Silvia Guiard: sus respuestas y poemas

Silvia Guiard: sus respuestas y poemas

Entrevista en tramos-e realizada por Rolando Revagliatti 

Silvia Guiard nació el  5 de  noviembre de 1957 en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina. Es Profesora para la Enseñanza Primaria y Bibliotecaria Escolar. Desde hace treinta y cinco años se desempeña en escuela primarias dependientes del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, inicialmente como maestra de grado y en la actualidad como bibliotecaria. Es Profesora de Español para Extranjeros (durante algunos años en distintos institutos y en el Laboratorio de Idiomas de la Universidad de Buenos Aires). Entre 1979 y 1992 formó parte del grupo surrealista que editó las revistas “Poddema”  (números 1 y 2) y “Signo Ascendente” (1 y 2-3) y de la continuación del mismo como Grupo Surrealista de Buenos Aires. Desde entonces se difunden versiones suyas al francés de artículos y poemas. Coordinó la traducción del libro “La estrella de la mañana: surrealismo y marxismo” de Michael Löwy, aparecido en 2006 a través de Ediciones El Cielo por Asalto. Por invitación de su autor, en el volumen se incluye un apéndice de su autoría: “Buenos Aires, el surrealismo en la lucha contra la dictadura”, disponible en http://www.signosdeltopo.com.ar/SitioAnterior/surrealismovsdictadura.htm  . Realizó diversas presentaciones o performances o creaciones poético-musicales con Oscar Pablo Baldomá, Luis Conde y otros músicos: uno de esos espectáculos ha sido “Pájaro de toque” en 1996. Dos son las obras para chicos ya publicadas: “Lombrices” (Libros del Quirquincho, 1997), “Cantos de dinosaurios” (Editorial Amauta, 2011), y dos las que permanecen inéditas: “Chantilly, el gato negro” y “El duende del chaparrón”. Además de colaborar en revistas y blogs, lo hizo en publicaciones del movimiento surrealista: “Surr” (de París, Francia), “A phala 2” (de San Pablo, Brasil), con su ensayo “Tierra adentro” en “Salamandra” (de Madrid, España). También en los libros colectivos “The exteriority crisis” (Berkeley, Oyster Moon Press, 2008), “Crisis de la exterioridad” (Madrid, Enclave de Libros, 2012), “Ce qui sera / Wht will be / Lo que será” (Amsterdam, Brumes Blondes, 2014). Fue incluida en las antologías “Nueva poesía argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik, 1989), “Surrealist women” (selección de Penelope Rosemont, Austin, University of Texas Press, 1998), “Indicios de Salamandra” (Madrid, Ediciones de la Torre Magnética, 2000). En 1999 apareció su plaqueta “Mujer-pájaro en el círculo del sol” y en 2010 la titulada “Relampaguea” (Cuadro de Tiza, Santiago de Chile). Poemarios publicados: “Salomé o la búsqueda del cuerpo” (1983), “Los banquetes errantes: diario de viajes” (1986) (ambos de Ediciones Signo Ascendente y bajo el seudónimo Silvia Grénier). Ya con su propio apellido aparecieron “Quebrada” (1998), “En el reino blanco” (2006), a través del sello Tsé-Tsé.

         1 – Tengo sabido que desde chica intentaste cuentos y poemas. Y que a los 17 años participaste de uno de los grupos del taller de escritura Grafein. Te propongo, Silvia, que evoques aquellos primeros escarceos antes de incorporarte al taller y durante el mismo, quién coordinaba, cómo prosiguió tu evolución en los años que llegaste a cursar en la Facultad de Letras.

