En principio, en la república turca, sobre el papel, viven en un estado democrático con elecciones libres y legales, etc. Pero, en realidad, no existe una plena libertad de expresión, y Erdogan ha intervenido o cerrado diversos medios de comunicación ya desde hace años, por expresar críticas respetuosas en su contra, o respecto a su acción política, etc. Esto, en cualquier país, auténticamente democrático, no sucede. Con el fallido golpe de estado en Turquía, que tiene un ejército con 400.000 soldados, la situación política y social está entrando en una deriva peligrosa.
Existe un temor generalizado a que Erdogan ponga en marcha planes autoritarios, lo que debilitaría, aún más, el supuesto estado de derecho existente en este país. Estoy convencido de que volver a instaurar la pena de muerte es algo que no debe producirse en Turquía. Y Erdogan parece que la quiere aplicar o, al menos, que está pensando en la posibilidad de reinstaurarla.
Que por orden del presidente turco se detenga a 2.745 jueces y fiscales, por causa del fracasado golpe de estado, me parece desproporcionado y excesivo. Y ya no hablo de los miles de policías y militares suspendidos o detenidos. Y, si la purga o limpieza sigue, esto puede originar un ambiente de resentimiento generalizado, que puede ser el germen de más enfrentamientos y luchas violentas. De las personas que salieron a las calles para apoyar al presidente turco contra los golpistas, algunos están a favor de la sharia o ley islámica, pero no de la democracia, tal como dice el sociólogo de la Universidad de Bilgi Erkan Saka. Y esto, por sí mismo, es revelador. Además, en los últimos tres años, Erdogan ha actuado para intentar tomar el control de los principales nodos de poder.
Que el partido de la Justicia y el Desarrollo o AKP de Erdogan censure a la prensa, y pretenda acallar toda crítica pública o privada contra el presidente, no es una actitud democrática. Porque debe existir la libertad de expresión.
Ciertamente, no estoy defendiendo el golpe militar, pero es evidente que en Turquía debería fortalecerse la democracia, y hay numerosas dudas de que así sea, a partir de ahora. De momento, ha triunfado el islamismo de Erdogan sobre planteamientos de tendencia occidental y europeísta, que respetarían un islamismo pacífico, y también la libertad religiosa.
Algunas organizaciones humanitarias han denunciado que Turquía dispara a los refugiados que intentan cruzar sus fronteras. Si es cierto, no debe ser tolerado por la comunidad internacional y por la ONU. Turquía con más de 79 millones de habitantes es un país de gran importancia para el equilibrio político mundial, y para la paz.
Lo que necesita la ciudadanía turca, en mi opinión, es libertades y reconciliación, y que desaparezca cualquier forma de represión. Porque no sería descabellado pensar que pueda producirse un enfrentamiento o guerra civil que complicase aún más las cosas, y causara innumerables daños y sufrimiento a la población.
Además, si no reina la justicia, el buen sentido y la racionalidad, la separación de poderes, etc., la inestabilidad convertirá esta zona del mundo en un hervidero de conflictos. Y si a ello se añade el peligro del Estado Islámico que está cerca del territorio turco, y puede aprovechar para infiltrarse más en Turquía, ante su debilitamiento en Siria e Irak, casi sobran los comentarios.
El presidente turco parece que se considera ya comandante supremo. Y ya ha recibido los primeros toques de atención de dirigentes internacionales europeos, sobre la purga que está realizando, y sobre el menoscabo del estado de derecho.
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