El desastre nuclear en la planta japonesa de Fukushima, provocado por el terremoto y el posterior tsunami en marzo de 2011, se convirtió en una de las mayores catástrofes nucleares de la historia, un desastre que acompañará a Japón durante décadas.
La debacle nuclear de la planta siniestrada abrió una herida que se está cebando con los más débiles: el Comité Científico de la ONU para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas confirmaba recientemente los temores de muchos japonenses: la población infantil sufre un riesgo mayor a la radiación que los adultos por sus efectos en el cerebro y nódulos tiroideos.
El Gobierno nipón y la Compañía Eléctrica de Tokio (TEPCO), operadora de la central nuclear, asumen una gestión difícil. Solo de la prefectura de Fukushima tendrán que ser retirados 29 millones de metros cúbicos de suelo radiactivo, una tarea que exige sacrificios que no están siendo recompensados.
“Me prometieron mucho dinero, incluso firmé un contrato de larga duración, pero de repente me despidieron sin pagarme siquiera un tercio de lo pactado. No nos aseguraron por los riesgos sanitarios, no nos dieron medidores de radiación”, relató un extrabajador anónimo de la siniestrada planta nuclear.
TEPCO habría contado con la gestión de la mafia japonesa, la temible Yakuza, para contratar a personal endeudado con la organización o con compromisos familiares, según afirma el periodista de investigación Tomohiko Suzuki, que se infiltró en la planta para descubrir prácticas ilegales.
“En Japón a menudo pasa que una obra necesita obreros de inmediato, en grandes cantidades, entonces los jefes llaman a los yakuza, y así ocurrió en Fukushima. A los trabajadores se les daba una información muy genérica sobre radiación y la mayoría ni siquiera tenían medidores. Los trabajadores podrían haber sido expuestos a grandes dosis de radiación sin saberlo”, dijo el periodista.
Además de la inseguridad de los residuos, está la información contradictoria. En la zona de exclusión a 50 kilómetros de Fukushima, las autoridades permiten ya el retorno de los habitantes de esa área, pero para algunos científicos, es un grave error ya que aún no es un hábitat seguro.
“Visitamos algunas residencias y descubrimos que en algunas partes aún hay remanentes de radiación altos, los llamamos puntos calientes, con grandes cantidades de material radiante concentrado y almacenado”, explicó el profesor de la Universidad de Kioto Yosuke Yamashiki.
La depuración de la zona se demorará por décadas y el espectro de contaminación es enorme. Según Greenpeace, la presencia de cesio en alimentos como el pescado supera en 2.540 veces el límite legal para consumo humano.
Lo más preocupante es que pasarán años hasta que podamos conocer las verdaderas dimensiones de esta catástrofe. Es la herencia de Fukushima, la del futuro hipotecado de miles de niños, cuyas vidas ya están marcadas por la radiación.
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