          SG – Mi experiencia infantil de escritura arranca sin duda de la intensa y muy feliz experiencia de lectura. En mi casa de infancia los libros brotaban de todas las paredes –incluso algunos muy viejos que habían sido de mi abuelo. Era una selva que yo exploraba en total libertad, aparte de mis propios libros y las Fabulandias, aquellas maravillosas publicaciones de Editorial Codex  que religiosamente nos compraban en el el kiosco. Según mi recuerdo, fue una noche que estábamos viajando en auto y mis dos hermanas se habían dormido cuando me fui contando a mí misma un cuento que memoricé y escribí más tarde en casa. Siguieron otros, variaciones del cuento de hadas típico. Como mamá me había enseñado a usar la máquina de escribir –de las negras, altas, con un aro dorado en cada tecla- y me divertía usarla, fue como un juego para mí  pasar los cuentos y poesías y abrocharlos en un librito que dedicaba a algún miembro de mi familia. Desde luego era un juego serio y que me enorgullecía mucho. Hice dos o tres de ellos entre los ocho y los diez años, quizás.

A los once la escritura se convirtió, por el contrario, en mi espacio secreto. Aparte de comenzar a llenar un cuaderno Gloria tras otro con reflexiones y confidencias personales, inauguré uno especial donde iba pasando en limpio poemas ya con una pretensión más “seria” y que no le mostraba a nadie, salvo muy rara vez. Eran mi fortaleza oculta.

Llegué al taller Grafein en 1975 por una amiga de mis padres que estudiaba Letras. Participé durante un año de un grupo coordinado por Mario Tobelem. Yo estaba en 5º año del secundario y era la única adolescente; los demás eran estudiantes universitarios o adultos aun mayores. La propuesta del taller era la acción, la escritura a partir de consignas o juegos colectivos –después supe que muchos de ellos, como los cadáveres exquisitos que experimenté allí por primera vez, tenían su origen en el surrealismo. Fue una experiencia de maduración importante, el inicio de una relación objetiva con la escritura. Y desde luego, como yo era una piba, escribir con adultos que me tomaban en serio era estimulante. Entre los compañeros recuerdo a Fernando De Giovanni, que fue muy afectuoso y me alentó a seguir escribiendo.

Entré a la Facultad de Filosofía y Letras en el 77. En la puerta del viejo edificio de la avenida Independencia al 3000 nos recibía, por supuesto, la policía. Salvo algunas amistades y las lecturas propuestas en la cátedra de Graciela Maturo, lo más importante de mi paso por la facultad ocurrió en el bar de la esquina, “Boliche”. Allí una amiga y yo descubrimos un cartelito convocando a un “Club del Cuentista” que sería coordinado por Abelardo Castillo. Fuimos juntas. Era en un Ateneo Cultural o algo así (no recuerdo el nombre preciso) en un edificio de Corrientes y Suipacha. Castillo nunca apareció y entre los numerosos jóvenes que nos encontramos en torno de esa mesa había más poetas que cuentistas. Dos de ellos serían, con el tiempo, mis primeros compañeros del grupo surrealista. Éste ya estaba en pie cuando, en el 80, abandoné la facultad. La censura y estrechez intelectual que allí se respiraba contrastaba demasiado con la libertad, la creatividad y el interés apasionado de nuestras discusiones y actividades.

2 – En http://lainfanciadelprocedimiento.blogspot.com.ar/2007/08/silvia-guiard.html , respondiendo a una encuesta, en 2007, te referís a “la infancia de la operación de índole mágica”, opino, de un modo excelente. Unos años transcurrieron: ¿te animarías a añadir consideraciones sobre la escritura, y acaso sobre “En el reino blanco”? ¿Hay por allí algún poemario inédito? 

