Brasil, una de las primeras diez economías más grandes del mundo ha decidido suerte en las urnas el pasado domingo. Los brasileños tenían la enorme responsabilidad – más bien un desafío mayúsculo –de decidirse por el candidato Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores, una gran fuerza progresista que no solo traía apoyo para su candidato pero también una reputación deteriorada en los últimos años, o elegir al candidato de la ultra derecha Jair Bolsonaro que representaba el Partido Social Liberal y se veía venir como una imagen que recordaba los tiempos cuando los militares ocupaban el poder del país, es decir, un regreso del autoritarismo debido a su origen militar.
El Partido de los Trabajadores (PT) había estado en el poder por buen tiempo, lográndose la consolidación con el paso por la presidencia de Luis Ignacio Lula Da Silva y continuando ese fortalecimiento durante el término y medio de gobierno a cargo de Dilma Rousseff, la primera mujer en ascender a la máxima posición de poder del país. Con los años – debido a un sin número de escándalos tales como Lava Jato, Odebrecht y otros–, el PT quedaría muy afectado por los casos de corrupción en los que se vio envuelto como partido gobernante.
La derecha de Brasil, supo capitalizar el hastío generalizado hacia el flagelo de corrupción y la narrativa de su candidato, hoy presidente electo, Jair Bolsonaro, logró calar en aquellas personas que preferían una mano dura y con criterios de derechos humanos que todavía están por verse, que un partido en el cual ellos veían el monstruo de la corrupción. Lo que pasará con el gigante del sur aún está por verse, pues una cosa es el discurso de campaña y otra muy distinta es la visión de nación una vez se ponen la banda presidencial.
Una retorica que encontró terreno fértil en un ambiente polarizado, fue la narrativa de campaña del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Como prueba de su coherencia discursiva continuó con la misma retorica una vez en la Casa Blanca, es decir, ese enfoque agresivo de políticas públicas, especialmente comerciales, las cuales hasta cierto punto les han generado un buen desempeño de la economía americana.
Por otro lado, con Bolsonaro esperamos que no sea coherente en cuanto a su enfoque de derechos humanos, su trato hacia a las mujeres y la equidad, su forma de hablarle a las comunidades indígenas, afrodescendientes y de inmigrantes, entre otras cosas que caracterizaron su trayectoria política y campaña para la presidencia.
Con la consigna “Él no, el nunca”, miles de brasileños venían protestando de manera masiva ante el eminente triunfo del hoy presidente electo que llegó aldía de las elecciones con la mayoría de los sondeos dándolo como ganador. Su victoria no ha impedido que los votantes dolidos con ella salgan a la calle a protestar tras conocer los resultados. Sin embargo, ya Brasil decidió y genera que el panorama de la política global cambie ligeramente sumado al hecho de que la alemana Ángela Merkel ha anunciado que luego de su término se retira de la cancillería.
Lo cierto es que los brasileños que prefirieron un gobierno autoritario sobre uno corrupto, ahora corren el riesgo de recibir las dos cosas, pues si no se realizan reformas de transparencia con inmediatez y si no se cuenta con la voluntad política movilizadora de los grandes cambios, los brasileños podrían terminar no solo con el premio mayor (autoridad desmedida), también podrían llevarse a casa un pluscomo regalo adicional: la corrupción.
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