Por Brenda Shaffer
Ucrania no es el único lugar, donde Rusia está creando problemas. Desde que la Unión Soviética se derrumbó en 1991, Moscú rutinariamente ha estado apoyando a secesionistas en los estados fronterizos, para obligar a esos estados a aceptar sus dictados. El más reciente de tales esfuerzos se está desarrollando en el Cáucaso Sur.
En las últimas semanas, Moscú parece estar agravando un conflicto de larga data entre Armenia y Azerbaiyán, mientras interpreta ante ambos el papel de jefe supremo pacificador. En la primera semana de agosto, se informó que fueron muertos unos 40 soldados armenios y azerbaiyanos en un duro combate cerca de sus fronteras, justo antes de una reunión cumbre convocada por el presidente de Rusia, Vladimir V. Putin.
El Cáucaso Sur puede parecer lejano, pero la región bordea a Rusia, Irán y Turquía, y domina la vital ruta de la tubería, para que el petróleo y el gas natural fluyan desde Asia Central a Europa sin pasar por Rusia. Los funcionarios occidentales no pueden permitirse el lujo de dejar que otra parte de la región sea digerida por Moscú — como hicieron cuando Rusia separó a Osetia del Sur y Abjasia de Georgia, justo hacia el norte, en una breve guerra en el 2008, y cuando le arrebató Crimea a Ucrania este año.
El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán no es nuevo. De 1992 a 1994, la guerra se desató en torno a cual de las ex repúblicas soviéticas controlaría el área autónoma de Nagorno-Karabaj, una región montañosa con una numerosa población cristiana armenia, de cerca de 90.000 personas, dentro de las fronteras del mayoritariamente mahometano Azerbaiyán. El conflicto ha sido a menudo etiquetado como “étnico”, pero Moscú ha alimentado los antagonismos. La guerra terminó con una fuerza militar armenia, profusamente integrada por militares de Rusia, a cargo de la zona. La guerra ha matado a 30.000 personas y generado otro millón de refugiados.
Aún hoy, Armenia controla cerca del 20 por ciento del territorio de Azerbaiyán, que comprende la mayor parte de Nagorno-Karabaj y varias regiones circundantes. A pesar del acuerdo de cese de fuego, desde 1994 las hostilidades estallan ocasionalmente y las tropas rusas manejan la defensa aérea de Armenia. Moscú también controla elementos clave de la economía e infraestructura armenia.
Más concretamente, Rusia ha encontrado maneras de mantener vivo el conflicto. En la década del 90 Armenia y Azerbaiyán firmaron acuerdos de paz tres veces, pero Rusia encontró maneras de hacer descarrilar la participación de Armenia. (En 1999, por ejemplo, un periodista contrariado, sospechado de haber sido ayudado por Moscú, asesinó al primer ministro de Armenia, al presidente del parlamento y a otros funcionarios gubernamentales).
Un conflicto irresuelto — un “conflicto congelado” lo llama Rusia — le da a las fuerzas rusas una excusa para entrar en la región y coaccionar a ambas partes. Una vez que las fuerzas rusas están instaladas allí, ninguna de las partes puede cooperar estrechamente con Occidente, sin miedo a una represalia por parte de Moscú.
La violencia reciente precedió una reunión cumbre del 10 de agosto en Sochi, Rusia, en la cual el Sr. Putin procuró un acuerdo sobre el despliegue de “pacificadores” rusos adicionales entre Armenia y Azerbaiyán. El 31 de julio, los armenios comenzaron un ataque coordinado, por sorpresa, en tres lugares. El presidente de Azerbaiyán, Ilham H. Aliyev, y el ministro de Defensa estaban fuera del país durante el ataque y el Sr. Aliyev aún no había aceptado participar de la reunión cumbre. Pero el presidente de Armenia, Serzh A. Sargsyan, había acordado hacerlo; es poco probable que su ejército hubiera iniciado tal provocación, sin que hubiera sido coordinada con Rusia. (La reunión se realizó, sin resultados concretos.)
Antes de la reunión, Moscú ha estado afianzando su control sobre el Cáucaso Sur, con el apoyo tácito de Armenia. El pasado otoño, el gobierno de Armenia renunció a sus ambiciones de firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea y anunció que, en vez de ello, se iba a sumar a Moscú en la Unión Aduanera.
Una renovada guerra abierta le daría a Rusia una excusa para mandar más tropas, bajo el disfraz de pacificación. Desestabilizar el Cáucaso Sur podría también hacer descarrilar el gran proyecto del gasoducto, acordado el pasado diciembre, que podría aliviar la dependencia que tiene Europa del combustible ruso.
Pero, sorprendentemente, funcionarios estadounidenses reaccionaron ante los actuales combates diciendo que ellos “le dan la bienvenida” a la reunión cumbre patrocinada por Rusia. ¿No ha aprendido Washington nada de Georgia y Ucrania? Para prevenir una escalada del conflicto en el Cáucaso Sur y negarle al Sr. Putin el pretexto para una nueva apropiación de tierras, el presidente Obama debería invitar a los líderes de Azerbaiyán y Armenia a Washington y mostrar que los Estados Unidos no han abandonado el Cáucaso Sur. Esto alentaría a los líderes a resistirse a la presión de Rusia. La sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que comenzará la próxima semana, parece ser un excelente momento para tal demostración de apoyo.
Washington debe echarle la culpa a Rusia y oponerse a cualquier, así llamada, resolución del conflicto, que lleve al despliegue de tropas rusas adicionales en la región.
Finalmente, Occidente necesita una estrategia para prevenir que Moscú se apodere de otra región fronteriza. Nagorno-Karabaj, por más que esté lejos, es la próxima frontera en los esfuerzos de Rusia de reconstruir su imperio perdido. Permitir que el Cáucaso Sur pierda su soberanía a manos de Rusia, asestará un golpe mortal a la ya disminuida capacidad de los Estados Unidos de procurar y mantener alianzas en la ex Unión Soviética y más allá.
*El artículo original apareció en el New York Times.
Brenda Shaffer es profesora de ciencias políticas en la Universidad de Haifa e investigadora de visita en Georgetown.
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