          SG –  En la encuesta que mencionás me refería a la escritura como operación mágica capaz de transformar el plomo en oro o como fotosíntesis que crea el oxígeno espiritual necesario a la vida. Ambas imágenes se corresponden al modo en que surgieron los poemas de “En el reino blanco”. Aunque editados en 2006, fueron escritos entre 1992 y 1997, en un periodo de gran desolación marcado, en lo personal, por una separación amorosa, el cese de actividades del grupo surrealista, la muerte de familiares, enfermedad,  duelo y soledad; todo ello inscripto en el clima de derrota, disolución,  pérdida de horizonte y retroceso que esos años representaron a nivel político, cultural y social. Recuerdo que entonces caminaba todo el tiempo mirando al suelo. Pero una noche, teniendo frente a mí ese vacío -y mi inolvidable Olivetti- escribí el que sería luego el primer poema del libro, y que no es sino la expansión de una única y obstinada afirmación: “Existe el mar”. Sea lo que sea ese “mar” –el deseo, el principio vital, la propia escritura, el inconsciente, el Eros en su más vasto sentido- puedo decir que, a la larga, en él se originó para mí nuevamente la vida; pero también que su postulación en aquel contexto era un abierto desafío a las circunstancias. Por lo cual, a lo escrito en 2007 cabe agregarle ese carácter de desafío, rebelión, lucha, que entraña la escritura. Rasgo que aparece, de modo explícito, en la introducción o “palabra preliminar” del libro: “En el reino blanco toco mi pelo, súbitamente encanecido y triste. ¿Qué hacer? ¿Tejerlo y destejerlo como una lívida Penélope del aire? ¿Esperar en silencio la llegada de Nadie? / ¡Caramba: no! Toco en mi sueño el talismán azul: mejor trenzar con esos melancólicos cabellos cuerdas blancas. Tensarlas. Levantarse. Cantar. (…)”

Estas cuerdas evocan en principio las de un instrumento musical o aun las propias cuerdas vocales, pero sin duda también aluden a la cuerda sobre la que el equilibrista atraviesa el abismo y a aquella que nos saca de un pozo y nos permite impulsarnos para ascender. “Cada poema es una cuerda blanca. Sobre esas cuerdas me sostengo y bailo”, dice el final de la introducción. Hace poco y por casualidad me topé en un viejo libro sobre la India con una descripción de la llamada “prueba de la cuerda”. Un tradicional acto de magia yogui en el cual el mago lanza hacia el cielo el extremo de una gruesa cuerda de varios metros, cuya punta opuesta retiene en una canasta. La soga queda tensa, erguida y rígida como una vara y el mago hace trepar por ella, como por un árbol, a un muchachito que se pierde en las nubes. Desde que leí esta curiosa historia no dejo de pensar que su dinámica subyacía de algún modo en la imagen que me formaba entonces de esos “poemas-cuerda” que,  partiendo de la áspera tierra, ascienden impulsados por el propio deseo y permiten alcanzar un plano superior –superador- de emoción o conciencia, experiencia, expresión, comprensión, etc.

Me doy cuenta ahora de que esa cuerda que une la tierra y el cielo aparece explícitamente en el libro. En el poema “Fugas”se evoca en un momento un mito chaqueño según el cual las primeras mujeres vivían solas en el Mundo de Arriba y bajaban de noche por una cuerda a robar la comida de los varones. El poema invierte el sentido del movimiento, en una suerte de “huida hacia arriba”, diciendo: “O bien ir hacia el Chaco / redescubrir en medio de la selva la cuerda legendaria que una vez fue cortada / y trepar otra vez hacia el Mundo de Arriba / donde habitaron / solas / las primeras mujeres / Criaturas del Cielo / poderosas hechiceras del aire / extenderme de galaxia a galaxia sosteniendo en mi mano las tormentas / y acostada entre las constelaciones / soltar mi baba blanca sobre el mundo / para crear las flores y las telas de araña / y la almohadilla del rocío”. Quizás esta cuerda hacia el cielo es condición o columna vertebral de toda creación o acto poético en general.

Con respecto a poemarios inéditos, lo próximo que espero publicar tiene también un sentido ascendente pero más literal: lo que asciende allí es en verdad un árbol y la mirada y el pensamiento que lo acompañan. Hace unos años mi compañero y yo acampamos varios días en un lugar a orillas del río Litrán, en la provincia de Neuquén, en medio de un bosque de pehuenes. Tiempo después escribí varios poemas y este verano volvimos para tomar más fotografías de este árbol extraordinario por su antigüedad y por la personalidad y expresividad de su presencia.

