La fenomenología en general, Husserl en particular, representaron una nueva propuesta para conocer la realidad, mediante la epojé, esto es, “la abstención del juzgar, el mundo del fenómeno (en tanto que la esfera de la absolutamente indubitable donación) que se revela como el campo propio para la investigación científica, cuya ciencia (de los fenómenos) será precisamente la fenomenología” (Hua XXXIV. 2002: Zur phänomenologischen Reduktion: Texte aus dem Nachlass. 1926- 1935).
Lo que significaría el poner en suspenso los juicios, entre paréntesis la realidad, la desconexión y el cambio de actitud, para ir por las cosas mismas, mediante la actual pandemia declarada por la organización mundial de la salud, se nos enrostra, viralmente aquel postulado teórico, encapsulado sí se quiere para el público especializado, como una suerte de sentido común en el que estamos habitando en el aquí y ahora, todos los afectados por el coronavirus, a quiénes, preventivamente o por médica recomendación nos impacta en grado sumo, mediante la suspensión de las actividades cotidianas, la suspensión misma de la cotidianedidad, la suspensión de nuestros juicios y por ende la suspensión de nuestra realidad dada.
Actuando bajo la lógica del mayor poder, que es la de actuar en sigilo y solapadamente, el virus nos pone entre paréntesis, en suspenso, y no se trata solo del tiempo en que estemos dentro de esta burbuja y de los que podamos salir airosos de la misma (no es casual que la franja etaria más amenazada, sea la que ha dejado de producir para el sistema infectado), sino que luego de tal temporalidad, en ese redentor despúes al que todos nos aferramos (conjeturando el seguir abrazados a la experiencia, que iniciado en Oriente el brote, al parecer va menguando o decreciendo) la experiencia de la vida en general, será sustancialmente distinta a la que veníamos experimentando hasta antes de la irrupción de la pandemia.
No hablamos de los aspectos más concretos y efectivos, no porque no tenga sentido o razón de ser, sino básicamente por economía del lenguaje y del concepto (muchos lo hacen y muy bien) la desolación económica, financiera, laboral y social que dejará el coronavirus tras su paso ya esta siendo proyectada, en sus diferentes perspectivas, pliegues y con sus consabidas teorías conspirativas que las sustentan por detrás (de la responsabilidad de una u otra potencia mundial). Pero más que nada, lo sufriremos los de siempre, los que venimos padeciendo los desajustes y desigualdades del sistema afectado, al que sostenemos más por inercia que por entusiasmo.
Así como saludablemente, de un tiempo a esta parte, otro término acuñado desde el campo filosófico, como la deconstrucción, se popularizó al punto de ser bandera de una forma distinta de vivenciar el mundo, la epojé, la suspensión, el entre paréntesis, que nos viene dado, que irrumpe, como pandemia y por tanto viralizado, nos afectará en nuestra toma de posición con respecto a la realidad, a la que transformaremos al cambio de nuestra mirada, tras el resfriado.
Aspectos nodales, como los significados de libertad, de lo público, lo individual, lo privado y lo colectivo, serán resignificados tras la experiencia que estamos vivenciando, en lo paradójico de hacerlo aislados, en cuarentena, a distancia, pero en línea, compartiéndolo en vivo, mediante los dispositivos tecnológicos que nos permiten ello, y que en virtud de la razón instrumental que la genera, debiera tener la respuesta, la solución o la cura, a un virus que lo pone todo en jaque.
La redefinición de las prioridades, de las nuestras como humanos, se nos presentará como alternativa, para fijarnos en tal caso, sí le hemos temido, y de allí sí pudimos enfrentar tal temor, al sufrimiento propio, al dolor del otro, o directamente a la muerte, a lo natural de lo finito, para lo que seguramente nos estamos dejando de preparar, para lo que se constituye en ese gran otro, a olvidar, condenándolo a una entidad espectral o de fantasma.
Enfermar, tal vez nos represente, la proximidad con la muerte, y ésta como sinónimo de lo incierto y lo indeterminado, que es de donde provenimos pero que extrañamenente, no queremos recordarlo.
Educados en todo lo otro, desde sistemas de contabilidad, pasando por historias de batallas, estructuras ortodoxas galvanizadas en prejuicios, nos desalentamos en la búsqueda de saber quiénes somos y de reconocernos frágiles y determinados en que tal vez, seamos, simplemente, un ser para la muerte.
En el paroxismo descarnado de estar sumidos en tamaña fragilidad, de sentirnos incapaces de controlar la tos, y de todo lo que de ella se desprenda, los valores a los que nos venimos aferrando, caen en resfriado, minada la confianza en ellos, elevamos la curva de contagio y ya no nos sirven para administrar nuestros naturales miedos, como antaño.
Posiblemente tengamos próximamente la posibilidad de un despertar de la conciencia colectiva, no en un sentido estrictamente fenomenológico o existencial, sino más que nada, experimental, en nuestro día a día de lo cotidiano, que lo iremos construyendo con lo que nos quedará de nosotros mismos y de nuestras experiencias atravesadas, y de como ellas nos atraviesen, nos cambien y nos modifiquen, y veremos en tal entonces, qué y cuánto nos ha quedado de humanos. Sólo y desde el humilde lugar de aportantes, creemos que el pensar y la filosofía, siempre han tenido y tendrán que ver con lo humano, y más lejos estaremos de ella en la medida que más nos alejemos de aquella, pese a lavarnos más o menos las manos.
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