Harto sabido es que, las democracias liberales, o las instituciones políticas occidentales, se ratifican, formal y prioritariamente, por intermedio del acto electoral, al que revisten de aspectos y condiciones sacras y totémicas, extendiendo el significante del día del comicio, del acto del sufragar, a límites insospechados, en donde se incluyen frases conceptuales cómo; fiesta de la democracia, momento máximo de la libertad política, y una serie disparada de galimatías a tiro de los consultores de turno, siempre prestos a seguir azotando a una democracia cosificada.
El ciudadano, el súbdito, el contratante, el rehén, consciente o inconsciente de su condición, debe resolver un dilema; ante la convocatoria siniestra para seguir asintiendo, suscribiendo mediante voto, que continuará, manso, obediente, genuflexo y disciplinado, el mismo tiene un valor de tal dimensión para el edificio del sistema democrático, que solamente es proporcional al desconocimiento que de tal condición de suma importancia posee, para el que tiene que decidir, que resolver, que desatar, el nudo gordiano del dilema o de la aporía política trascendental, por antonomasia.
Lo que se da en llamar campaña electoral, las semanas previas en donde los supuestos candidatos que se disputan las supuestas predilecciones, de los supuestos ciudadanos, en verdad es supuesto, mero y huero. Lo que esta gran cortina de humo, este show escenográfico montado, atiborrado de supuestos proyectos, supuestas propuestas, supuestas declaraciones (como observamos las ideologías ya se dejaron de suponer, una clara señal de la pérdida de calidad de las suposiciones), pletórico de colores, olores, sabores, estéticas, sonidos y mentores, que en forma supuesta representan, signos, facciones u hombres, que supuestamente, representan o son, supuestos distintos y diversos, tiene una sola y única finalidad; sostener la posición, que es ni más ni menos, qué la suposición, o suponer.
Por debajo, como substrato, como lo que sostiene, u oculta, protege, tal como un caparazón, o cómo la letra chica de un contrato (más en el caso de que sea social y con cláusulas incumplibles o leoninas), está la posición, la madre del borrego, la espada que terminaría con el nudo gordiano, el talismán mediante el cual se podría responder la pregunta filosofal.
En una elección, cualquiera sea ella en las partes del globo en que se consideren vivir bajo democracias occidentales, la única decisión, soberana, cierta, real, libertaria, valedera, autentica o con sentido humanitario, es la que debe escoger, el ciudadano, el súbdito o el rehén, sea o no consciente de su situación en relación a sí participa o no del proceso electoral, sí forma parte de la convocatoria, dado que en el caso de que así lo haga, no importara mayormente, sí en tal participación elige por la opción A o B, dado que el sistema se ordena tanto en su orden como en su desorden , sin embargo, en caso de que decida Botar o no participar del acto comicial, será clave, decisorio y elemental, que además, determine, de qué forma, de qué manera, bajo que aspecto, botará su voto o su participación. Como podrá haber observado, desde un principio es mucho más sencillo, cómodo y practico, el votar, el ceder, conceder , tolerar, arrodillarse, agacharse, olvidarse, hacerse el confundido, el perdido, el resignado, el complaciente, no decidir actuar, actuando en forma autómata, maquinal y cómplice. Claro que es placentero fumar, o evadirse de una realidad que no es la pretendida, mediante el uso de drogas, barbitúricos o abuso de alcohol, también lo es para aquel que consigue placer sexual, sometiendo, física o moralmente a quién no pretenda ser parte de la vinculación forzada, el problema es el después, en caso de que lo haya. La cuestión de los excesos, es que por lo general, no exceden a los excedidos. Es decir, el fumador no podrá continuar ad infinitum sano, el violador terminará preso, muerto o suicidado (a nivel total, consciente o espiritual), el problema se agrava, cuando el exceso no va de la mano del individuo, sino de todo un grupo de individuos, de una comunidad que generaron un sistema. Las frases irónicas de: ¿Qué es robar un banco, a comparación de fundarlo? O Sí matas un hombre eres un asesino, si matas miles un emperador. Concluimos, indefectiblemente, y muy a nuestro pesar que los sistemas pueden excederse durante un lapso, al menos indeterminado de tiempo y de excesos.