          3 – Cuenta con un poema-prefacio de tu autoría el poemario “Lilith” (1987), de esa maravillosa poeta argentina, Carmen Bruna, fallecida a los 85 años en este 2014. Ya por teléfono, Silvia, te anticipé hace pocas semanas, que si aceptabas este reportaje, te invitaría a que nos hables de ella. Y eso hago.

          SG –  Fui amiga de Carmen Bruna desde 1982, año en el que ella se incorporó al grupo surrealista Signo Ascendente del que yo formaba parte. Ella tenía entonces 54 años y yo unos 24. Nuestra amistad duró tres décadas. Compartimos la pertenencia al grupo tanto como el vínculo personal, aun cuando cesaron las actividades colectivas. Antes del prefacio al que aludís, le dediqué el poema “Señas”, fruto de la emoción de aquel primer encuentro en el que nos reconocimos todos como tripulantes del mismo barco ebrio. Carmen tenía publicado ya su primer libro, “Bodas”, aparecido reciénen 1980 pese a que ella había estado ligada al grupo Poesía Buenos Aires en los 50, época en la que había descubierto además el surrealismo. Cuando la conocimos, había dejado atrás una primera etapa de su vida en la que había estudiado Medicina –sobre todo por presión de sus padres, inmigrantes italianos que trabajaron aquí como albañil, el padre, y costurera, la madre- y había partido, ya con su compañero, a trabajar durante doce años en poblados rurales y fronterizos de las provincias de Salta, Misiones y Neuquén. De regreso a Buenos Aires –con tres hijos- había sufrido dos golpes que marcaron su madurez: fue atropellada por un auto en la autopista Panamericana, accidente que le valió meses de postración y consecuencias físicas, como la sordera. El otro golpe fue la ruptura de su matrimonio, que vivió dramáticamente. “Para amar sin medida / he convocado a las negras olas de la desesperación” escribió. Pero en su desesperación de amor sintió la de toda la condición humana, todo el dolor de la vida asediada por la muerte. Desde su regreso a Buenos Aires solo se dedicó a escribir. La poesía no era su carrera sino su vida, su manera esencial de respirar, de resistir la condición humana, su búsqueda de un más allá de magia cotidiana.

Su voz es, como su vida, esencialmente pasional. Sensual, traspasada de aromas, estremecimientos, relámpagos y susurros; acariciadora o violenta, enamorada, rabiosa o melancólica. El turbador desborde de sus imágenes no deja indiferente a nadie. Y aunque para el gran público su obra es desconocida, su difusión no es poca. Provino siempre de aquellos que se apasionaron al leerla. Además de participar en Signo Ascendente –que editó dos de sus libros: “Morgana o el espejismo” y “Lilith”-, Carmen se vinculó y mantuvo correspondencia con muchos poetas que admiraron su poesía y la difundieron en revistas, ciclos de lectura, antologías o blogs e impulsaron la edición de sus otros libros.

Actualmente se está preparando en Montreal una versión en francés de poemas suyos en la Editorial Sonámbula, a cargo del surrealista mexicano Enrique Lechuga. En enero de este año, Lechuga me propuso escribir la presentación para el libro y me envió la lista de los poemas seleccionados. La noche del 14 de enero, antes de acostarme, desparramé en mi mesa todos los libros de Carmen para ir releyendo cada uno de esos poemas. Y esa noche soñé con ella. En el sueño ella se había mudado y yo iba a conocer su nueva casa. Era una suerte de cabaña en una isla que recordaba el Tigre. Para llegar cruzaba a nado un río y era muy nítida la sensación de la frescura del agua. Todo estaba muy verde, despejado y brillante de sol y Carmen llegaba a la casa rejuvenecida, caminando junto a su compañero. Íbamos a comer, al parecer, un pollo asado que se veía en el centro de una mesa. Lamentablemente, alguien llamó por teléfono y me desperté…

4 – Sos co-fundadora del Grupo Surrealista de Buenos Aires. Traigamos, Silvia, a estos treinta años después, aquella iniciativa: quiénes fueron tus compañeros fundadores, quiénes se mantuvieron permanentes y quiénes participaban con intermitencias, quiénes eran escritores y quiénes artistas plásticos, durante qué lapso perduró, a qué se abocaron, con qué otros grupos mantuvieron contactos sostenidos, por qué razones algunos integrantes adoptaron apodos temporarios, reagrupamientos… 

