“La justicia es el gobierno del pueblo, el cual es la individualidad presente a sí de la esencia universal y la voluntad propia y autoconsciente de todos. Pero la justicia que le devuelve el equilibrio a lo que universal que sobrepuja al individuo singular es, en la misma medida, el espíritu simple de aquel que ha padecido la injusticia-no se descompone en el que ha padecido y en alguna esencia que esté más allá; aquél es, él mismo, el orden subterráneo, y es su Erinia la que urde la venganza; pues su individualidad, su sangre, sigue viviendo en la casa; su sustancia tiene una realidad efectiva duradera. La injusticia que pueda hacérsela al individuo singular en el reino de la eticidad es solamente esto; que a él le ocurra pura y simplemente algo”. (Hegel, G. “Fenomenología del espíritu”. Pág. 299. Editorial Gredos. Madrid.2010).
Las Erinias, en la mitología griega eran personificaciones femeninas que perseguían venganza, buscando a los autores de ciertos crímenes o supuestos culpables de los mismos. Son anteriores a los dioses olímpicos, por tanto no están sometidas a la autoridad de Zeus.
Al pasar a la consideración de la mitología romana, se las tradujo como las “furias” termino que resignificó, acendrando su función por fuera de la ley, o lejos de la misma (en su tensión de género incluso, dado el significante ley como lo masculino y la dimensión de las Erinias como personajes femeninos) y más próxima a la mencionada venalidad de origen.
No debe resultarnos extraño por tanto, que episódicamente, en diferentes circunstancias de lo que damos llamar historia, reaparezcan, estas formas, maneras o metodologías de reaccionar ante algo, a los efectos de conseguir mediante ello, una compensación, así sea, espiritual o abstracta, que se materialice, mediante la penalidad, reprimenda o castigo, hacia quiénes hubieron de perpetrar la acción que obliga a esta reacción, que será entendida, más luego, bajo la consideración de lo que se entiende por justicia, o búsqueda de la misma, como si fuese algo más auténtico, ejemplar o incluso justo, que el aguardar el proceso que impone o impondría la norma o la ley.
Aquí está la cuestión. El andamiaje de lo jurídico-legal, como reaseguro de lo legitimador de un sistema político-social y económico, no llega en tiempo y forma, para, brindar como servicio, justicia, a la víctima de una violación, llevada a cabo por una horda de malvivientes. Esta debe, para sobrevivir, es decir sobrellevar su dolor-experiencia, celebrar una exploración arquetípica de cómo reaccionaría no ya como víctima, bajo su nombre y apellido, sino como representante de lo humano, de la condición humana.
Así encontramos, en todas y cada una de las comarcas, que etiquetadas bajo la rúbrica de lo democrático, de la división de poderes, y en plena ascensión o extensión de las capacidades de lo humanidad misma, mediante la profundización de la técnica, o de la constitución del brazo armado de la “inteligencia artificial”, incontables experiencias en donde, el camino como respuesta, es que se vuelva, se retorne, se forcluya, a tal estadio en donde, facciosamente, se persigue, a los responsables de haber quebrantado una armonía, para qué, al decir de Hegel, les ocurra algo, es decir, para que lo entendamos luego, se genere justicia.
La falta de credibilidad de la ciudadanía con respecto a la justicia, tal como se la propone el propio sistema, como servicio, tiene que ver, conque no trabaja, culturalmente, desde este pliegue o esta perspectiva.
Se le impone, al ciudadano, desde la artificialidad, de un supuesto sistema de contrapesos, en donde lo justo tendría que interactuar con los que ejecutan y los que redactan la ley (de eso que se define como justo), sin embargo, a nadie se le explica que la acción que uno perpetra con respecto a otro, posee una incidencia, insospechada, por sobre el conjunto, por sobre el colectivo, redefiniéndolo y modificándolo en esa dinámica.
Sí yo, como sujeto pasible, de una agresión por parte de otro, en búsqueda de que le ocurra algo, por lo que me hubo de hacer, le genero un daño mayor o un daño de otro tipo (por ejemplo mancillar su honor) en otro orden, participo de la cosmovisión general que se tiene con respecto al conjunto de comportamientos humanos.
Es decir, pasamos de temer a una ley, que no se cumple, que no se aplica, o que en nombre de ella, se edifica un servicio que no funciona o funciona mal, al pavor, que nos produce, la reacción que pueden tener los otros, sea cual fuere la misma.
Todos tendríamos el mismo derecho a acudir a nuestra memoria arquetípica, a nuestra necesidad de “venganza” o de que al victimario le ocurra algo, en tanto y en cuanto, el servicio de justicia, siga funcionando, tal como lo hace, diciendo y declamando que actúa, pero escondiéndose en los pliegues de esa funcionalidad, solo normativa, performativa o en papeles, en concepto esgrimido en papel.
Finalizando, regresamos a la cita de Hegel, a su inicio, cuando determinadamente expresa que la justicia es el gobierno del pueblo, allí es en donde la política debe actuar, explicita y profusamente. La falsa independencia, que se le hubo de arrancar, a Montesquieu en una de sus vaguedades teóricas, debe ser puesta en cuestión. Debemos ajusticiar el concepto de que lo justo, puede ser patrimonio, de seres angelados, de semidioses griegos, los jueces, que, bajo la discreción, fallan, sin tener reparos, siquiera en esa supuesta ley que los ordena.
Definir lo justo, es la cuestión central y sideral, en que el poder político, debe concentrarse para que el pueblo, pueda tener una experiencia semejante, o cercana, a tener que ver, conque plantee sus intereses reales, y no dejar que les sigan engañando, bajo la mentira perversa de lo representativo.
El pueblo, la ciudadanía, cuando pretenda, hacerse con el poder, debe ir por definir el sentido de lo justo o de la justicia, antes que elegir diputados o gobernantes, el votante, sea a través del voto o como fuese, debe elegir su forma (con jueces o de otra manera) de cómo, los intereses y las prioridades, se definen en relación al colectivo del que es parte, al contrato que lo tiene sujeto y que en letra chica y diminuta, siempre suscribe la palabra última, en donde se establece, finalmente, quiénes o quién, determinara lo que corresponde o no, y en este último caso, las penalidades que le corresponderían a los infractores o victimarios, como sustrato de lo político o de la máxima expresión del poder.
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