En tiempos de las intensificaciones sanas, de reclamos de igualdad, desde el muladar que siempre ha sido la aldea occidental que nos toque habitar, podemos jactarnos de tener, una mitad de pobladores pobres y la otra exactamente igual en número que no lo es en el más amplio sentido en que comprendamos el significante extenso en que abrevamos y convivimos con tal pobrismo.
En sentido contrario del que nos podemos imaginar, estas líneas no hablaran, demagógicamente, como lo hacen las voces que se alzan, para lamentarse, o para proponer, soluciones imposibles, para el hambre, la miseria y el no comer, o el comer mal o apenas, de la mitad de los pobladores que subsisten en el vecindario, y del que por más que le pongamos muros o esquivemos la mirada del cruzar de estos, por mares o desiertos, allí estarán, siempre condenándonos en la falta que tal vez sea nuestra sobra.
De ellos ya se habla y bastante, y por más que sigan igual, nada más lograremos, de continuar con la misma metodología, es decir de hablar de ellos y sobre ellos y no de nosotros, que somos los que comemos, los que no somos pobres y los que seguramente tendremos algo que ver con la pobreza de esa otra mitad de la que no nos cansamos de hablar.
Hablemos de nuestras pobrezas, de nuestras miserias, pero no de las intangibles, de las espirituales, de las abstractas, o de la que anidan en los lugares comunes, de habernos transformado en materialistas, en cosificadores y en autómatas.
Somos cómplices, de seguir sosteniendo este sistema político-electoral, al que perversamente lo nombramos como democrático, asumiendo con ello que velamos por valores como la inclusión, la participación, la accesibilidad, la transparencia, la aceptación de la disidencia y la búsqueda del consenso, en la diversidad, cuando en verdad, tal como diría el analista, siquiera pensamos en lo que estamos afirmando, ni mucho menos, tal manifestación de palabras, podría corresponderse con el supuesto deseo de tener una humanidad mejor, o lisa y llanamente, una humanidad.
Como para no ir tan lejos. El calendario electoral se nos viene encima (como la muerte, somos un ser para ella y la democracia es un sistema para la elección o para lo electoral) y las elecciones sobran por doquier. La supuesta existencia de la libertad política, que garantizaría la libertad general y particular, posibilita la existencia de partidos políticos varios o expresiones ideológicas distintas y distintivas. Sí, todos sabemos, en una nueva agachada tácita, en una muestra más de nuestra pobreza democrática, que los llamados partidos son eufemismos, son hologramas circenses, impostaciones formales, para que los hombres que detentan poder, lo sigan ratificando, en cumplimiento de las formalidades normativas de rigor, esas que nunca resuelven ni resolverán, ni nuestras pobrezas, ni la de los otros, de los que pasan hambre, a merced de nuestras palabras y de nuestros juegos dialecticos, semánticos o democráticos. Ni por derechas ni por izquierdas, nada se resolvió, se resuelve ni se resolverá de acuerdo a que costado estén sentados los que son votados.
Ya es demasiado tarde para peticionar sobre cambios, que muy pocos apoyarían. Los cancerberos más intensos de este sistema, son los perros flacos, escaldados, de los poderosos de turno, que ladran por ellos, dado que han sido enajenados de su posibilidad de ser, y sólo les resta el defender la sombra de sus amos, en los han sido transformados. Estos seres amputados en su posibilidad, son los que a expensas de la expectativa que nunca llegará, se encargan de violentar, perseguir y consolidar la pobreza democrática en la que estamos habitando gustosamente.
Son los que no compartirán este texto, los que no le darán el lugar en el medio que ocupan, gracias a sus patrones, los que se creen poder burlar a los que se animan a ser libres y no vivir encadenados en el patio trasero de quiénes los tratan como si fuesen un can. Son perros a secas, de manos diestras y siniestras, que vengan, como dijimos por izquierdas o derechas, lo mismo da.
En jauría andarán detrás, en busca del hueso, que se podrá llamar concejalía, diputación o conchabo menos o más, en lo mejor de los casos, alimento balanceado, que los cerebros totalitarios, les hacen creer que es ni más ni menos que disciplina, autoridad, orden necesario para que no reine un caos desolador o el jubileo ingobernable de un reino de librepensadores.
Cada día que pasa, merced a este sistema depauperado, los amos-todopoderosos, terminaran siendo mordidos, y más luego comidos, por esos perros a los que vienen alimentando desde cachorritos. Así sean sus hijos, hermanos, cuñados, amigos o compañeros, correligionarios o camaradas de la actividad que fuese, el haber estado privados de la posibilidad de pensar y de razonar, solo permitirá que se sobreponga el instinto.
Sí los dueños de los partidos, los hombres al mando del poder, no logran razonar o ver, que cada vez es más imprescindible, para la subsistencia del propio sistema que los tiene como privilegiados, que ingresen en el juego democrático, en la timba electoral, personas y personalidades que piensen desde otras perspectivas y categorías a la política, entonces el mando y la autoridad podrá seguir respondiendo a la lógica de la política, del entendimiento y de lo democrático.
Caso contrario, y tal como los números y las proyecciones indican, se terminará de disolver el tejido endeble de lo social, del representante y el representado, el perro dejará de responder al amo y obedecerá a su hambre y a su sed, al no tener parámetros, no dudará en morder a la propia mano que le estuvo dando de comer.
Es tiempo, de que el amo, comprenda que para seguir siendo tal, debe apostar más allá del perro al que somete con la cadena y el hueso, por su propia supervivencia y hasta por la de este mismo.
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