          SG –   Hice una historia pormenorizada del grupo surrealista en el artículo “Buenos Aires: el surrealismo en la lucha contra la dictadura” mencionado entre mis datos biográficos. El lector interesado podrá rastrear en librerías el libro de Michael Löwy que lo contiene o seguir el link (también arriba citado) del Sitio al que fue subido.  Aquí recordaré sólo algunos aspectos de esta historia y algunas presencias.

Este grupo surgió en plena dictadura y lo primero a destacar es la fuerza aglutinante, centrípeta y creadora que lo impulsaba, en oposición al contexto de dispersión y destrucción cultural, política y social provocado por el terrorismo de estado. Su rasgo principal fue la autonomía y podría incluso decirse que se autogeneró. Aquel  grupo bastante heterogéneo de jóvenes que concurrimos en 1977 al Ateneo Cultural mencionado en la primera respuesta de esta entrevista,  al descubrir que el anunciado Abelardo Castillo no estaba allí, no sólo no nos volvimos a nuestras casas, sino que regresamos semanalmente desde entonces. ¿En busca de qué? Cada cual habrá tenido su respuesta, incluso una tan vaga como: hacer algo con otros. Los más inquietos y politizados propusieron desde el comienzo discusiones que iban más allá de la lectura y comentario de textos propios. Y junto a los debates en voz alta -sobre el sentido de la poesía y el lugar del poeta en la sociedad, por ejemplo- surgieron aquellos que se hacían en voz baja y confidencialmente. De hecho, había allí militantes de dos agrupaciones trotskistas: el Partido Socialista de los Trabajadores y Política Obrera. Pronto se destacó del grupo inicial uno más reducido que se propuso  conformarse como grupo de estudios. El tema elegido por votación fue el surrealismo. Se armó un plan de investigación, una distribución de subtemas, un cronograma, una bibliografía. Me tocaba a mí ocuparme de los antecesores y fue de ese modo que, en una noche de tormenta, descubrí a Lautréamont. Transcurrieron meses intensos de lecturas y puestas en común, rotación por distintos lugares de encuentro, rastreo de libros de André Breton en las librerías, discusiones políticas y poéticas, salidas y otros etcéteras (como sesiones de expresión corporal y los primeros juegos). En la primavera de 1979, la Crecefyl (Comisión por la Reorganización del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras) organizó una peña en el Club Villa Malcolm, en el barrio de Palermo, para la que planeamos una intervención conjunta. Ya entonces había aparecido, por iniciativa personal de Alberto Arias y con mi participación, “Poddema” 1, con la que todos nos sentíamos identificados. Pero fue tras la intervención en Villa Malcolm que pasamos a considerarnos directamente un grupo surrealista. Los cuatro que estábamos allí fuimos el núcleo permanente a lo largo de toda la dictadura: Alberto Arias (firmaba Alberto Valdivia), Julio Del Mar, Alejandro Michel (firmaba Alejandro Mael) y yo, que firmaba Silvia Grénier. Otros compañeros habían tenido una intervención importante en el proceso de formación del grupo pero se alejaron por distintas circunstancias personales. Usábamos seudónimos como un recaudo de seguridad –entre otros- porque conocíamos la gravedad de la situación política. Todos teníamos conocidos o amigos desaparecidos y algunos habíamos padecido en carne propia los embates represivos, aunque con algo más de suerte que tantos otros.

