Con las pruebas, fatigamos la verdad

Con las pruebas, fatigamos la verdad

“– Es fama -dijo – que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.– Eres muy crédulo- dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.” (Borges, J.L “La rosa de Paracelso”)

“La confianza solo es posible en un estado medio entre saber y no saber. Confianza significa: a pesar del no saber en relación con el otro, construir una relación positivas con él. La confianza hace posible acciones a pesar de la falta de saber. Si lo sé todo de antemano, sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que se elimina todo no saber. Donde domina la transparencia, no se da ningún espacio para la confianza” (Chul Han, B. “La sociedad de la transparencia”. Herder. Barcelona.2013. pág., 91).

“Las prácticas políticamente correctas exigen transparencia y renuncian a ambigüedades, con el fin de garantizar la mayor libertad e igualdad contractual que sea posible, de modo que ruede en vacío el tradicional nimbo retórico y emocional de la seducción” ( Illouz, E. “Porque duele el amor. Una explicación sociológica. Katz. 2012. pág., 345)

En la necesidad de evidencias, aún no hemos acusado recibo del escándalo Sokal que demostró (cómo si hubiese sido necesario y posible asir lo imposible de determinar) que la estructura determina y condiciona la dinámica. Los límites del lenguaje, son el reconocimiento palmario que no tenemos mucho más que expresar lo que hace tanto.

No arribaremos, ni arribamos a lugar alguno. Fugar de nuestra finitud, es el fantasma mayor que construye nuestra psiquis para hacer lo soportable lo cotidiano. En la arquitectura de la angustia, moldeamos el curso y decurso de palabras para que sean validadas por esos otros en el arbitrio de un me gusta, de una manito con pulgar arriba o de una aceptación vía referato ciego.

La verdad instituida no es ni más ni menos que la preponderante en un circuito de poder que delimita reglas de juego no del todo claras como tampoco absolutamente difusas.

Lo evidente como condición necesaria de la transparencia y su suficiencia, impone un dispositivo en donde el resultante es la tarea del aquí y ahora. Nos transformamos, por acción u omisión en un algoritmo que dirá cuánto hemos acumulado en un contante y sonante que siempre nos será excesivo y por sobre todo, nos excederá.

Ufanarnos de nuestras faltas de falta, de nuestra nulidad de carencia, nos conmina en la profundidad ciega de lo incierto. En tal vacío intolerable, debemos demostrarnos, sin embargo, lo contrario. La palabra como posibilidad de conceptos, como intención de comunicación, crea el absurdo de que creamos sin ver ni de ninguna otra percepción que provenga de los sentidos. Precisamente en el sinsentido de los vocablos, de los signos, nace la significación, se entrelazan, disputan, aparean y replican los significantes.

Nace la elucubración de lo ente, las representaciones de lo que somos y de lo que pudimos ser. Entendiendo el origen de nuestros deseos limitados, las verdades subjetivas, que nos sujetan y nos hacen sujetos, jamás podrían ser absolutas, eternas e inmutables. Tampoco lo otro, su opuesto, el relativismo desenfrenado que siquiera nos posibilita que nos entendamos. En tal anarquía donde se consuma la individuación, prevalece la disposición darwiniana de la supervivencia del más apto.

Por tanto, aquí ofrecemos, sin más razones que las expuestas que las que expusimos y que seguiremos exponiendo, sin menos que otras tantas que se validan en recintos en donde el saber normativo, se regula bajo pautas de distribución de recursos, de grados académicos o de investiduras que pretenden vestir la desnudez primigenia de lo humano, un pliegue, una perspectiva, una posibilidad, que pueda ser considera para una construcción de mayoría ciudadana, siempre circunstancial como abierta al ensamble de críticas que se le puedan y deban realizar.

El común democrático, como conjunto de valores defendido y dimanado de los representados y gobernados hacia los representantes y gobernantes, no debe ser impuesto como verdad incontrastable, como sendero único o alternativa superior, sacra o divinizada.

Cada una de las aldeas que se precien de vivir, por fuera de la condición de horda, es decir bajo preceptos y perceptos (en el sentido deleuziano) democráticos, debe establecer en un momento dado, la consulta necesaria y vinculante a la ciudadanía toda, sí es que pretende seguir o no bajo la categoría de organizarse ante el amparo de una democracia.

Este referéndum o consulta popular, ratificaría o rectificaría ante la voluntad general (en el sentido roussoniano) esa verdad tan ansiada o pretendida, a la que siempre e hipócritamente acudimos en términos discursivos, nominales y aspiracionales.

No necesitamos el derrotero de la prueba constante, el persistente proceso procedimental en el que estamos absortos desde hace tiempo, cuál ave de luz en un túnel oscuro. Así cómo no hubo discípulo para Paracelso en el cuento de Borges, tampoco habrá salida a la sociedad de control desde las letras, que distorsionan las estructuras y dispositivos, propuestas por el filósofo surcoreano, convertido por su nación de adopción y directivos editoriales, en una de las tantas sirenas a las que no escuchará el Ulises actual en que nos hemos transformado.

El viaje como destino y la meta interdicta, sometida a consideración de los viajantes, en tal amarra encontraremos paz y templanza para discernir entre lo posible y lo imposible, entre lo conveniente e inconveniente, más allá de mentiras y verdades que no son más que dos humores distintos de un mismo cuerpo con necesidad de expresarse.

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