En la ruta del próximo año electoral en México y con la nueva posibilidad de relección para diputados, senadores y presidentes municipales, el país refleja una desafección política frente a los errores y excesos que se siguen cometiendo por parte de quienes forman las diferentes fuerzas políticas que hoy en día libran batallas internas que presagian una gran pulverización de los partidos políticos mexicanos.
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) el partido del Presidente Andrés Manuel López Obrador que hoy gobierna al país, es el mejor ejemplo de la temprana descomposición política que se experimenta luego de la novatez y de haber aceptado el arribo de personajes emanados de otros partidos que llegaron a la izquierda triunfadora con todo y sus maletas de corrupción.
En Morena se presenta una de las divisiones más severas, donde prácticamente tuvieron que abrirle la puerta trasera a la ex dirigente Yeidckol Polevsnky quien se resistía a soltar el mando, debido al gran botín que implica el reparto de las candidaturas para el 2021.
Hoy Morena intenta retomar el rumbo con Alfonso Ramírez Cuéllar, un personaje íntimamente ligado al primer círculo presidencial y con el que esperan cerrar las cicatrices internas para volver a timonear un barco que con todo y el triunfo presidencial perdió el timón.
En el Partido Acción Nacional las cosas no son muy diferentes. Hace mucho que los panistas olvidaron cómo asumir el verdadero rol de una oposición con madurez y argumentos sólidos para enfrentar las erráticas acciones de un gobierno federal que mantiene altos niveles de aceptación, pero que indudablemente ya no tiene el respaldo de los votos que recibió para ganar la presidencia.
Los panistas están hundidos en sus propias guerras intestinas, donde carecen de liderazgos que puedan encarar las acciones gubernamentales.
La debilidad de Marko Cortés, dirigente nacional panista, refleja sólo las estrategias acotadas por la influencia de los grupos que no ven en su Presidente la fuerza para liderar la gran batalla electoral del próximo año.
En el Partido Revolucionario Institucional las tribus de antaño duermen el sueño de los justos, frente al mandato de Alejandro Moreno, su dirigente nacional cuyo diminutivo “Alito” lo sitúa justamente en una depreciada posición que carece de credibilidad.
Los priistas intentan levantar una gran puesta en escena luego de la desbandada que han sufrido, debido a que muchos de sus militantes ahora forman parte de Morena o de los gobiernos del partido presidencial.
Con este sensor de los tres partidos más importantes en el país, la contienda electoral del 2021 avizora una gran pulverización no sólo del voto, sino también de los partidos políticos, cuyas bases siguen debilitándose para pasar a formar parte de aquellas nuevas fuerzas políticas surgidas con el patrocinio de ex presidentes o ex líderes sindicales que harán el juego sucio a favor o en contra de quien hoy gobierna al país.
La falta de credibilidad en los partidos políticos es una señal de hartazgo que sin duda mostrará nuevos comportamientos electorales.
La relección en México para algunos cargos de gobernanza se ve difícil para muchos personajes que hoy gobiernan y saben que no repetirán porque fueron el resultado de la ola de votos que inundó a México, pero no por ellos o sus méritos, sino por la figura de un Andrés Manuel López Obrador, quien tal parece también ha dejado de creer en su propio partido.
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