Los derechos preservan la libertad de los ciudadanos y protegen su vida. Se conceden o reconocen a las personas por el hecho de haber nacido. No es necesario haber acumulado méritos para disponer de derechos, ya que son consustanciales a los sujetos existentes en el mundo. Porque la humanidad es lo que debe caracterizar a todo ser humano. Y la expresión de la empatía se concreta en simpatizar con lo que nos hace humanos en la relación con los demás.
Los derechos de primera generación son, probablemente, los más conocidos, ya que surgieron como resultado de los movimientos revolucionarios de finales del siglo XVIII en América y Europa. Son los denominados derechos civiles y políticos que se afirmaron en la Revolución Americana y en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. También fueron consolidados en la Revolución francesa de 1789. Libertad, igualdad y fraternidad son los tres grandes derechos que guiaron, al menos teóricamente, la transformación del Antiguo Régimen en Francia.
Aunque en el siglo XVII Locke en su libro Carta sobre la tolerancia insiste en la relevancia de la política, porque debe guiar a la sociedad para que existan formas de convivencia mucho más pacíficas e igualitarias. Escribiendo sobre la libertad de conciencia, el derecho a la propiedad, etcétera. El gran pensador británico propone que la soberanía emana del pueblo; que la propiedad, la vida, la libertad y el derecho a la felicidad son derechos naturales de los hombres, anteriores a la constitución de la sociedad.
El Estado, según el filósofo inglés, tiene como principal función proteger esos derechos, así como las libertades de todos los ciudadanos. El poder político no es absoluto sino que ha de respetar los derechos naturales.
Los derechos de segunda generación son los llamados económicos, sociales y culturales. Y es entendible que el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a una vivienda digna, sean esenciales y básicos para asegurar unas condiciones de existencia apropiadas para todas las personas.
Los derechos de tercera generación son los más abstractos. Son la quintaesencia de ciertos valores éticos: justicia, paz y solidaridad. Está claro que somos ciudadanos del mundo y las relaciones pacíficas entre personas y también entre estados son el fundamento de una realidad que debe ser realmente solidaria y cooperativa.
Y existen también los derechos de cuarta generación que tratan de proteger el medio ambiente, los derechos de los animales no humanos y que abarcan o comprenden todo lo relacionado con la Bioética, las nuevas tecnologías y los entornos digitales.
Se puede decir que con la neurociencia y la neuroética se están abriendo campos de investigación que pueden causar consecuencias en lo relativo a lo que se entiende por dignidad humana y otras cuestiones relacionadas con la misma.
Con el prodigioso avance de la biotecnología y de la investigación médica se abren posibilidades de incremento de la longevidad y mejora de la calidad de vida. El derecho a la privacidad en la era digital, indudablemente, debe ser muy protegido.
Adela Cortina en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre dice que «Hans Jonas compartía esta preocupación ante el poder destructivo alcanzado por la ciencia y la técnica y proponía para hacerle frente su ética de la responsabilidad». Evidentemente, existen límites éticos que pueden ser analizados y discutidos con profundidad y rigor para buscar el máximo beneficio para cada ser humano y para suprimir la pobreza, la marginación, y la violencia. Se trata de ir construyendo un mundo cada vez más humanizado, justo y solidario. En el que posean cada vez más valor las actitudes cooperativas y altruistas para que todos seamos más felices y vivamos desarrollando todas nuestras potencialidades.
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