En camino a la soberanía virtual

En camino a la soberanía virtual

Tal como lo reconoce la ONU, quién de hecho junto a otros organismos supranacionales, verbigracia la OMS, imponen fácticamente un ensayo cada vez más ajustado de un “gobierno global”, la libre autodeterminación de los pueblos, posibilidad generada desde una tiempo, mediante consulta popular, del derecho a secesión (Quebec, Escocia, Cataluña) y que responden a una lógica geopolítica en donde el otrora mundo globalizado, dará paso a un contexto mundial, en donde se restaura el espíritu griego y por ende auténtico de lo democrático, en donde las polis (pequeñas ciudades estado), se constituían en las unidades administrativo-político-sociales, por antonomasia. No casualmente, se afianza y amalgama esta posibilidad, mediante otra concepctualización de lo griego, es decir un hecho sucedido, pensado, transitado y nombrado por la cultura helena y que nos vuelve a afectar; “pandemia”. Mientras una masa ingente aún se sigue preguntando porque en la figura, cada vez más ficticia del estado nación de cada uno de los países en crisis territoriales, sobre todo aquellos en donde los pobres y marginales, en su gran mayoría y estructuralmente, nacen, viven y huyen de sus geografías para irse a otros sitios en donde el mismo sistema funcionaría (sin ellos claro, esta, que son conminados a archipiélagos de excepción), otros, estudiamos una repuesta integral, abarcadora e inclusiva. Poder plantear bajo cláusula de reforma constitucional tal como expresa el artículo 39 de la constitución de Etiopía o el artículo 219 de la Constitución de Sudán (por citar ejemplos no polémicos, sino nítidamente claros) la secesión bajo consulta popular, podría significar el anhelo espiritual, y la coherencia histórica del destino de todas y cada una de  las Repúblicas en crisis con sus soberanos o su concepto de soberanía. De lo contrario, quienes tengan la posibilidad, podrán habitar Wirtland (primer país soberano basado en Internet del mundo, un experimento en la legitimidad y la autosostenibilidad de un país sin su propio suelo) dando nacimiento al concepto político de soberanía virtual, que deje de ser tal, o además de ser virtual, también sea real (en una acepción “Zizekiana” sí se nos permite el término).

Según Ludwig von Mises, un país sólo puede disfrutar de paz interior cuando una constitución democrática ofrece la garantía de que el ajuste del gobierno a la voluntad de los ciudadanos puede tener lugar sin fricciones. No hace falta nada más que la aplicación coherente del mismo principio para asegurar también la paz internacional.

Los liberales de épocas anteriores pensaban que los pueblos del mundo eran pacíficos por naturaleza y que solo los monarcas deseaban la guerra para aumentar su poder y riqueza con la conquista de provincias. Por tanto, creían que asegurar una paz duradera bastaría para remplazar el gobierno de príncipes dinásticos por gobiernos dependientes del pueblo. Si una república democrática encuentra que sus fronteras existentes, moldeadas por el curso de la historia antes de la transición a liberalismo, ya no se corresponden con los deseos políticos del pueblo, estas deben cambiarse pacíficamente para ajustarse a los resultados de un plebiscito que exprese la voluntad del pueblo. Siempre debe ser posible cambiar las fronteras del estado si se ha expresado claramente la voluntad de los habitantes de un área de formar parte de un estado distinto de aquel al que pertenecen. En los siglos XVII y XVIII, los zares rusos incorporaron a su imperio grandes zonas cuya población nunca había sentido el deseo de pertenecer al estado ruso. Aunque el Imperio Ruso hubiera adoptado una constitución completamente democrática, los deseos de los habitantes de estos territorios no habrían sido satisfechos, porque simplemente no deseaban asociarse a ningún tipo de unión política con los rusos. Las demandas democráticas eran: libertad del Imperio Ruso, la formación de una Polonia, Finlandia, Letonia, Lituania, etc. independientes. El hecho de que estas demandas y otras similares por parte de otros pueblos (por ejemplo, los italianos, los alemanes en Schleswig-Holstein, los eslavos en el imperio Habsburgo) solo pudieran satisfacerse recurriendo a las armas ha sido la causa más importante de todas las guerras que se han librado en Europa desde el Congreso de Viena.

El derecho de autodeterminación con respecto a la cuestión de la membresía en un estado significa por tanto que siempre que los habitantes de un territorio concreto, sea una sola villa, todo un distrito o una serie de distrito adyacentes, haga saber, por medio de un plebiscito realizado libremente, que ya no quieren permanecer unidos al estado al que pertenecen en ese momento, sino que más bien desean formar un estado independiente o incorporarse algún otro estado, sus deseos han de respetarse y cumplirse.

