Hace 83 años España se encontraba en el mismo trance que tenemos ahora.
Por aquel entonces la II República aún contaba con dos años de vida en el horizonte y Cataluña había logrado su ansiado estatuto de autonomía, tras muchos años de luchas políticas. La declaración del Estado Catalán del 6 de octubre de 1934 no fue una declaración de independencia al uso, pero si una vulneración del orden constitucional al que el gobierno republicano respondió con firmeza.
Todo aquel confuso y complejo episodio de la historia de la II República sirve aún hoy como muestra del caos que estamos viviendo, una situación similar a la que tenemos entre manos. Los años de la dictadura cambiaron algunas posiciones. Hasta entonces, el movimiento catalanista había sido principalmente burgués y conservador. En realidad la dinamita que explotó no tuvo tanto que ver con las aspiraciones catalanistas como con las aspiraciones sociales de las clases populares catalanas. La reacción fue inmediata y los dirigentes políticos y sindicales socialistas, además de muchos otros grupos obreros, convocaron una huelga revolucionaria durante las dos primeras semanas de octubre, promovida por las posiciones más radicales y anarquistas. Mediada la declaración de la república, se sentía un evidente conflicto entre la derecha y la izquierda.
Los choques legislativos y políticos entre Madrid y Barcelona se hicieron demasiado frecuentes e insoportables, como la tensión que se vivía en las calles y en el propio parlamento entre las fuerzas de derechas e izquierdas, de este modo hacia mediados de octubre de 1934 gran parte de la izquierda revolucionaria, por entonces muy radical, se lanzó a la huelga y a la revolución, uno de sus principales dirigentes fue Companys. La reacción del gobierno central no pudo ser otra que la aplicación de la fuerza; solo fue en Asturias donde el levantamiento tuvo una raíz socialista y obrera. Pero en apenas diez horas los enfrentamientos terminaron con la capitulación de Barcelona y la detención del gobierno de Companys incluido. Lo que sucedió fue el procedimiento previsto en la constitución de 1931, la suspensión de autonomía.
Como era habitual entonces tanto desde la derecha como de la izquierda, hubo apresamientos políticos masivos, cierres de periódicos y la destitución de autoridades, la declaración pasaría a la historia como uno de los problemas internos de la república que instauraron inestabilidad y caos permanente, lo que confirmaba los temores de la izquierda republicana, el golpe de estado y la guerra civil que sumergieron a España y a Cataluña en 40 años de dictadura.
Nos encontramos en una situación, por desgracia, con muchas similitudes y no nos paramos a pensar que si España se rompe de nuevo, será muy difícil volver a levantarnos. De nuestros políticos depende que después de 83 años la culminación de todo este proceso pueda ser distinto.
Lo más importante es el respeto hacia los demás, aunque tengan ideas políticas y religiosas diferentes, no vendría nada mal que la extrema izquierda empezaran a ser más responsables y consecuentes en sus actos de actuación con rabia y revanchismo hacia los demás partidos. Por otro lado estaría muy bien que la derecha se sometiera a una cura intensiva para poder liquidar a todos los corruptos que lo infestan y se plantearan mejor las cosas de ahora en adelante.
Solo espero de corazón que el sentido común, la moderación y sobre todo el respeto vuelvan a reinar de nuevo en España, de lo contrario nos vemos avocados a un abismo.
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