Dije arriba que el grupo se autogeneró: buscó en la sombra su propio camino para dar a luz una identidad, sin tener “padre” ni “protectores”. Desde luego, existía una conexión subterránea con la rica experiencia cultural y política anterior al golpe, que cada cual había vivido a su modo y de donde traían algunos su interés por el surrealismo. Y también, como he dicho, con las agrupaciones políticas que subsistían clandestinamente. Nuestro grupo fue una expresión singular, muy intensa y consciente de una tendencia más extendida a la resistencia secreta y molecular a la dictadura. En esos años proliferaron, por ejemplo, las revistas culturales y literarias. Algunas, incluida la nuestra, conformaron la Asociación de Revistas Culturales de Argentina que se pronunció contra la censura. Pronto nos vinculamos también con el movimiento de derechos humanos, al que fuimos acompañando en sus crecientes movilizaciones. Uno de nosotros participaba en las reuniones habituales de la subcomisión de familiares de artistas desaparecidos de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales. Esto formaba parte de nuestra manera de entender al surrealismo como movimiento revolucionario. Desde el punto de vista propiamente surrealista, no tuvimos al principio conexión alguna con los antecesores locales, salvo un par de visitas al poeta Enrique Molina, quien no mostró interés en vincularse con nosotros. Siendo todos muy jóvenes (entre 21 y 24 años) buscamos nuestra orientación en la fuente original: los textos de Breton, el primer surrealismo.  Pero no queríamos ser meros lectores o difusores de las ideas e imágenes que nos apasionaban, sino actualizarlas en nuestro propio contexto histórico y cultural.

Encuestas internas, juegos, discusiones y sesiones de escritura automática colectiva moldeaban nuestra vida interna, que encontró su escenario natural cuando, tras la aparición de “Signo Ascendente”1, conocimos a Josefina Quesada, una pintora que había participado del taller de Juan Battle Planas. Su departamento, en un antiguo edificio de la avenida Belgrano, fue nuestro espacio encantado. Allí se elaboró la revista siguiente -con la suficiente demora como para ser“Signo Ascendente”2-3- durante meses de debates, juegos y sesiones de automatismo. Nuestras revistas no consignaron nunca un director porque, salvo en el caso de “Poddema”1 -armada por Alberto Arias- el contenido fue siempre una decisión colectiva. La editorial –así como otros textos o declaraciones comunes- surgían de largos y a veces arduos debates. “Signo Ascendente”2-3 es la que incluyó más declaraciones y pronunciamientos individuales o colectivos sobre distintas cuestiones. También fue intensa nuestra actividad exterior a lo largo de ese año 1981: en julio editamos para la Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y Gremiales, un libro con poemas de detenidos; en diciembre participamos de la primera Marcha de la Resistencia y de un nuevo festival de la Crecefyl, con la lectura de una declaración y de un boletín especial que, adelantándose a la demorada edición de “Signo Ascendente”, incluía material nuestro y de los surrealistas de París y Praga. La revista salió en mayo del turbulento 1982. Nuestro grupo había estado en la calle el 30 de marzo –contándose uno de nosotros entre los cientos de detenidos ese día- y lo estaría de nuevo en las movilizaciones contra el dictador Galtieri, posteriores a la derrota. Mientras tanto, la difusión de la revista nos valió algunos enemigos –por nuestra condena a los concursos Coca-Cola y a quienes participaron como jurados-, pero más que nada valiosas incorporaciones: Carmen Bruna, los jóvenes Gloria Villa y Ricardo Robotnik, Juan Andralis con su compañera Sylvia Valdés y, algunas veces con Mario Pellegrini. Nuestra presencia ese año en el Festival de “Arte Alternativo” organizado por la revista “Pan Caliente” (con una muestra de cuadros y un objeto de exploración táctil), una escandalosa irrupción condenando el mercado del arte en la Velada Surrealista organizada en la galería de  Ruth Benzacar, la participación en un encuentro de revistas culturales en Villa Malcolm y la preparación, junto con otros poetas, del libro “65 poetas por la vida y por la libertad” -que aparecería ya en el 83 en beneficio de Abuelas de Plaza de Mayo- coronan nuestras intervenciones en época dictatorial.

