires.)
“Las minorías gobernantes generalmente están constituidas de manera que los individuos, que las forman, se distinguen de la masa de los gobernados, por ciertas cualidades, que les dan superioridad material, intelectual y hasta moral; son también herederos de los individuos que poseyeron tales cualidades. En otras palabras, deben tener cualquier atributo, verdadero o aparente, que sea fuertemente apreciado y de mucho valor en la sociedad en la que viven”. (Mosca, G. “Elementi di scienza política”. Cap. 11. Pág., 89. Torino: F.lli Bocca, 1923.)
“La tesis de Lacan es que el perverso encarna el objeto por la vía de un fetiche, siendo la condición que encarne el objeto, y ante la pregunta ¿Qué es en el deseo? Un objeto fetiche, que se encuentre en el lugar de la causa, el fetiche tiene que estar, y es lo que le permite ser el amo de esa posición. (Marchesini, A. “La estructura perversa”., Revista Virtualia. Número 28. Julio 2014).
La democracia como versión, pretendió ser subvertida con los resultados harto conocidos, derramamientos de sangre mediante en distintas partes del globo. Aquerenciados como claqué o clase tal como se describe mediante el intelectual italiano citado, podríamos arriesgar también como efecto espejo, que lo retratado por el sociólogo Howard Becker en su obra “Outsiders: hacia una sociología de la desviación”, la administración democrática, por parte de los “políticos”, constituye a estos mismos, como sujetos desviados o distorsionados de lo público y de la mayoría de sus integrantes.
De no ser esto así, no tendríamos los valores escasos de credibilidad que de un tiempo a esta parte poseen la mayoría de los ciudadanos consultados con respecto a la democracia. La clase política, se convierte en lo ajeno, lo extraño, los que están fuera de lo común, son los integrantes extraordinarios de la versión del sistema de gobierno, que no puede ser entendida, sino a través de la estructura perversa con la que actúan la mayoría de los miembros de la élite gobernante (que incluye lógicamente a los circunstanciales opositores, que validan el circuito legítimo-legal).
El concepto de estructura perversa lo tomamos en la consideración lacaniana y que en nuestra propuesta se traduciría de la siguiente manera, extrapolando en el análisis de lo particular a lo general en la ejecución cotidiana de hombres y mujeres individuales en sus acciones públicas.
El goce compulsivo del político en su perversión de lo democrático, se nutre precisamente en hacer objeto la dimensión del poder político. Él mismo, se introyecta, se constituye en el elemento, en el ariete, indispensable para hacer posible lo imposible, que es precisamente el gobierno del pueblo. Perversamente, el individuo de estas características, se hace pueblo, intérprete de las mayorías, soberano de sus decisiones y tutelador de los deseos de los múltiples. Para constituirse en amo, cosifica o transforma en fetiche, todas y cada una de las instituciones democráticas, o sus formas, mecanismos o metodologías. De esta manera, divide o quiebra al otro, que seríamos los otros, los gobernados y nos pone en una aporía dilemática de consideraciones inimaginadas. Así como el perverso clásico en el espacio clínico, goza ante trasladar al otro, la decisión de cómo cubrir su falta (el jefe o quién está en una posición de poder con respecto a un subordinado que lo insta a que ceda en su dignidad, como rebajarse a cumplir una orden inmoral o ser sancionado o expulsado por no hacerlo) el político de estructura perversa opera de la siguiente manera: desde su posición de privilegio, desde su preeminencia de clase, hace uso de la supuesta “igualdad” discursiva que plantea, performativamente lo democrático. Se nos presenta, perversamente, como un igual, a sabiendas que no lo es, que no lo será ni lo pretende ser. Cede su libertad individual, transitoria y acotadamente, en los momentos o circunstancias electorales. Se oferta como servidor público, como empleado y dependiente de esa ciudadanía que tendría supuestamente el poder de hacer de él lo que quisiese. En este momento de la trama, desanda sus pasos para pervertir lo dado, lo establecido y todo aquello que lo sitúa donde está, dado que cumplimenta la exigencia normativa, que a él por su estructura perversa no le interesa cumplir, pero a la mayoría de los ciudadanos que no somos perversos, sí. Todos los canales previstos por las teorías de lo democrático, pasan a ser meras interpretaciones a expensas de la discrecionalidad del gran amo. Se suprimen los diálogos y contrapuntos (en el caso de que hayan existido) que debieran existir siempre desde los espacios o partidos políticos. Se pulverizan los valores culturales que podrían representar los gobernantes, quedando siempre supeditados a la ética de la responsabilidad y bajo la égida de la dinámica de lo urgente. Se establecen batallas yoicas o egocéntricas entre los diversos perversos que anidan en los diferentes poderes del estado. Los medios de comunicación, redes sociales, y manifestaciones de partidarios (que siempre establecen un lazo de dependencia real con sus respectivos amos, por lo general mediante contratos rentados para tales fines) cumplen el rol de espejos gigantescos que replican, que viralizan, las acciones perversas que llevan a cabo a los únicos efectos de amalgamar la cosificación o la transformación de mero fetiche de nuestras democracias.
Ni se gobierna, ni se considera al pueblo como tal. El goce compulsivo de los gobernantes se alimenta de nuestras necesidades de tapar las ausencias o las faltas. Se aprovechan de que, tras las experiencias totalitarias, creamos un fantasma (también en clave psicoanalítica) que no tolera nuestra condición limitada y relativa.
En verdad no tenemos nada, o tenemos mucho menos, de lo que necesitaríamos tener. Cómo estas faltan operan en el orden simbólico, es mucho más complejo el poder reconocerlo y obrar en consecuencia.
Lo estamos poniendo en palabras, con todo lo que esto significa. Los perversos no lo entienden ni lo entenderán, no porqué el presente manojo de vocablos, tenga una complexión barroca, de dificultoso entendimiento y todas y cada una del galimatías que siquiera les interesa argumentar.
En caso de que usted no posea, en relación a lo político, una estructura perversa, podrá saber de lo que estamos hablando.
Muy poco de los que nos dicen que tenemos está al alcance de nuestras manos o se traduce en algo asequible o real.
Pero con todas nuestras limitaciones y sobre todo, prevaleciendo sobre nuestras perspectivas de desquiciarnos por las supuestas faltas, deberíamos concentrarnos en crear, en generar, en pensar, en intuir y en llevar a cabo todas y cada una de las acciones y sensaciones que nos puedan acercar a una dimensión más humana de nuestra experiencia tanto individual como gregaria, en nuestra condición de sujetos, privada y privativa de un horizonte de lo común, en donde la construcción con el otro nos conduzca a un nosotros más justo, ecuánime y democrático.
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