Llamar a este derecho de autodeterminación el “derecho de autodeterminación de las naciones” es entenderlo mal. No es el derecho de autodeterminación de una unidad nacional delimitada, sino el derecho de los habitantes de cada territorio a decidir sobre a qué estado desean pertenecer. Esta incomprensión es aún más grave cuando la expresión “autodeterminación de las naciones” se hace que signifique que un estado nacional tenga el derecho a la secesión y la incorporación contra la voluntad de los habitantes de parte de la nación que pertenece al territorio de otro estado. Es con los términos del derecho de autodeterminación de las naciones entendido en este sentido, con lo que los fascistas italianos tratan de justificar su reclamación de que el cantón Tessin y otros cantones se independicen de Suiza y se unan a Italia, a pesar de que los habitantes de esos cantones no tienen ese deseo. Una postura similar es la que adoptan algunos defensores del pangermanismo con respecto a la Suiza alemana y Holanda.

Sin embargo, el derecho de autodeterminación del que hablamos no es el derecho de autodeterminación de las naciones, sino más bien el derecho de autodeterminación de los habitantes de cualquier territorio lo suficientemente grande como para formar una unidad administrativa independiente. Si hubiera alguna forma posible de conceder este derecho de autodeterminación a cada persona individual, tendría que hacerse así. Esto solo es impracticable debido a consideraciones técnicas convincentes, que hacen necesario que una región esté gobernada como una única unidad administrativa y que el derecho de autodeterminación se restrinja a la voluntad de la mayoría de los habitantes de áreas suficientemente grandes como para considerarse unidades territoriales en la administración del país.

Hasta ahora, cuando se ha dado algún efecto al derecho de autodeterminación y allí donde se le ha permitido tener efectos, en los siglos XIX y XX, llevó o habría llevado a la formación de estados compuestos por una sola nacionalidad (es decir, gente hablando el mismo idioma) y a la disolución de estados compuestos por diversas nacionalidades, pero solo como consecuencia de la libre elección de aquellos con derecho a participar en el plebiscito. La formación de estados que comprendieran a todos los miembros de un grupo nacional, sería el resultado del ejercicio del derecho de autodeterminación, no su propósito. Si algunos miembros de una nación se sienten más felices siendo políticamente independientes que formando parte de un estado compuesto por todos los miembros del mismo grupo lingüístico, por supuesto, se puede tratar de cambiar sus ideas políticas mediante persuasión, para atraerlos al principio de nacionalidad, según el cual todos los miembros del mismo grupo lingüístico deberían formar un solo estado independiente. Sin embargo, sí se busca determinar su destino político contra su voluntad, apelando a un supuesto derecho superior de la nación, se viola el derecho de autodeterminación no menos efectivamente que practicando cualquier otra forma de opresión. Una división de Suiza entre Alemania, Francia e Italia, aunque se realizara exactamente de acuerdo con las fronteras lingüísticas, sería una violación tan flagrante del derecho de autodeterminación como la partición de Polonia.

Esta misma autodeterminación de pertenencia, debería ser pragmáticamente instalada para las formas de gobierno actuales. Sobre todo en aquellas democracias en crisis, que bien podrían retornar al sistema monárquico (claro que lo más común sería al revés, sobre todo sectores de izquierdas o republicanos que creen no serlo, por estar dentro de un sistema monárquico, aunque más no lo fuese, este mismo, casi eminentemente simbólico. Pero la idea intelectual es probar siempre caminos inexplorados o no corrientes). Es decir, se debería establecer una consulta popular sencilla y fácilmente practicable, para que de tanto en tanto, la ciudadanía ratifique o rectifique su sistema democrático o que pueda ser consultado, por ejemplo sí desea retornar o tener por primera vez una monarquía que lo gobierne.

Tal como expresamos, las categorías de la filosofía política para continuar determinando sistema de gobiernos como los que toleramos, no hacen más que contribuir a la confusión que otorga galardones a las estrellas del mundo académico intelectual que lucran con la misma, enfangando lo que debería ser una profusa dedicación teórica para tener un sistema mejor, en una discusión bizantina con autores fallecidos que perviven en el memorial de esas bibliotecas a los que sólo acuden estos, obligando a sus educandos a revivirlos, bajo lecturas soporíferamente obligatorias.

