La posibilidad real de una tercera ola de recesión en el Trienio 2018-2020 estaría pasando desapercibida para la mayoría de Agencias de Calificación debido a la desconexión con la realidad que les llevaría a justificar la exuberancia irracional de los mercados con lo que cumpliría la famosa frase del iconoclasta John Kenneth Galbraiht. ”Hay dos clases de economistas: los que no tenemos ni idea y los que no saben ni eso”. Así, el ” efecto mariposa” trasladado a sistemas complejos como la Bolsa de Valores, tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato pues los modelos cuánticos que utilizan serían tan sólo simulaciones basadas en modelos precedentes (Teoría de la Inestabilidad financiera de Minsky), con lo que la inclusión de tan sólo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provoca que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien, dando lugar a un nuevo estallido o crash bursátil.
La exuberancia irracional de los mercados
La burbuja actual sería hija de la euforia de Wall Strett (y por extrapolación del resto de bolsas mundiales) tras las políticas monetarias de los grandes bancos centrales mundiales que han inundado los mercados con centenares de miles de millones de dólares y euros con la esperanza de relanzar la economía, más aún cuando las colocaciones sin riesgo (deuda de EEUU o de Alemania) no retribuían nada a los inversionistas y estaría alimentada por los siguientes factores: La desconexión con la realidad por parte de los inversores les llevaría a justificar la exuberancia irracional de los mercados, creándose un mundo virtual de especulación financiera que nada tendría que ver con la economía real (windhandel o negocio del aire) y que les lleva a extrapolar las rentabilidades actuales como un derecho vitalicio lo que unido a la pérdida de credibilidad de las agencias de calificación como Moody’s al no haber predicho la crisis del 2002 y a la ausencia de control por parte de los reguladores, habría coadyuvado a que el mercado permaneciera insensible al recorte de rating de las compañías que cotizan en la bolsa y a los avisos de la Fed que por boca de su Presidenta Yanet Ellen habría advertido que “las valoraciones de las bolsas y los mercados de bonos son muy altas y que existen riesgos potenciales en ambos mercados”, Así, la certeza racional de la total retirada por la Fed de sus medidas de estímulo a la economía estadounidense y de las sucesivas subidas de tipos de interés del dólar que se avecinan en el 2018, deberían hacer que los inversionistas se vayan distanciado progresivamente de los activos de renta variable y que los bajistas se alzaran con el timón de la nave bursátil mundial. Sin embargo, el proceso especulativo impulsa a comprar con la esperanza de sustanciosas ganancias en el futuro, lo que provoca una espiral alcista alejada de toda base factual y el precio del activo llega a alcanzar niveles estratosféricos hasta que la burbuja acaba estallando (crash) debido a la venta masiva de activos y la ausencia de compradores, lo que provoca una caída repentina y brusca de los precios hasta límites inferiores a su nivel natural (crack), cumpliéndose una vez más la máxima de Keynes: “Los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que tú puedes permanecer solvente”.
Un inversor está dispuesto a pagar un precio por una acción si le reporta dinero en el futuro, por lo que el valor de dicha acción es el total de flujos esperados pero el nivel suelo de las Bolsas mundiales, (nivel en el que confluyen beneficios y multiplicadores mínimos), se situaría a años-luz de los niveles actuales debido al riesgo de estancamiento económico secular que presentan las principales economías mundiales. Sin embargo, debido al “efecto Trump” los inversores de EEUU estaban instalados en la euforia tras superar el techo ionosférico de los 22.000 puntos en el Dow Jones, (rememorando el boom bursátil de los años 20, preludio del crack bursátil de 1.929), por lo que son incapaces de percibir el vértigo de la altura pero la sombra del impeachment que planea sobre Donald Trump y la incertidumbre existente en Wall Street sobre su agenda económica habría provocado que los grandes inversores sientan por primera vez el mal de la altura que les llevará a reducir su exposición al riesgo con el consecuente efecto bajista en las cotizaciones de las acciones.
Además, la inflación en EEUU acelerará las próximas subida de tipos de interés del dólar en el 2018, haciendo que los inversionistas se distancien de los activos de renta variable y que los bajistas se alcen con el timón de la nave bursátil mundial, derivando en una psicosis vendedora que terminará por desencadenar el estallido de la actual burbuja bursátil. Dicho estallido tendrá como efectos colaterales la consiguiente inanición financiera de las empresas, la subsiguiente devaluación de las monedas de incontables países para incrementar sus exportaciones y como efectos benéficos el obligar a las compañías a redefinir estrategias, ajustar estructuras, restaurar sus finanzas y restablecer su crédito ante el mercado (como ocurrió en la crisis bursátil del 2000-2002) y como daños colaterales la ruina de millones de pequeños inversores todavía deslumbrados por las luces de la estratosfera, la inanición financiera de las empresas y el consecuente efecto dominó en la declaración de quiebras.
¿Hacia la tercera ola de la recesión?
El retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría entre EEUU-Rusia tras la crisis de Ucrania y la imposición de sanciones por UE-Japón-EEUU contra Rusia , marcarían el inicio del ocaso de la economía global y del libre comercio, máxime al haberse demostrado inoperante la Ronda Doha (organismo que tenía como objetivo principal de liberalizar el comercio mundial por medio de una gran negociación entre los 153 países miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y haber fracasado en todos sus intentos desde su creación en el 2011. Así, asistiremos al finiquito de los Tratados Comerciales transnacionales (TTIP, NAFTA y TTP) y a la implementación por las economías del Primer Mundo de medidas proteccionistas frente a los países emergentes cuyo paradigma sería el establecimiento por la UE y EEUU de medidas antidumping contra el acero Chino con aranceles que oscilarán del 20% europeo al 500% estadounidense y que significarán el retorno al Neo-Proteccionismo económico. Además, el desplome de las commodities y el estallido de la burbuja de la deuda podría provocar que el estancamiento económico se adueñe de la economía mundial en el Trienio 2018-2020.
Así, China estaría inmersa en una crisis económica identitaria al tener que implementar una amplia batería de reformas estructurales. Así, entre las fragilidades de su economía se encuentran la todavía limitada integración financiera internacional, su aislamiento y control del aparato estatal en el ámbito interno, así como una asignación de recursos económicos poco eficiente provocada por el paternalismo público y un insuficiente nivel de desarrollo de las redes de distribución, marketing y venta. Los desafíos están centrados en vencer la alta dependencia de China respecto de la demanda de las economías desarrolladas y la incierta capacidad de la demanda privada para tomar el relevo una vez que se agoten los estímulos públicos. Respecto a América Latina y el Caribe, la contracción de la demanda mundial de materias estaría ya provocando el estrangulamiento de sus exportaciones y la depreciación generalizada de sus monedas debido a la fortaleza del dólar, lo que se traducirá en aumentos de los costes de producción, pérdida de competitividad, tasas de inflación desbocadas e incrementos espectaculares de la Deuda Exterior. Así, según la Directora Gerente del FMI, Lagarde, “la fortaleza del dólar junto con la debilidad de los precios de los productos crea riesgos para los balances y financiación de los países deudores en dólares”, de lo que se deduce que las economías de América Latina y Caribe estarán más expuestas a una posible apreciación del dólar y la reversión de los flujos de capital asociados, fenómeno que podría reeditar la “Década perdida de América Latina” (Década de los 80), agravado por un notable incremento de la inestabilidad social, el aumento de las tasas de pobreza y un severo retroceso de las libertades democráticas.
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