Este después es lo que venimos habitando desde hace años, y lo continuaremos soportando, hasta que el ciudadano, súbdito o rehén, descubra que el día de la votación, tiene la llave en su poder, como para decidir qué hacer con respecto a la resaca democrática que habitamos, el espacio de la conciencia del remordimiento de haber obrado mal violando dignidades ajenas, podrá tener un fin, sí es que asumimos y nos hacemos cargo de la única decisión soberana que se nos posibilita o que nos hemos forjado.
Verla, leerla o sentirla como una hendija del sistema, también será válido, como secundario. Las repeticiones hasta el hartazgo en que hemos transformada esta adicción democrática que nos excede en formas y proporciones, es tan repetitiva, maquinal, soporífera, obvia e insulsa como una película pornográfica. Nadie discute que existe público para tales films, como cuerpos que cayeron, caen y seguirán cayendo en las peligrosas alquimias que proponen las diversas adicciones (que estructuralmente es deshacerse del control de uno, para depositarlo en otro al que se pretende someter, mediante tal excusa de no poder uno controlarse). De hecho las democracias sí bien, están más que discutidas, lo están en un nivel preliminar, superfluo, básico, superficial o académico, que casi vendría a ser lo mismo.
En caso de que decidamos, lo otro, el traspasar la frontera, el frontispicio, en el que la política y sus principales beneficiarios, tan astutamente, trasladaron el uso de la libertad que tal vez nos salve, nos mejore, nos modifique para bien (el sólo hecho de planteárnosla ya nos haría más dignos y humanos) a una zona oscura, tenebrosa, temible, cuando no lúgubre, anárquica y autoritaria (en este oxímoron se comprueba que en tren de azuzar siquiera siguen el principio de no contradicción o juegan con figuras literarias como la presente) pero siempre antepuesta por lo negativo, sea anti sistema, anti democrático, anti liberal, que nos paraliza por la sugestividad que produce lo desconocido, connotado con lo incierto, en donde todo lo malo, podría, nos debería y nos arriesgaríamos a que pueda pasar.
Probablemente sea un sitio que nos produzca más incomodidad, que nos arranque tal vez un gemido doloroso (como los emitidos en los partes cuando las madres alumbran) una gota de sudor (como la del abnegado trabajador que lo hace para alimentar a su familia pese a que le cueste esfuerzo y sacrificio) una lágrima pesada surcando nuestras mejillas (como las que se confunden entre la tristeza y la felicidad) sin embargo, será sin duda alguna, la apreciación más auténtica que podemos llegar a hacer, en nombre nuestro, de nuestros predecesores y de los que vendrán. Las formas de llevar a cabo esta decisión podrán variar y deberán provenir de tales imaginarios de tantos actuantes (firmas que expresen el cese de una democracia hipotética, es decir en vez de juntar firmas para cualquier petición ligada a una democracia más directa, como s esto fuese posible, que el listado plantee la no renovación del contrato por los incumplimientos manifiestos, que la ciudadanía en vez de asumir culposa o pecaminosamente su no participación la haga activa, que la refrende, que denuncia su imposibilidad de concurrir a votar ante el menos democrático de los poderes, el judicial, planteando incluso una problemática de poderes extra) y los contratantes en el caso de que posean el don de la astucia y de la capacidad, más allá del demostrado de timar, acumular y acopiar, podrían ir cambiando, modificando las condiciones en las que exigen ser reelegidos, de lo contrario, más temprano que tarde, los súbditos se podrán transformar en ciudadanos y botarlos en vez de votarlos.
“Sí los políticos parten del supuesto natural de que desean lo mejor para sus pueblos o ciudades, no lo están consiguiendo. Sí los políticos parten del supuesto natural que no desean otra cosa que beneficiarse a costa de lo que ocurra con sus pueblos o ciudades, lo están consiguiendo. Cualquiera de las dos hipótesis que abonemos para describir nuestra actualidad, nos llevará a comprender que algo tenemos que modificar radicalmente, de lo contrario, acabaremos, más allá de la ciudad o pueblo que habitemos”.
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