La democracia como definición conceptual debe ser revisada, redefinia y reconvertida. De hecho en Occidente, creemos tenerla incluso cuando funciona a la par de sistemas que en su definición clásica no podrían convivir con ella, como por ejemplo la monarquía. No es antojadizo este señalamiento de contradicción flagrante, pues desde lo que se da en llamar el “anarcocapitalismo” uno de sus máximos exponentes, considera a lo monárquico, mucho mejor, en términos generales y teleológicos que lo democrático. ¿Monarquía antes que democracia? En su obra “Democracia, el dios que fallo” Hans Hermann Hoppe expresa con claridad académica y meridiana: Si el “estado” es el monopolista de la “jurisdicción” lo que hará es, más bien, “causar y provocar conflictos” precisamente para imponer su monopolio. La historia de los estados “no es otra cosa que la historia de los millones de víctimas inocentes del Estado, ciento setenta millones en el siglo XX”. El paso de la monarquía a la democracia implica que el «propietario» de un monopolio hereditario -príncipe o rey- es derrocado y cambiado, no por una democracia directa, sino por otro monopolio: el de los «custodios» o representantes democráticos temporales. El rey, por lo menos, tendrá baja preferencia temporal y no explotará exageradamente a sus “súbditos” ni su patrimonio, ya que tiene que conservar su “reino”. Los políticos habituales del modelo del Estado democrático actual compiten, no para producir un bien, sino para producir “males” como el aumento de: 1) los impuestos, 2) del dinero fiduciario, 3) del papel moneda inflacionario, 4) de la deuda pública, 5) de la inseguridad jurídica por el exceso de legislación, y 6) las guerras, que se han convertido en ideológicas y totales desde la intromisión de los EEUU en la Guerra Mundial I hasta la Guerra de Irak II. “Del mismo modo, la democracia determina la disminución del ahorro, y la confiscación de los ingresos personales y su redistribución”.

Sí el mero hecho de la consulta popular, no ya como consideración de un sistema de democracia semi directa, es estigmatizado, o señalado como una ejecución plebiscitaria del poder (en donde el electoralismo, que siempre es definido primordialmente por patrones económicos primaría, paradojalmente, por sus imposiciones materiales sobre un electorado necesitado o cautivo) y los deseos de un grupo de ciudadanos, conculcados, por el democrático hecho de haber perdido una consulta popular, como los casos señalados en Quebec, Escocia y Cataluña, nos quedaría el reto de habitar Wirtland.  El concepto de Wirtland es un país que trasciende las fronteras nacionales sin romper ni disminuir la soberanía de los involucrados. Muchas personas se sienten impotentes cuando se trata de acontecimientos que ocurren dentro de los gobiernos de su país de origen, por lo que la creación de un país donde pueden promulgar cambios y contribuir de manera significativa les hace sentirse mejor. Esta idea puede convertirse en un movimiento y, dado el tiempo, puede afectar el cambio en el mundo real. Wirtland es la más nueva alternativa para la auto-identificación de la gente. Se trata de una alternativa democrática y pacífica.

El estado virtual de Wirtland, declara tener un sistema de monarquía constitucional, y pese a que sea innovador que no cuente con tierra o suelo, se presenta en los dominios de la extensión de la red, generando, casi sin querer, su mayor contribución a la arena de la filosofía política; la soberanía reside en un solo lugar del ser humano, de acuerdo a como lo considere semánticamente, o su corazón o su cerebro, pero nunca se le puede ser cercenado en nombre de otro, otros u abstracciones colectivas, cada vez menos creíbles, asequibles e inclusivas.

La soberanía virtual, como exploración posible de lo humano, como salida a los laberintos que le imponen las llamadas democracias liberales, clásicas o usuales, restringiendo la libertad de circulación, de tránsito y de practicar en cotidiano los derechos fundacionales y fundamentales, en razón de preservar la generalidad de lo simbólico o abstracto del bienestar general o la salud pública o de todos,  será posiblemente un sendero cada vez más transitado en los tiempos venideros, tras la irrupción próxima de algún otro obstáculo para el cuál, tampoco tengamos respuestas inmediantas o efectivas.

Habrá que incardinar, los primeros pasos de las monedas virtuales, los pagos, cobros y cotidianeidad económica-financiera, las formas de resolver litigios y las claúsulas de forma o de fondo que se concuerden, con tantos detalles y ajustes, a distancia, que por seguro, tenemos por delante, sin querer o tal vez queriendo, sin saberlo, en camino recto hacia ello.

La filosofía política ahondará, como registro de lo posible, en la concepción de la soberanía virtual, dado que el sistema de verdad que conocíamos y bajo el que vivíamos, afectado por el virus, está con respirador y tiene muy pocas chances de sobrevida.

Tal como en el medioevo, el poder de los señores feudales se disolvió cuando la peste ingresó a los castillos y el afuera se volvía más seguro que el adentro, nos encontraremos en asociaciones más allá de las físicas, de las que creíamos exclusivamente reales, para seguir manifestándonos en nuestra humanidad mediante los medios que nos generen mayor sensación de seguridad.

A distancia, virtual o telemáticamente, será la dinámica que ungiremos como la más confiable, pandemia mediante, que seguramente cambiará, radicalmente, nuestras estructuras más firmes y acendradas. Hasta que un fallo de la razón instrumental, de la inteligencia artificial, de los soportes técnicos, genere un colapso eléctrico, magnético o satelital y debamos, otra vez, repartir y dar de nuevo. Pero ese será otro capítulo de nuestra historia, en que el seguramente ni vos ni yo, estaremos.

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