No podría hacer aquí el relato de los años que siguieron, que figura también con todo detalle en el artículo antes citado. Diré a grandes rasgos que el grupo atravesó momentos de dispersión y reagrupamiento. Entre 1983 y 1988 publicamos libros de poemas. Viajamos varios a San Pablo, invitados por Sergio Lima, para intervenir en una semana surrealista; organizamos un seminario de Sergio Lima en Buenos Aires. Continuamos poniendo nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad en común compartiendo lecturas, debates y juegos, y manifestándonos con intervenciones públicas tanto poéticas (muestras y recitales) como políticas, sobre todo en la lucha contra la impunidad, pero también contra los avances del clericalismo, en defensa de los pueblos originarios, contra el mercado del arte. Algunos compañeros se apartaron, nuevos amigos ingresaron y, en función de estos cambios y de la diferencia de contexto, comenzamos a firmar nuestras intervenciones como Grupo Surrealista de Buenos Aires, integrado hasta 1992 por quienes mencioné en la respuesta 3 de esta entrevista.

Se sobrenada

Grandes oleajes me sostienen

y no obstante

no obstante

sé que hablo con los labios partidos

con la lengua quemada

para estatuas de yeso

 

es decir:

 

hablo con los labios partidos

con la lengua quemada

para estatuas de yeso

y no obstante

no obstante

grandes oleajes me sostienen

lentas vegetaciones me sostienen

largos

hondísimos ramajes agitándome en su estremecimiento

me sostienen

en silencio

las palas misteriosas que acarrean la noche

me sostienen

las lenguas agridulces

moteadas

serpenteantes

y terribles del sueño

me sostienen

la sed y su cortejo de violines con las cuerdas cortadas

el hambre y sus harapos

la garrapata ardiente de cada una de mis incertidumbres

me sostienen

He aquí que se acercan los incendios

veloces

más veloces que el miedo

tiernos como paraguas

y altos como impacientes rascacielos

los incendios me toman en sus brazos

y me acunan hasta hacerme dormir

Aún dormida escucho cloquear a los relojes

aún dormida veo cómo las casas huyen de sus propias paredes

se desprenden de sus propias ventanas como de medias viejas

se sacan el corpiño

los zapatos

los hijos

y bailan como mendigas en inmensos baldíos

saltan de terraplén a terraplén

pierden completamente la memoria

se burlan de los trenes

y se emborrachan en su propio velorio

aún dormida bailo con pies heridos y feroces

entre las casas locas

entre las casas tristes

entre las casas una tras otra derrumbadas

y observo en la piel acre y translúcida del aire

los movimientos casi imperceptibles de los enormes peces de vacío

grandes peces de nada

cruzando lentamente las veredas

estrellando sin ruido las vidrieras

boquiabiertos y torpes

blanquísimos peces de silencio

desovando en las alcantarillas

su maravillosa inexistencia

vastos transatlánticos de nada

atravesando oleadas

oleajes profundos de vacío

me sostienen.

 

5/12/92 – De “En el reino blanco”

 

“No entres dócilmente en esa noche quieta.

       Rabia, rabia, contra la agonía de la luz”

Dylan Thomas.

 

Uñas contra la sombra, pelos, dientes

y el aullido larguísimo en los huesos

 

La rabia con sus perros amarillos

espumarajeando mi saliva

 

La rabia de la luz

y de la sombra

 

La cólera de sangre y de burbuja

reventando en las venas

 

El ácido de luz sobre los dientes

 

La hinchazón de la sangre

Su estallido

de bronca y de dolor golpeando el aire

terriblemente frágil

y desnudo

 

Nudo del ansia y del hastío

 

Nudillo de estar harta

 

Desnuda soledad de los tobillos

 

Ácida desnudez

 

Ácido mudo

 

Pica roja el dolor sobre mi frente

Pica roja los dientes abrasivos

 

Pica roja  la sed

Pica roja la rabia del aullido

Pica roja la sangre inexplicada

Pica roja mi cuerpo

contra el cielo

Relampaguea:

No habrá sido mudo

 

(Dic.’98)  De “Relampaguea” (Poema incluido previamente en la plaqueta “Mujer- pájaro en el círculo del sol”, 1999)

nos Aires, Silvia Guiard y R. R., julio 2014.

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