Una relación de amor humano necesita cuidados: detalles pequeños, pero que sirven para que no se pierda el afecto.
El matrimonio “ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto y de delicadeza”.
Querer no es suficiente, es preciso saber querer; que es gobernar, dirigir y canalizar ese sentimiento hacia conductas de la actuación diaria que logren el objetivo último del amor: conseguir que el otro sea feliz.
Aprender a perdonar. El perdón es un gran acto de amor. Y tiene dos segmentos: perdonar y después olvidar. Perdonar y olvidar es perdonar dos veces. Sólo son capaces de hacerlo las personas generosas, con grandeza de espíritu.
No sacar la lista de agravios del pasado. Impedir que salgan en la comunicación la colección de reproches que hemos podido ir acumulando a lo largo de los años, pues contiene un efecto demoledor, muy destructivo. En los matrimonios que se quieren bien, esos hechos están guardados en un cajón y no salen nunca. Y a eso se llama dominio de sí mismo, capacidad para cerrar las heridas y dejarlas atrás. El dominio de sí es imprescindible para la entrega íntegra de uno mismo.
Evitar discusiones innecesarias. Un principio de higiene conyugal, propia del matrimonio, clave es éste: no discutir. De una discusión fuerte, rara vez sale la verdad. Y hay más de desahogo y de deseo de ganar al otro en el debate, que de buscar el acuerdo entre las partes.
Tras un día malo o vivencia negativa y dolorosa, hay que evitar los silencios prolongados. La psicología moderna conoce bien el efecto tan negativo que provoca en el matrimonio estar horas o días sin hablarse.
Tener una sexualidad sana, positiva y llena de complicidad en el matrimonio. La sexualidad conyugal es de enorme importancia. Su descuido tiene efectos muy negativos. La sexualidad es el lenguaje del amor comprometido.
Los comentarios están cerrados.