Sí un axioma es irrefutable es el que reza que “la única forma cierta de ganar es imponiendo, previamente, las reglas de juego”, modificarlas es al menos, una de los aspectos nodales de todos aquellos que sentimos y entendemos que la construcción de mayorías debe contar con una metodología más clara, amable, afable y democrática.
En relación a lo electoral (sin duda el eje nodal de nuestras democracias), pero sobre todo a lo político, la convocatoria acerca de las modificaciones para establecer una boleta única, sea electrónica o de papel, unificar calendarios y crear un organismo independiente organizador de lo electoral, apuntan al corazón de una forma de entender lo democrático más allá del fantasma ideológico en que lo hemos transformado. En el extraño caso que en Argentina, propuestas de estas magnitudes logren consensuarse, con éxito, será la sepultura, del “boleteo”, o de los boleteadores, los que se sostuvieron, bajo estas prácticas y que más luego, dispusieron de manejos de la cosa pública, con el vicio de origen de una legitimidad dudosa, que siempre emerge en tiempos de crisis económicas, de allí que siempre, sea la o lo político, lo más importante o basal tanto de un sistema de gobierno como de la salubridad institucional de una determinada comunidad.
Las cosas dadas, replicadas, comunicadas, galvanizadas como lo correspondiente, a nivel normal y cultural, le dejan el hiato marginal y lumpen, al cuestionamiento que como crítica social, a instancias de tener una comunidad mejor se le pueden hacer a realidades políticas que a diario se nos presentan en nuestra cotidianeidad. Por más que desde el no lugar del indócil, indómito o imbécil, se repite y reitere que no se trata de decir sí o no a aquello a lo que simplemente se pregunta porque. Al menos, están los que con su respetuoso silencio dan por ignoradas estas situaciones, una posición mejor que las que se agarran con las víctimas o actores de segundo orden de este sistema pétreo y mordaz.
El orden domestico de las cosas, tiene estricta relación con los lazos de familiaridad e informalidad que se forjan en las sociedades en donde tales ordenes u ordenamientos son como eslabones tabicados e inamovibles, una suerte de sociedad de castas, término o concepto de los dictadores de lo numérico que aborrecen la política llenándola de números para vaciarla de contenidos, con beneficio de inventario, en donde para ponerlo en conceptos más pragmáticos existen hijos y entenados en una comunidad que bajo esta conformación no puede sostener el lazo de lo social y por lo cual el fascismo de izquierdas como el de derechas lo habitan a distancia.
Vemos tales conceptos, en el sociólogo Francés Pierre Bordieu: “La cultura dominante contribuye a la integración real de la clase dominante (asegurando una comunicación inmediata entre todos sus miembros y distinguiéndolos de las otras clases); a la integración ficticia de la sociedad en su conjunto, así pues, a la desmovilización (falsa conciencia) de las clases dominadas; a la legitimización del orden establecido por el establecimiento de distinciones (jerarquías) y la legitimación de esas distinciones. A este efecto ideológico, la cultura dominante lo produce disimulando la función de división bajo la función de comunicación: la cultura que une (medio de comunicación) es también la cultura que separa (instrumento de distinción) y que legitima las distinciones constriñendo a todas las culturas (designadas como sub-culturas) a definirse por su distancia con la cultura dominante.
Contra todas las formas del error “interaccionista” que consiste en reducir las relaciones de fuerza a relaciones de comunicación, no es suficiente señalar que las relaciones de comunicación son siempre, inseparablemente, relaciones de poder que dependen, en su forma y contenido, del poder material o simbólico acumulado por los agentes (o las instituciones) comprometidos en esas relaciones y que, como el don o el potlatch, pueden permitir acumular poder simbólico. En cuanto instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, los “sistemas simbólicos” cumplen su función política de instrumentos de imposición o de legitimación de la dominación, que contribuyen asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia simbólica) aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la domesticación de los dominados”. (Pierre Bourdieu).
La única forma de empezar a combatir estas irregularidades, es decir la categorizamos de tal manera, porque se supone, o al menos ningún libro así lo señala, que de esta manera se puede o se debe manejar o administrar la cosa pública, es precisamente el dar la batalla por las reglas de juego, cualquiera que pretenda dar la discusión por esto mismo, bien merece un respaldo y reconocimiento, independientemente de cómo resulte y de quiénes sean convocados para dar el debate que aliente el prestigio y la razón de ser de las cosas.
El medio, lo metodológico se transforma en lo neural, es lo que determina el resultante y el resultado.
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