De la elección forzada lacaniana a las forzadas elecciones de la democracia

De la elección forzada lacaniana a las forzadas elecciones de la democracia

Sí “El inconsciente está estructurado como un lenguaje” (Lacan, Seminario 11, p. 28), de lo que no queremos o podemos expresar abiertamente, la democracia está estructurada como un sistema, oclusivo y excluyente, que promete lo contrario a lo que promete que hará o cumplirá.

Señalado, más que descubierto, por Freud, mediante el tratamiento analítico, el inconsciente se traduce en lo otro que explica más certera o humanamente a quién lo porta, para el sistema democrático, la cura o el acto analítico, fungiría como el accionar permanente de ir proponiendo modificaciones sustanciales al “hecho democrático”, desacralizar sus actos y develar sus configuraciones totémicas y absolutas, como puntualmente sucede y acaece, de un tiempo a esta parte con las elecciones o lo electoral, como hito fundante, simbólico y real en donde la democracia de nuestra actualidad, nos engulle, nos devora, nos encierra, conviertiéndose en el significante totalizador o totalizante, mediante el cuál se permite las siniestras acciones de continuar impávidamente, sostener cuando no agrandar, los archipiélagos de excepción donde deposita a millones de pobres, marginales y hambreados, a expensas de la supuesta garantía de que algunos, muy pocos se crean (en el real-imposible) libres para todo y la gran mayoría siquiera pueda tener la posibilidad de elecciones forzadas para comer a diario. En síntesis, las elecciones forzadas de la democracia, impiden la elección forzada (que debiera ser natural al menos aspirar a la misma) de la mayoría de los sujetos que no pueden decidir sí hacen las comidas diarias o sí perecen en el intento ante tamaña dificultad o imposibilidad.

“Lacan desarrolló una teoría de la elección, que dedujo de su interpretación de la elección forzada. Notaba que al fin de cuentas, las elecciones que un sujeto toma a lo largo de su vida, y que serán decisivas para ésta, han frecuentemente sido elecciones forzadas. Por lo tanto, en varios casos las elecciones forzadas han sido asumidas por el sujeto, y revelan en sus consecuencias el consentimiento del sujeto, quien reconoce entonces la marca más auténtica. Si buscamos bien, veremos que no hay más que elecciones forzadas, y que en definitiva la verdadera elección siempre es una elección forzada. Lo que enseña la reflexión de Lacan sobre la elección, es que sea cual sea la elección que hacemos, siempre perdemos algo. Allí está el sentido más profundo de la elección forzada” (“Nuestra elección forzada” por Jean-Louis Gault).

“Lacan ilumina este concepto o la idea de la elección forzada, alienación del sujeto hablanteser, más que libre albedrío evoca la idea de una obligación: siempre hay una pérdida a la vez que una alternativa. Elección forzada a través de la cual dará cuenta de la constitución subjetiva por medio de dos operaciones: alienación separación”(¿Qué hice yo para merecer esto? por Florencia Farías).

La democracia, acendrada en lo electoral, definida la misma como condición necesaria y suficiente cómo para ser tal, nos hace perder, la capacidad que anida en la política, como instrumento del poder, de transformar los aspectos basales de la sociedad o la comunidad en donde se desarrolla.

La garantía de lo electoral, donde supuestamente las libertades individuales como públicas, se consagran mediante el voto (que no es elección sino en el mejor de los casos, opción), paraliza todo lo otro que podríamos hacer en un pacto social en donde se establezcan premisas claras o prioridades. Un ejemplo contundente sería que en ninguna de nuestras democracias modernas, se estableció un orden de prelación o al menos un objetivo claro, por el que vaya la administración al mando, la administración de gobierno, con lo que ello implique en cuánto a que mantenga o no el apoyo de la mayoría de los gobernados, o sienta tal oficialismo, estar desafiado por una oposición que proponga otra cosa u otras prioridades.

Para seguir intentando ser más claros. El reinado de los gurués que ofrecen la campaña perfecta, el triunfo electoral permanente y la adhesión de las masas, no tiene que ver con un síntoma de los tiempos modernos o de la mera casualidad.

La democracia electoralista, nos propone, únicamente que optemos entre líderes, entre sujetos, a lo sumo entre minúsculos grupos de ellos (al ser cada vez más reducidos, encontramos la obvia problemática de la crisis de los partidos o de las ideologías políticas) que nos ofertarán, formas, técnicas o mecanismos, de impacto, para que nos convezan de que ellos son mejores que los otros. La cuestión está resuelta, la tensión del poder, se resuelve, por sí nos cae mejor, estéticamente, o sentimentalmente, un candidato u otro, sí nos llego de una manera más convincente un mensaje armado a tales y únicos efectos.

Las operaciones, en este caso del “sujeto” democracia, son las mismas que las que narra Florencia Farías, párrafos arriba. La democracia se aliena, enloquece, deja de ser razonable, por un tiempo, el tiempo exacto en que se llama a otra elección (forzada y forzosa). Este sujeto democracia, dentro del que todos somos parte constitutiva, nos separa, nos divide. De un lado quedamos los que nos gusta, o a los que nos convencieron que es mejor el rubio, el que usa tal ropa, que lee tal libro, o escucha tal grupo musical, por sobre el otro, que tiene tal profesión, tal color de piel, o sus ancestros pertenecieron a una determinada comunidad cultural.

Cuando entendamos que más y mejor democracia, tenga estricta relación con menos elecciones forzadas, o preconcebidas como opciones vagas entre el que me gusta más o menos, por la sinrazón que fuere, o por la reminiscencia que me genera desde el lugar en el que dice provenir, estaremos caminando un sendero en donde tendremos posibilidades más ciertas de elegir, y con ello, sean más lo que no tengan que seguir padeciendo, la humillación y el hambre, al que someten desde hace tiempo, las forzadas elecciones de una democracia absolutista y autoritaria que no sólo no se reconoce como tal, sino que se presenta, perversamente, como su contrario.

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